Dos hechos que sucedieron hace muchos años en nuestro país, durante las festividades de Navidad y Año Nuevo, nos hacen meditar sobre la situación actual.

El 31 de diciembre se cumplirán 70 años de la frustrada toma de la base aérea de Palanquero, la más emblemática del país, ubicada en Puerto Salgar a orillas del río Magdalena, donde Petro en un avión Kefir superó la barrera del sonido, se reconcilió con la Fuerza Aérea y adoptó la decisión de comprar aviones de combate.

El ataque a Palanquero fracasó por la decisión y arrojo de sus defensores. El país se debatía entre la violencia fomentada por política gubernamental y las guerrillas del Llano, que se habían levantado contra el Gobierno después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Treinta y tres atacantes y siete militares resultaron muertos.

La acción conmovió al país, porque que se temía que los grupos comandados por Dumar Aljure, Guadalupe Salcedo y Eduardo Franco, entre otros, aparecieran de un momento a otro por el cerro de Monserrate, para llegar al palacio presidencial y asumir el poder. Entre tanto, se adelantaba la politización del Ejército.

El 24 de diciembre de 1961, hace 61 años, un militante del llamado Movimiento Obrero Estudiantil Campesino (MOEC), aprovechando unos fuegos artificiales con ocasión de la navidad, detonó un explosivo en la plaza de armas del batallón de artillería “Palacé” en la ciudad de Buga. El balance fue de 64 muertos, entre ellos 11 militares, 18 niños, 34 civiles que visitaban el batallón y 132 heridos.

A nadie se le hubiera ocurrido pensar que, a pesar del transcurso de los años, el conflicto en nuestra patria persistiría aún con mayor fuerza, colmado de masacres cotidianas y cruentas luchas entre bandas rivales por la cocaína, un producto extraído de la mata de coca, que, en ese entonces, se tenía en los solares de las casas de tierra caliente y era la fórmula de las abuelas para los dolores de estómago.

Ahora, aunque las diversas modalidades de lucha contra la cocaína han fracasado rotundamente a nivel mundial, nos siguen señalando como los únicos responsables.

Resulta también dramático que, a pesar de los intentos realizados por todo tipo de gobiernos, incluyendo el de un exguerrillero con importante apoyo popular, la violencia hasta este momento no parece ceder. Es más, la inseguridad urbana ha crecido. A la gente no le importa que el que lo asalta sea venezolano o de uno u otro grupo armado: quiere que no lo asalten.

Parecería que estuviéramos cumpliendo el castigo de Sísifo.

En esas condiciones, como fracasó incluso la modalidad de que el arzobispo de Bogotá designara al presidente, lo único que faltaría sería que interviniera el Sagrado Corazón, al cual el estado confesional nos consagró.

No nombraría como asesores a ciertos personajes, que cotidianamente dicen sandeces, generando desconcierto y angustia, que deben ser corregidas al otro día.