Hay historias que deberían estremecer a un país entero por la indignación que generan. La de Laura es una de ellas. Cuando tenía apenas quince años, a Laura le recomendaron empezar un tratamiento con testosterona. A los dieciocho fue sometida a una cirugía de masculinización en la Fundación Valle del Lili, una de las clínicas más reconocidas del país. Hoy, ya adulta, pide justicia y denuncia que fue manipulada. Lo que está en juego no es solo su caso, trágico por sí mismo, sino la forma en que algunos entienden la infancia, la identidad y el cuerpo humano como herramientas con las cuales imponer una ideología de género sin respeto alguno por la libertad y dignidad de las personas.

Los hechos recogidos por Nueva Democracia muestran un proceso lleno de vacíos. En su niñez, Laura sufrió de abuso sexual, lo cual le generó un rechazo hacia la feminidad que está profundamente ligado al trauma. En lugar de ofrecerle acompañamiento adecuado, la clínica decidió seguir la ruta de la transición de género inmediatamente. No quisieron garantizar un diagnóstico completo ni un consentimiento informado real. Detrás de toda esa aplanadora de “diversidad”, hubo una alarmante ligereza moral.

La Fundación Valle del Lili se defiende diciendo que todo se hizo correctamente, pero la víctima alega, prácticamente, que experimentaron con ella. Incluso los expertos consultados en los informes periciales de la demanda afirmaron, con evidencia científica, que durante el procedimiento, la clínica habría cometido muchas irregularidades con el fin de facilitar la transición de género. Estaríamos, entonces, viendo un caso en el que la medicina, sin prudencia, deja de ser medicina; en que la ideología se disfraza de medicina. Por tanto, cuando un hospital convierte el dolor de una menor en un experimento ideológico, pierde su sentido y se vuelve cómplice del abuso.

Ahora, seguramente, saldrán a decir que esto es estigmatización a la comunidad transexual, pero no es así. El caso se trata de proteger a los menores de decisiones irreversibles e impuestas por terceros en medio de la confusión. Se trata de entender que la adolescencia no es el momento para reconfigurar el cuerpo, porque una niña marcada por el abuso no necesita hormonas: necesita escucha, tiempo, amor, compañía y verdad... Verdadera verdad.

Por lo tanto, resulta inquietante que una institución médica tan prestigiosa haya actuado sin la prudencia mínima. Que haya hecho caso omiso al trauma por afianzar el discurso reduccionista de “afirmar la identidad”. Que sean capaces de manipular conciencias para favorecer una ideología que se impone, cada vez más, sobre la medicina y la familia.

Hoy, cuando Laura levanta la voz, no lo hace solo por ella. Laura levanta la voz por todas las personas confundidas a las que el sistema ideológico impregnado en muchas instituciones empuja a “elegir” algo que no pueden comprender de entrada.

‘Justicia para Laura’ no es ninguna consigna política, es una advertencia. Una advertencia para abrir los ojos y darse cuenta de lo que ciertas ideologías logran materializar. Un recordatorio de que el cuerpo humano no puede ser el campo de ensayo de una ideología desordenada frente a la identidad y la naturaleza.

Ojalá, este caso sirva para que Colombia despierte, para que, en temporada electoral, nos preguntemos estos temas, en especial las y los candidatos. Porque, mientras una sola Laura exista, mientras una sola menor sea empujada a alterar su cuerpo sin entenderlo, todos los que pudimos visibilizar o informarnos sobre estos atentados contra la dignidad humana tendremos una deuda con la verdad y con las víctimas.

Justicia para Laura.