Mucho podemos aprender de las dos últimas elecciones que se han dado en el continente. Pero son las de Congreso en Estados Unidos de esta semana las que nos dejan un camino para recuperar la sanidad mental, económica y política de nuestros países.

No es que la polarización se vaya a acabar. Ya Lula, el presidente electo de Brasil, contrario al nuestro, que parece seguir en campaña, ha reiterado en múltiples ocasiones la necesidad de construir consensos, dando un ejemplo a seguir. Es lo sucedido en Estados Unidos en estas elecciones lo que nos muestra qué hacer y qué no hacer en el futuro.

Las elecciones de Congreso en Estados Unidos, que son cada dos años, tienen una particularidad. El partido del presidente siempre pierde grandes cantidades de congresistas. Tan solo tres veces desde la Guerra Civil, es decir, desde 1861, esto no ha sucedido. Con la inflación, un presidente débil y sin prestigio, se esperaba que la paliza de los republicanos a los demócratas fuera inmensa. Pero no fue así. Los republicanos van a ganar la Cámara de Representantes por pocos escaños y el Senado es muy probable que no lo logren recuperar (hoy ambas cámaras están en manos de los demócratas).

¿Qué pasó? Este descalabro electoral tiene nombre y apellido: Donald Trump. El votante americano no votó en apoyo al presidente, voto más en contra de lo que Trump significa en la política americana. Los candidatos que Trump apoyó, en su mayoría, perdieron y la política demócrata de apoyar a los más radicales trumpianos en las primarias para derrotarlos en las generales les funcionó bien.

Esta elección fue un tremendo golpe al populismo americano de derecha, al que no reconoció las elecciones pasadas y al que representa Trump. El voto independiente y el voto moderado votó de manera masiva en contra y esto les dio ese respiro a los demócratas y, sobre todo, a la democracia americana.

La otra gran lección de los Estados Unidos es el cuidado que hay que tener con los candidatos. Una parte del desastre republicano es que quienes competían eran tan malos, tan extremistas, que movilizaban la opinión y a los votantes moderados e independientes en contra. Construir nuevos liderazgos, preparados y que aglutinen, es una tarea constante que hoy más que nunca no se puede dejar de lado. Las redes sociales hoy son una lupa en cualquier candidato que no se puede olvidar.

Ese mensaje, al igual que el del Brasil, se debe escuchar en la región. La radicalidad per se, ese populismo que niega, que rechaza y que destruye al otro, no alcanza para ganar elecciones. Por eso, hoy la derecha tiene que construir ese nuevo mensaje, que sin perder los valores fundamentales de sus ideas, la seguridad, la libertad, la historia, el esfuerzo individual y el derecho a decidir, tiene la capacidad de acoger un centro que va a ser fundamental en el futuro.

Las elecciones regionales en Colombia deben ser el primer experimento de renovación de ideas y de discurso. Pero también de rechazo contundente y serio al nuevo populismo de izquierda, que destruye ciudades como Bogotá y se roba otras como Cali y Medellín. Discutir si la vicepresidenta va bien vestida o no tiene poco significado y deslegitima la oposición. Hay mucha otra tela de donde cortar en el tema nacional, al igual que en el tema local y regional.

El discurso de la oposición, tanto de rechazo a lo que hoy sucede, como lo hicieron los demócratas con los republicanos más extremos, como de construcción de futuro, tiene que ser mucho más claro, más estratégico y más contundente. Se pierden hoy en día muchas oportunidades claras de construir ese camino nuevo que las elecciones americanas y las de Brasil nos mostraron.

El populismo de Petro, la improvisación del Gobierno y la limitación de muchos de sus ministros son un campo riquísimo para la oposición. Pero no hay narrativa coherente que le llegue hasta el más pobre de los colombianos. Los empresarios van por un lado, cada partido por su lado, cada congresista igual y no hay quien unifique y lidere esa campaña para que tenga el efecto político esperado. Sin duda, esta es una tarea para hacer, especialmente para los partidos Centro Democrático y Cambio Radical.

Es fundamental que los ciudadanos entiendan que si pierden el empleo, la responsabilidad es del Gobierno y su reforma tributaria. Que el ciudadano de a pie se dé cuenta de que la inflación, una parte por cuenta de la reforma y otra por las decisiones del Gobierno, tiene un responsable, Petro y su coalición de Gobierno. La inseguridad que empeora todos los días, y se va a agravar, tiene a Petro y a su ministro de Defensa como responsables únicos, pues desfinanciaron a las Fuerzas Armadas, los desmotivan todos los días y, además, les dan estatus a los delincuentes.

Sí, la sabiduría del votante americano oxigenó esa democracia asediada por el populismo y el progresismo. No es sino caminar por la calle para entender la angustia que hoy hay en Colombia. Si se hace bien la tarea, se explica con seriedad y contenido por qué pasan las cosas, se diseñan campañas claras y contundentes en redes sociales, se dejan las divisiones y los egos personales (otra lección que deja Trump) y se buscan candidatos apropiados; en octubre del próximo año comienza el regreso a cierta normalidad y racionalidad política.

Los populismos de derecha y de izquierda no van a desaparecer. La clave es que, como decía el expresidente Julio César Turbay sobre la corrupción, “queden en sus justas proporciones”.