Javier Cáceres Leal no ha sido alcalde ni gobernador, no egresó de ninguna universidad prestigiosa, ni pertenece a las familias políticas tradicionales de Bolívar. Sin embargo, durante los noventa y en los primeros diez años de este siglo, en el mundo político de Cartagena no se movió un solo hilo sin que él lo supiera.Desde cuando llegó al Concejo de la ciudad en 1998, con un derroche de carisma y habilidad Cáceres logró convertirse en un monstruo político capaz de acumular poder y formar clientelas. Al poco tiempo de ejercer como cabildante, fundó el Partido Único, cuyo aval era necesario para que pasara cualquier proyecto en la Cartagena de los años noventa.Después de una década próspera como concejal llegó al Congreso en alianza con la casa Faciolince. Con el lema ¡Chuzo a los corruptos! consiguió quedarse en 2002, 2006 y 2010 pasando por el Polo Democrático Alternativo –partido que ayudó a fundar– y por Cambio Radical. En ese entonces todos querían estar con él: Álvaro Uribe trató de conquistarlo para sus filas, y lo mismo hicieron Germán Vargas, para que continuara en Cambio Radical, y César Gaviria, para que aterrizara en el liberalismo.Sin embargo, esa misma obsesión de Cáceres por acrecentar su poder lo llevó a su declive. En 2010, en el culmen de su carrera política y luego de ser presidente del Senado, la Corte Suprema de Justicia lo condenó por aliarse con los paramilitares del sur de Bolívar, lo que lo convirtió en el primer parlamentario en estrenar la figura de ‘la silla vacía’.A diferencia de lo que ocurrió con otros parapolíticos, en los casi tres años que estuvo preso Cáceres encontró competencia local y no pudo mantener vivo su poder burocrático. Sobre todo el que había acumulado en los organismos de control cartagenero y, a nivel nacional, en la Fiscalía de Mario Iguarán, en la Procuraduría y en el Consejo Nacional Electoral. Por eso tuvo que reinventarse en cuerpo ajeno, al impulsar a la política nacional a su hija Luz Stella, quien se lanzó sin éxito al Congreso en 2012 por el Partido Conservador después de que Cambio Radical, en cabeza de Carlos Fernando Galán, le negó el aval.Pero la abogada Luz Stella, que había sido diputada del departamento años atrás, pronto se acomodó bien. El alcalde Manolo Duque la nombró secretaria general, lo que le dio el control de la burocracia municipal. Quienes la conocen aseguran que se volverá a lanzar al Senado y que, para ello, está armando sus redes desde la Administración. En esa aventura la acompañará su esposo, Johan Toncel, quien desde enero de este año ejerce como jefe de gabinete del gobernador de Bolívar, Dumek Turbay.Fuentes consultadas por SEMANA insisten en que Javier Cáceres incidió en ambos nombramientos. En el caso de su hija, fue posible porque el excongresista la convenció de apoyar a Duque después de intentar infructuosamente conseguir un aval para su candidatura a la Alcaldía. Y en el de su yerno, a Cáceres se le adjudica haber conseguido el apoyo de la casa García Zuccardi para lograr la elección de Turbay.En el mundo político de Cartagena ahora se habla del clan Toncel-Cáceres, y se especula que en el futuro dará mucho de qué hablar. Mientras tanto, Javier ejerce de patriarca de esa nueva alianza y en el tiempo libre, con una gorra que dice “Soy inocente”, atiende líderes barriales en el centro de la ciudad.Cáceres no es el único político de Bolívar con líos judiciales que se reencaucha en cuerpo ajeno. El liberal Juan José García marcó el camino hace dos décadas cuando, también condenado, lanzó a su esposa Piedad Zuccardi al Congreso y posteriormente a su hijo Andrés Felipe. Lo mismo hizo William Montes cuando fue inhabilitado y promovió la carrera de su esposa Marta Curi, hija del exalcalde Nicolás Curi, también condenado. Y el exsenador Vicente Blel, después de ser acusado de parapolítica, lanzó a su hijos Nadia y Vicente al Congreso y al Concejo, respectivamente.En el departamento, senadores y representantes son expertos en llenar las sillas vacías que han dejado por cuenta de sus condenas. Y Javier Cáceres no es la excepción.