En los barbáricos ataques del 11 de septiembre de 2001 perdieron la vida 2.977 personas, entre ellas personal de rescate en las torres gemelas, el Pentágono, y un avión que cayó en Pensilvania. El entonces presidente norteamericano George W. Bush dijo en un discurso desde la Casa Blanca esa noche ante una nación estremecida: “Los ataques terroristas pueden sacudir los cimientos de nuestros edificios más grandes, pero no pueden tocar los cimientos de Estados Unidos. Estos actos rompen el acero, pero no pueden dañar el acero de la determinación estadounidense. Estados Unidos fue blanco de un ataque porque somos el faro más brillante de libertad y oportunidad en el mundo”.

Los talibanes le habían brindado apoyo material a Osama bin Laden y los terroristas de Al Qaeda. Con determinación y un apoyo rotundo del mundo, desde Washington se lideró una coalición internacional para sacar a ese grupo extremista del poder. Las escenas de un pueblo en libertad, y en especial de las mujeres que finalmente se libraron de un régimen represivo, le dieron la vuelta al mundo. El mensaje era claro. Quienes quisieran atentar contra Estados Unidos, y quienes protegieran a esos terroristas, encontrarían a un gigante con la fuerza militar más potente y autoridad moral.

A pesar de los altibajos de la guerra, Barack Obama continuó con el esfuerzo en Afganistán y finalmente en 2011 en una operación militar magistral en Pakistán, le dio de baja a Osama bin Laden, máximo líder de Al Qaeda y determinador de los ataques del 11 de septiembre.

Veinte años de sacrificio, miles de vidas y más de 2 trillones de dólares se perdieron en tan solo 24 horas. En manos del Talibán, Afganistán volverá a las épocas más oscuras de su historia. Las mujeres serán reprimidas, los derechos humanos serán violados, y la tierra se convertirá en un paraíso para que los terroristas puedan planificar ataques contra democracias del oeste. Ni qué decir de los miles de afganos, periodistas, traductores, conductores, que colaboraron con los americanos, y quienes hoy están en la boca del lobo.

Se dificultará volver a confiar en Estados Unidos como un aliado incondicional. Regímenes como el de Irán, Corea del Norte, Rusia y Venezuela se deben estar frotando las manos. Las decisiones del presidente Joe Biden y su administración tendrán repercusiones inmediatas y de muy largo plazo en la imagen y capacidad de Estados Unidos para ser visto como el “faro más brillante de libertad y oportunidad en el mundo”.