Es muy difícil entender que un gobernante quiera destruir al país, en lugar de construir un mejor futuro para aquellos a los que les prometió un cambio total; es muy complejo comprender que una ideología política anime a sus seguidores a echar por tierra lo que una democracia ha construido durante muchas décadas. Es imposible que un gobierno no reconozca su ineptitud para dirigir un país, el cual se está deteriorando en sus manos.
Es de suponer que quien compite por llegar a la primera magistratura del Estado quiera ser recordado por las grandes obras que realizó su gobierno, y no por la polarización de la población, el empobrecimiento de la sociedad, el debilitamiento de sus instituciones, la pérdida de la seguridad, el fortalecimiento de los grupos narcoterroristas, el deterioro de las relaciones internacionales o la transformación de la imagen del país en un narcoestado.
Aunque la ideología de los partidos se refleja en los principios que los rigen, es claro que no se puede gobernar con odios, desprecios, resentimientos o complejos; un requisito indispensable para dirigir una nación implica que quien resulte elegido sea un verdadero estadista, que conozca a fondo los problemas del país y que presente soluciones viables a las diversas dificultades, sin ‘pintar pajaritos en el aire’ ni engañar con una dialéctica maquiavélica.
Los éxitos y fracasos de un gobierno son fáciles de medir y el resultado refleja una adecuada selección de asesores, donde se conjuguen tanto la adecuada capacitación como el ejemplo que deben irradiar con la pulcritud de sus actuaciones personales y profesionales. El equipo de trabajo debe ser tan honesto que no asientan siempre ante las imposiciones de su jefe, sino que recomienden los caminos adecuados para el logro de los objetivos, ya que los electores votan por quien les ofrece construir un mejor país.
Se ha demostrado a través del tiempo que para construir calidad de vida, impulsar el progreso y lograr el desarrollo de una nación, se debe contar con un pilar fundamental constituido por la seguridad, en el amplio sentido del concepto, lo cual trasciende en la sensación de seguridad que requieren y exigen los ciudadanos, así como en la solución de las necesidades primarias de la sociedad. La seguridad atrae inversión nacional y extranjera, lo cual se traduce en más empleo, mayor producción y gran progreso.
La seguridad en el territorio nacional nuevamente se ha visto afectada por la acción demencial de los grupos narcoterroristas, haciéndonos recordar los momentos aciagos vividos a finales del siglo XX, cuando los bandidos colocaban bombas para asesinar e intimidar a los colombianos. A esto se suma el incremento de secuestros y extorsiones, ofreciendo un panorama desolador que permite comprobar el debilitamiento, circunstancial o premeditado, que ha sufrido la inteligencia militar y policial durante este Gobierno, así como la reducción del poder de combate de las fuerzas militares.
El mundo depende actualmente de los combustibles fósiles, recurso no renovable que está en vías de agotamiento, pero afortunadamente hay una campaña mundial para producir energía limpia que ayudará a sostener las necesidades del ser humano y a proteger el planeta; el impedir por temas ideológicos la exploración, explotación y exportación de los recursos del subsuelo para que puedan contribuir a solucionar los problemas macroeconómicos del Estado es ‘darse un tiro en el pie’, pues con la venta de aguacates estos no se van a solucionar.
De una u otra forma, el país apostó hace tres largos años por un cambio que se esperaba fuera positivo, pero contrariamente, el retroceso vivido es muy grande y se requerirá de mucho tiempo para recuperar las condiciones económicas, sociales, políticas y de desarrollo que teníamos antes del actual Gobierno; un edificio se puede derrumbar en segundos, pero para construirlo se necesita mucho tiempo.
La unión de los políticos alrededor de los intereses nacionales, no de los intereses personales, seguramente permitirá lograr el cambio positivo que requiere el país.