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María Emma Wills es asesora de la Dirección Nacional del Centro Nacional de Memoria Histórica. Foto: Guillermo Torres.

Entrevista

“Hacer memoria histórica no puede ser cuestión de coyuntura”

¿Cómo se explica que la mitad del electorado peruano quiera como líder a Keiko Fujimori, la hija de un expresidente encarcelado por cometer delitos de lesa humanidad? Una mirada al autoritarismo con la politóloga María Emma Wills.

Christopher Tibble
8 de junio de 2016

¿Cómo define usted el autoritarismo?

Primero que todo es la suspensión de derechos. En muchos casos, primero los políticos y sociales. Se inspira en una mirada que busca censurar a la oposición y el disenso, pero que luego se extiende a otras esferas que pueden ser vinculadas a las luchas sociales. El autoritario puede comenzar persiguiendo al opositor político pero culmina persiguiendo a los sindicatos, a los periodistas. Es como una ola y, a medida que se extiende, el régimen que comienza como autoritario termina siendo totalitario. El autoritarismo no es el puerto final: la cosa se puede poner peor.

¿La gente por qué recurre a él?

La gran paradoja de la democracia a partir del siglo XX es que puede transitar de regímenes democráticos liberales a autoritarios con el respaldo de las masas. Eso nos enseña la Alemania Nazi. Hitler llegó al poder por la vía electoral. Ahí los medios masivos son claves. Pueden ser los mejores amigos o los peores enemigos de la democracia. Si son voz de disidencia funcionan como un mecanismo democrático, pero pueden así mismo divulgar pensamientos y formas de actuar autoritarias.

El populismo, un régimen muy latinoamericano, puede devenir en autoritarismo con respaldo popular. Y es una paradoja: el principio electoral, que da lugar a los regímenes democráticos, puede respaldar a figuras que se aprovechan de estos respaldos para acabar con el sistema de equilibrio de poderes, con un gobierno que coopta, que cierra el congreso, como Fujimori en los noventa. Y cuando se termina el sistema de contrapesos, se generan las condiciones para una corrupción rampante.

¿Qué ofrece el orden total que no ofrece la democracia?

En lo referido a Fujimori, tuvo que ver con cansancio de la gente con la guerra en Perú. La situación peruana era muy dramática, el Sendero Luminoso era una guerrilla que atentaba masivamente contra campesinos, y en ese tipo de guerras es que las personas empiezan a priorizar la seguridad, ‘dígame que voy a poder vivir en una sociedad en la que no voy a ser perseguido’, dicen. Esas prioridades, a su vez, se ven reforzadas por programas paternalistas en manos del ejecutivo.

Hay  también un desprecio en América Latina por la democracia liberal, con líderes populistas, de izquierda y de derecha, que impulsan ese sentimiento.

¿Por qué desprecio?

Tiene que ver con la fragilidad de las democracias en América Latina. Hay cierto conformismo mental de largo plazo que sirve de condición previa para el surgimiento de estos populismos de izquierda o derecha, y eso se refleja en diseños institucionales que no les dan autonomía suficiente a la rama de la justicia o al congreso. La transición de una democracia que da derecho al voto a pequeños grupos, a personas letradas, a una mucha más amplia se da con sesgos populistas en esta región en los años veinte y treinta.

El caso de Colombia es distinto, por los dos grandes partidos muy fuertes, pero también por el asesinato de Gaitán, un líder populista comparable a Perón en Argentina. Aquí no se pasó lo del resto de la región, cogimos otra vía, y nos metimos en otro lío.

Alberto Fujimori llega al poder en 1990 como el hombre-milagro, como usted ha dicho antes, que va a derrotar al Sendero Luminoso. Sin embargo, después de los escándalos que protagonizó, ¿qué lleva a que hoy la mitad de Perú quiera volver a su línea autoritaria votando por Keiko, su hija?

Creo que ahí justamente hay alertas a los procesos de justicia transicional en la región. En Perú tuvieron comisión de la verdad, con grandes informes, pero justamente por no profundizarlos no se transformaron en políticas públicas que generan ciudanía crítica frente a lo que había pasado. Para hacer eso se tienen que cultivar por mucho tiempo. Con la aparición de un informe no se establecen las barreras al autoritarismo, tienes que transformarlo en políticas públicas educativas, a debates escolares. Hay que mantener la memoria viva, una que sirva para hacer una reflexión lúcida de por qué se llegó a lo que se llegó. Ahí en Perú se rajan, porque justamente el proceso de apropiación masiva de esos informes a través de sistemas educativos y culturales no se dio. Hacer memoria historia no es cuestión de coyuntura, no te puedes dar satisfecho con un informe, tiene que haber un profundo proceso social.

¿Hay un paralelo entre lo que hoy sucede con Keiko y la reciente película peruana Magallanes?

Sí. Magallanes se refiere a cómo la ausencia de transformar esos informes de memoria historica en procesos de memoria viva lleva a la impunidad. El Coronel que aparece en la película no hace una rendición de cuentas profunda, frente a lo que hizo en el batallón bajo su mando. La voz de las mujeres y la violencia sexual que sufrieron en el marco del conflicto armado peruano no se ha escuchado y por eso no ha servido para establecer una ciudadanía comprometida contra la violencia de género. Cuando Magallanes, el protagonista, siente remordimiento y admite ser responsable por violar a una menor de edad, el fiscal le responde que a eso no le importa. ¡Qué horror, qué vergüenza y qué tristeza! Magallanes defiende el trabajo de la comisión de la verdad, pero es claro que esos informes no pueden transformar sociedades solos.

¿Qué se puede hacer?

Me parece que lo que pasa ahora allá es una alerta que nos envía Perú a Colombia: todo lo que emerja como esclarecimiento del conflicto armado no se puede quedar en los libros porque su sentido es transformar a estos países institucionalmente para que sean más democráticos,  con ciudadanías lúcidas, con jueces críticos. La comisión de la verdad en Perú también muestra los engranajes de la impunidad, y si ese país sigue así quiere decir que no se ha hecho el trabajo, sobre todo si los ciudadanos creen que los populistas los van a sacar de la pobreza.