Leí con atención la carta que una niña de 16 años dirigió al señor Alejandro Santos,
columnista de esa revista y publicada en el #917. Es comprensible la nostalgia que le produce estar fuera de
un país maravilloso como Colombia, donde hoy no se habla sino de desolación y muerte y donde los propios
actores del conflicto no conocen a cabalidad sus propósitos y metas porque sus líderes _si los tuvieron_
optaron por montar un negocio tan abominable e inhumano como el secuestro. Lamentablemente, esta guerra
fratricida tiene orígenes más profundos. Un país donde se acabó la fe y el temor a Dios: donde se
acabaron los principios y valores, no tendrá paz mientras no haya: salud, porque el pueblo se muere en las
puertas de un hospital. Educación: porque sólo es para los privilegiados de la fortuna. Empleo: porque un
índice de desocupación de más del 20 por ciento es el fiel reflejo. Justicia: porque sólo se aplica a los de
ruana.Además, carecemos de un líder capaz de deponer su orgullo personal y sus intereses para que, con
dolor de patria, se dedique a encontrar una salida política a esta guerra de más de 40 años. Guillermo
Lopera Palacios Bogotá