Polémica por censura a Peter Handke

Castigado por ir a un funeral

La prensa europea no ha parado de publicar artículos sobre la asistencia del escritor austríaco Peter Handke, para muchos candidato al Nobel, al entierro de Slobodan Milosevic. Una obra suya ya fue censurada en la Comédie-Française.

Oscar Collazos*
16 de mayo de 2006

Todo empezó el 18 de marzo de 2006, en Pozarevac. Todo empezó con la asistencia del escritor austríaco a las exequias de Slobodan Milosevic. A efectos del escándalo, todo empezó con la nota de prensa del Nouvelle Observateur, el influyente semanario francés, aparecida el 6 de abril de este año, firmada por Ruth Valentíni.

La nota de Valentíni fue el punto de partida de lo que en verdad ha sido el principio del escándalo: la decisión de suspender el montaje y la representación de la obra Viaje al país sonoro, de Handke, tomada por Marcel Bozonnet, administrador de la Comédie-Française.

¿Por qué influyó el artículo del Nouvelle Observateur en la decisión que, desde todo punto de vista, es la censura repentina a uno de los grandes escritores de nuestro tiempo? Muy sencillo. Madame Valentíni le reprochaba al escritor el haber asistido a los funerales de Milosevic. “Cinco frases mentirosas” –como las llamó la escritora Anne Weber en Le Monde– bastaron para que se considerara al escritor austríaco poco menos que cómplice del hombre acusado de genocidio y crímenes de lesa humanidad en la guerra de la antigua Yugoslavia. Y ésas fueron las frases recogidas como argumento y justificación por el funcionario de la Comédie.

La ligereza de Bozonnet no empezó solamente al darle crédito absoluto a las afirmaciones de la periodista que acusó a Handke de “aprobar la masacre de Srebrenica y otros crímenes cometidos (por Milosevic) en nombre de la purificación”. No tuvo en cuenta ni se tomó la molestia de averiguar si el autor de Miedo al portero al penalty (Alfaguara, 1994) se había defendido de estas acusaciones, como en efecto lo había hecho. Lo había hecho de inmediato pero, pasadas tres semanas, la rectificación no había aparecido en el semanario. Y no solamente no había aparecido la respuesta de Handke, sino que se le respondió que “la persona que se ocupa del correo de los lectores está actualmente de vacaciones”(Le Monde, 03.05.06).

¿Qué decía Handke en su defensa? Apartes de su escrito se reproducen en el recuadro de esta nota, pero hay una frase que despeja el malentendido convertido en causa de la censura: “El motivo principal de mi viaje era el de ser testigo”. Llama la atención en la defensa de Handke la afirmación según la cual “el tribunal (que juzgaba a Milosevic) dejó morir al prisionero. No importa el tamaño de las acusaciones. Lo que insinúa Handke es que el tamaño de los crímenes no excusa la violación de los Derechos Humanos ni del Derecho Internacional Humanitario. “¿No es un crimen la no asistencia a una persona en peligro?”, se pregunta el escritor.

El escándalo, que muchos llamarán “l’affaire Handke”, pero que en realidad es “l’affaire Censure”, ya ha producido reacciones en defensa del escritor. Una de ellas está firmada por la escritora Anne Weber, a la que se le adhirieron, entre otros, el director de cine Emir Kusturika y la Nobel de Literatura 2004 Elfriede Jelinek.

La autora de La pianista (Destino, 2004) y Deseo (Mondadori, 2004), amiga cercana y contemporánea de Handke, no vacila al confesar que se siente “horrorizada de que la Comédie-Française funcione hoy como autoridad de censura y retire de su programa una pieza de Peter Handke (…), a causa de sus posiciones proserbias, de todos conocidas (…). Al no representar por estas razones la pieza, la Comédie-Française, de tan rico pasado, se inscribe en la peor tradición de instituciones culturales que, en tiempos de dictaduras, desechan a los artistas incómodos condenándolos al silencio”. Y añade: “Un comportamiento de esta clase es verdaderamente el menos indicado para hacer justicia a las víctimas del régimen de Milosevic”.

Una pregunta: ¿se censuraría –nunca se hizo– la publicación de los libros de Louis-Ferdinand Céline o Drieu La Rochelle por haber colaborado con el nazismo? No es éste el caso de Handke (ni testigo de la acusación ni testigo de la defensa), pero, en su interpretación extrema, la medida justifica la pregunta.

Leyendo al escritor

Hay que leer a Peter Handke para conocer la clase de desconfianza ideológica que ha cultivado y practicado en su larga trayectoria de escritor. Hay que conocer la desconfianza que le producen las “verdades” de las ideologías y el lenguaje fácil de los medios de comunicación de masas. Entre el anarquismo y el escepticismo, Handke preferiría a veces no existir. Lo dice la primera persona que narra en La tarde de un escritor (Alfaguara, 1990): “Si su profesión le permitiera volver a empezar, no dejaría que hubiera de él ni un solo retrato”.

Escribir obras de arte y borrarse como escritor. Handke perfecciona hasta la radicalidad la aspiración de Flaubert. Y la perfecciona caminando a contracorriente de las certidumbres. “Ya en el hecho de aislarme y hacer mi vida aparte para poder escribir (…) reconocí mi derrota como persona adscrita a una sociedad; yo mismo me excluí de los demás para el resto de mis días (…)”, dice ese narrador autobiográfico.

El hombre que duda. Lo raro, lo escandaloso, es que el país donde nació la “duda metódica” y el pensamiento de la modernidad democrática –de lo cual Francia no ha dejado de jactarse– no sea capaz de entender la complejidad de las dudas que asaltan al escritor censurado cuando responde a las “verdades” establecidas. “No sé la verdad. Pero miro. Escucho. Siento. Recuerdo. Interrogo. Por eso estoy hoy presente aquí, cerca de Yugoslavia, cerca de Serbia, cerca de Slobodan Milosevic”, dijo en las breves palabras pronunciadas en el funeral del dictador.

¿Desde qué perspectiva se pueden leer las actitudes y las palabras de
Handke? Parto de un supuesto: el escritor no pretendía justificar los crímenes de Milosevic, sino comprenderlos como testigo. Quería ser testigo. Aceptado. Testigo en un sentido diferente al de la acusación y la defensa. Aceptado porque es lo que ha dicho en su extenso texto enviado a la revista alemana Focus, publicado allí el 27 de marzo (ver recuadro). Pero, ¿cuál es el grado de ese escepticismo, el tamaño de la duda que le impide tomar decidido partido a favor o en contra de Milosevic hasta dar la impresión de ser su defensor?

Allí es donde la personalidad de Handke, cuya literatura está tan cerca de Samuel Beckett como de Thomas Bernhard, se vuelve un poco oscura, pero, por lo oscura, no deja de ser visible. ¿Oscura? Si la claridad es la inmediatez irreflexiva del juicio, se diría el escritor, prefiero las sombras. Se repliega entonces hacia la ambigüedad. Si lo políticamente correcto afirma y extiende la afirmación hasta el lugar común de un tribunal incuestionable, entonces… Entonces aparece el defensor de Joseph K., la víctima de El proceso de Kafka.

Como centroeuropeo que es, Handke debe de pensar siempre en Kafka. ¿Sirven estas reflexiones para exponer un asunto político y ético como la censura impuesta a un escritor que se resiste a ser juzgado en un proceso que sólo contempla la existencia de malos y buenos? Sirven y deben estar en el centro del debate.

Quienes quieran entender parte del asunto que implica a Handke en una cruzada de “lo correcto” contra “lo falso” podrían consultar el libro La pureza religiosa (Espasa, 1996), de Bernard-Henri Lévy. Sobre todo el capítulo “Demonios y quimeras”. Occidente, la Europa “civilizada” y “democrática” cruzaba entonces los brazos. La guerra en Bosnia no parecía ser asunto de Europa. Tampoco lo fue el genocidio de Ruanda. Pero éste es otro asunto. Por ser otro asunto, sin embargo, no deja de ser el paisaje de fondo que hay detrás de la censura a una obra teatral de Handke por parte de una institución superior del Estado francés.

“La presencia de Handke en las exequias de Milosevic es un ultraje a las víctimas”, dijo como justificación de la medida el funcionario Bozonnet. ¿Es entonces necesario separar la pieza de Handke del ciudadano Handke, aquél que, no habiendo en principio decidido asistir al entierro de quien, desde su punto de vista, fue víctima por negligencia del tribunal que lo juzgaba, atiende la invitación de la familia de Milosevic y asiste a las exequias? Dudo que se puedan dividir hombre y escritor. Handke asistió a ese funeral porque quería ser “testigo” y serlo como escritor. Como tal había asumido públicamente posiciones proserbias. ¿No las conocía el funcionario?
Digamos entonces que lo que queda del escándalo, contemplados el escepticismo “ideológico” del escritor y sus posiciones a lo mejor ambiguas, es algo muy sencillo: el rechazo o la justificación de la censura. El rechazo o la aprobación en un Estado fundamentalmente democrático. Es más, en la cuna topográfica de muchos principios básicos de la democracia y los derechos humanos.

Puesto que la Francia de hoy no es la Francia de Vichy ni Pétain, ni Chirac es un pelele nostálgico del iii Reich; mejor dicho: puesto que la Francia de Chirac y Bozonnet no es la Unión Soviética de Stalin y Zdánov, nada más explicable que el debate se incline por la condena a la censura.

Censura o no censura, éste es el verdadero dilema. Si se acepta que hay censuras buenas y censuras malas, empezaríamos aceptando que el procedimiento de acallar a alguien que piensa, y que lo hace sinceramente, tiene validez, según las circunstancias. Según las circunstancias: sí pero no. Lo que sucede es que la interpretación de las circunstancias es siempre caprichosa. De aceptar la censura, la libertad de expresión estaría supeditada a aquélla. Y el principio fundamental, la base para la adopción de ideas y toma de posiciones o interpretaciones de ellas, no sería la libertad sino la censura. .