No fue difícil encontrar los muchos personajes de incompetentes y mala vibra que han pasado por el camino propio. Pero en realidad ninguno me dijo ser consciente de haber sido un conflictivo, arrogante o falto de humildad. Todos vemos los errores en los demás, pero en muy pocas ocasiones somos capaces de entender nuestras propias falencias y vulnerabilidad. De hecho, he encontrado palabras de apoyo de otros en situaciones difíciles y luego cuando la situación cambia y el consejero está en un momento donde él es el protagonista ya el consejo que él mismo dio resulta inútil autoaplicado. Lo que pensamos de cómo somos no necesariamente coincide con la percepción que otros tienen de nosotros. Qué ocurriría si en una situación complicada en la Empresa detectamos que el “malo” realmente soy yo mismo.

Normalmente a alguien que confronte y rete lo establecido se le dice que es problemático. Se le juzga por que no sabe trabajar en equipo. Es como si el sistema protegiera al que en Cali llamarían morrongo, al calladito...para mejor entendimiento universal, al que tiene el famoso nadado de perro. Sin embargo, también  puede ser tóxica la actitud contraria, alguien que está desmotivado, hace lo mínimo por cumplir, se retrasa en sus tareas, no responde mails, no da una opinión y jamás genera una discusión.  En la mayoría de organizaciones podríamos pensar que el tóxico es el que genera más ruido. Es al que más se castiga, el que normalmente regañan, al que le ponen más quejas en compliance.  Hoy hago una reflexión para que pensemos qué tan perfectos somos. ¿Qué tan tóxicos hemos sido, qué tanto hemos cargado con la responsabilidad de las malas decisiones en el equipo? También sirve para el ámbito personal. No es una reflexión únicamente corporativa. Uno de los mayores grados de madurez y seniority lo podemos ver en la autoconciencia, en ese puente donde entendemos qué hacemos bien y qué hacemos mal para nosotros mismos y para otros.

Es fácil saber si hay toxicidad. Aprendamos a entender lo que nos dicen los demás. Cuando hay silencios prolongados, cuando la gente cierra los brazos al verte, cuando te quedas renegando solo, cuando te vuelves una aspiradora energética.  También hay una forma muy evidente de notarlo. Si en tu oficina guardas silencio por simple pereza, miedo o egoísmo sobre un tema determinado y al pasar el tiempo notas que lo que debiste decir hubiera evitado un error, salvar a alguien, cambiar el rumbo de un resultado, mejorar una relación; es decir si lo que guardaste tenía impacto y lo callaste solo por evitar una discusión, tu toxicidad es muy alta. No te notan es cierto. Pero me parece una conducta poco ética callar. Hace poco leí en una investigación de Harvard que hay un rasgo que comparten los compañeros tóxicos, creer que siempre se debe seguir las normas. Obviamente hablo de cosas éticas, pero de procesos que pueden ser abordados de manera diferente para llegar a un bienestar de equipo. La inflexibilidad sin criterio hace generar anticuerpos en la gente que se preocupa por un resultado colectivo. Las relaciones tóxicas se vuelven a veces de codependencia, no solo en lo personal sino por supuesto en la vida de las organizaciones. El mundo está lleno de hechos impredecibles. Sin embargo, estamos todo el tiempo tratando de controlar las emociones ajenas, las acciones de los demás, incluso nuestros propios prejuicios, cuando al final a veces no sabemos ni cómo reaccionaríamos ante una situación de peligro. Hay que autoconocerse, tener esta capacidad nos ayuda a ser mejores miembros de manada. Ganémonos el salario de manera respetuosa con la empresa. Esa tibieza de corazón solo nos hace tener largas noches de insomnio. Conozco a varios que deben haber pasado noches sin dormir por no haber abierto la boca cuando debían.

De acuerdo con la ley de la correspondencia la forma en que la gente responda y reaccione ante ti será un reflejo de tu actitud y comportamiento hacia ella. Por eso el camino está en mirar primero tu interior…¿cuándo fue la última vez que lo hiciste?