Por Manuel Villa*

Su posición geográfica estratégica y privilegiada, su variada base económica, en la que se destacan el turismo, los servicios, la agricultura, la ganadería, la minería y la industria, hacen que el Caribe sea una joya de oportunidades. Mucho hemos escuchado sobre ello, y muchos han sido los avances en la región, pero también han sido demasiadas las promesas incumplidas y aún más el humo que nos han vendido.

Sin limitarnos a Barranquilla y a Cartagena, en esta región, desde el Urabá antioqueño hasta La Guajira, e incluyendo San Andrés y Providencia, reside cerca del 30 por ciento de la población colombiana. En ella se genera, aproximadamente, el 23 por ciento del PIB del país y se canalizan el 90 por ciento de las exportaciones nacionales. No es poca cosa. Es otro ejemplo de que nuestro futuro está en las regiones, que son motores de desarrollo económico y social. En este caso, no solo el Caribe es colombiano, Colombia es Caribe.

Hoy, sobre la mesa existe una propuesta estratégica para que la región se reactive, se actualice y recorra la senda del progreso y la transformación, se llama el Diamante Caribe. Esta hoja de ruta contiene un repertorio de acciones y proyectos orientados a aumentar la sostenibilidad global del territorio, la competitividad de las actividades productivas y el mejoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos.

Es un desarrollo territorial integral, dinámico y sólido, a partir de una visión de futuro y una unidad de propósito, en el que las tradicionales ventajas competitivas de las ciudades y las fortalezas territoriales del Caribe –antes consideradas de una manera aislada– adquieren una nueva dimensión a través de la cooperación y el descubrimiento de sus complementariedades estratégicas, que facilitan la diversificación, la especialización y los encadenamientos productivos.

Pero es hora de pasar de los diagnósticos y las estrategias a la práctica, ratificando las vocaciones y oportunidades del territorio: ese es el reto de la reactivación. Si ya existe un norte para el Caribe, los gobiernos –locales, regionales y nacionales–, de la mano colaborativa del sector productivo e institucional, deben saber priorizar y ejecutar. Es la oportunidad de entender que el desarrollo y la inversión deben ir de la mano de la planeación inteligente, y que los intereses privados deben poder conversar con los intereses colectivos, pues, con esa fórmula simple, certera y no necesariamente mágica, es la única manera de alcanzar el progreso, que no es otra cosa que la anticipación del futuro.

*Abogado y docente.

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