Había una vez un niño de 10 años de edad que aunque nunca había ido a una escuela sabía cómo la materia prima proveniente de una hoja se transforma en un producto altamente apetecido, ilegal y mortal. Era “colaborador” en el proceso desde el campo hasta el laboratorio.

Había una vez un niño de 10 años que al despertar podía esperar solo desayuno como comida fija, porque el almuerzo y la cena nunca hacían parte del plan previsto para cada jornada. Era buena sorpresa recibirlos.

Había una vez un niño de 10 años que el último día que vio vivos a su papá y a su hermano fue el mismo en el que tuvo que salir corriendo desplazado de su tierra con su madre, hacia donde nadie los conocía, ni los quería. Era la primera huida de muchas con las manos y el corazón en llamas. Aprendió a correr.

Ninguno de estos comienzos fallidos es cuento. Y cada uno es suficientemente devastador, si se mira independiente. Pero es el mismo niño, Luis*, el que sobrevive.

A los 11 años vestía camuflado. No tenía nada que ver con un disfraz de Halloween. Lo llamaban a lista para entregarle un fusil en vez de juguetes o cuadernos, y le hablaban al oído para adoctrinarlo, no para educarlo. Mas, como sabia correr, corrió.

¿En cuál de estos mundos merece estar un niño o niña? Entre la coca, con hambre o en desplazamiento forzado como parte de guerrillas o de grupos al margen de la ley? Así no puede iniciar su camino por la vida.

Hoy Luis es capaz de contar una parte de esta historia a quien tenga la voluntad y la apertura de escucharle. En el reciente Seminario Internacional de “Periodismo de Infancias” ante periodistas de Colombia, Bolivia, México y de otros países de América Latina y personas de entidades de la sociedad civil, expuso cómo sus vivencias podrían ayudar a cambiar otras vidas.

A sus 26 años Luis quiere estudiar pedagogía, desarrollo familiar o alguna disciplina donde pueda servirle a los demás. Ya en libertad quiso seguir corriendo y así, en poco menos de tres años, logró aprender a leer y a escribir.

Hay caminos muy difíciles de transitar para muchos niños y niñas colombianos y estos caminos se trazan en los primeros años de sus vidas, en los cuales es indispensable una buena nutrición, pero también crianza amorosa y una responsabilidad social en la protección de sus derechos. A Luis no le gusta que se diga que los jóvenes están perdidos. “Perdidos estamos los adultos en el cuidado y la crianza de los niños”, exclama entre la tristeza y el ánimo conciliador.

Y tiene razón, pues en Colombia estamos en deuda con la primera infancia, la infancia y la adolescencia. Son demasiadas y aún lejanas las metas pendientes de alcanzar, empezando por la Cero Desnutrición ya superada y entendida por las naciones más desarrolladas y más productivas.

“Las historias pueden reponer la dignidad rota de un pueblo”, afirma la escritora nigeriana Chimamanda Ngozy Adiche. Su clamor es por reconocer que los estigmas o la información sesgada e incompleta de cualquier región, cultura o persona, reduce las posibilidades reales de un abordaje sensato y por lo menos respetuoso en la solución real de sus problemas.

Miles de seres humanos sin crecer no tienen la posibilidad de una niñez plena, saludable y feliz por lo que asumen vidas paralelas e incompletas que nos es difícil descifrar. Esto se añade a que no sepamos escucharlos. Debe tener razón Chimamanda al decir que cuando rechazamos la historia basada en premisas incompletas recuperamos una suerte de paraíso.

*Nombre ficticio para proteger al niño real que creció en estas circunstancias.