El doctor Juan Bernardo Pinzón Barco es un destacado médico endocrinólogo que ejerce la profesión en Bucaramanga desde hace más de 25 años. Hace 40 años, cuando tenía 20 de edad y era estudiante de medicina en la Universidad Javeriana, el doctor Pinzón se salvó de la tragedia de Armero. Se encontraba en rotación con otros estudiantes en el hospital psiquiátrico de Armero.

Este es su relato: “El hospital era la última edificación de Armero. Esa tarde cayó una leve llovizna de lava. Para los habitantes de Armero era una cuestióncompletamente normal la caída sutil de cenizas. Pero hacia las nueve de la noche ya era un aguacero de cenizas; los techos sonaban como si estuviera cayendo un aguacero, pero no de agua, sino de ceniza. A las diez de la noche se fue la luz y empezó a sonar la sirena de los bomberos. Las enfermeras y las auxiliares empezaron a decir que estaba pasando algo inusual. Nosotros estábamos en la casa donde vivíamos, contigua al hospital. Vimos en nuestra casa que empezaba a entrar gente cubierta de barro; eran momias de barro que le estaban ganando la carrera a la avalancha. Se les veían los ojos desorbitados. Habían corrido hacia el hospital porque era la última edificación de Armero. Eran unas diez personas, se les veía aterrorizados. Era una noche de luna llena. Se oyó un retumbo gigantesco. No pasaron más de 30 segundos desde que vimos la avalancha en el horizonte y el momento en que nos cayó encima. Intentamos correr, pero no alcancé a correr sino dos metros. La avalancha nos arrastró. Desde cuando entraron los hombres de lodo hasta cuando nos arrastró la avalancha pasaron cinco o siete minutos. Desde el sonido retumbante hasta que fuimos arrastrados pasaron unos tres minutos. Luego quedamos en una montaña. Yo estaba en la base de la montaña. Los seres humanos eran como alfileres clavados en esa montaña. Unos tenían la cabeza clavada en el lodo. Otros quedamos con la cabeza para el lado que debía ser y podíamos respirar. Eso fue a las once y cuarto u once y media de la noche. Uno se salva de milagro, porque no hay otra manera de explicarlo. Yo quedé con la cabeza mirando hacia el cielo. El primer helicóptero llegó al día siguiente, jueves, a las dos de la tarde. Unos rescatistas llegaron a las cuatro o cinco de la tarde y sacaron algunas personas de la parte alta de la montaña. Al principio de la avalancha quedé completamente aprisionado, quedé clavado en los radios de una bicicleta. Después despejé ese ponqué de lodo y liberé los brazos, pero del tórax hacia abajo quedé totalmente aprisionado por vigas, por árboles y, obviamente, por la lava, que se fue endureciendo. Había personas que se quejaban; hubo fallecidos porque escuchamos la ausencia de algunos lamentos. Fuera de tener visual sobre el cielo, yo no tenía visual de primer plano, yo estaba horizontal en la montaña. Yo hablaba con compañeros que quedaron en la misma montaña. Estuve 40 horas sin beber, pero la segunda noche cayó un aguacero inmisericorde y, como estábamos al aire libre, logramos consumir líquido a través de ese aguacero; uno ahuecaba las manos para recoger agua. Pensé todo el tiempo que me iba a morir; desde el momento de la avalancha uno siente que se va a morir. Yo solo esperaba ver en qué momento dejaba de existir. Me rescataron el viernes 15 de noviembre a las cinco de la tarde. Estuve 40 horas enterrado. De los siete estudiantes, una fue rescatada, pero luego murió. Otra fue rescatada y le amputaron las piernas desde la cadera. Después se graduó de médica. Estuve hospitalizado en el Hospital San Ignacio en Bogotá. Me hicieron varias cirugías. Estuve siete meses en recuperación. Muchos rescatados tuvieron gangrena por machacamiento del cuerpo. Por la gangrena se forman bacterias comecarne llamadas Clostridium, que se alimentan de músculos; el tratamiento es quitar el tejido que se come la bacteria. No morimos por la lava porque erupcionó un material caliente, pero como el cono del volcán tiene nieve se formó una mezcla en que la temperatura no era la temperatura propia de la lava de un volcán. Uno sentía ardor, pero nunca me pareció que me estaba quemando. Las quemaduras se produjeron por el tiempo de exposición a la lava, no por la temperatura. A mí, por la quemadura, me injertaron tejidos. Tuve infecciones en ambas piernas y estuve a punto de ser amputado, pero por gracia de la vida no sucedió”.

El doctor Pinzón estaba en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 cuando cayeron las Torres Gemelas. Su familia dice que a él le gusta presenciar momentos históricos en vivo y en directo.