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'Detroit': construcción de memoria

La más reciente película de la ganadora del Óscar Kathryn Bigelow es un ejercicio de construcción de memoria y de reivindicación de un episodio oscuro en la historia de Estados Unidos. Se estrenó en Colombia el 14 de diciembre.

Nicolás Mejía
15 de diciembre de 2017

La discriminación es una respuesta humana a la inseguridad. Los individuos buscan argumentar su miedo convertido en odio con cualquier sofisma. Cuando entonces sus ideas de normalidad se quiebran, la violencia silenciosa y cotidiana se materializa y se hace más cruda, brutal y evidente. El arte en sus distintas formas es un espacio en el que se puede reflexionar sobre estas dinámicas. El cine, por sus rasgos particulares en cuanto a difusión y creación de diálogo, tiene un gran potencial para invitar al público a crear conciencia. Detroit, la película más reciente de Kathryn Bigelow, es un ejercicio de construcción de memoria y de reivindicación que recrea la versión de las víctimas de la masacre del motel Algiers que tuvo lugar el 25 de julio de 1967. Esta cinta, impactante y dolorosa, es un llamado necesario a pensar en nuestra historia como humanidad y en nuestra cotidianidad como individuos.

Detroit busca ser fiel a la verdad que construye y denuncia. En ciento cuarenta y tres minutos de tensión y estremecimiento se construyen los personajes protagonistas de la historia y toma forma su odio, dolor y miedo. Las actuaciones dan lugar en ocasiones a fragmentos de las noticias de entonces y a fotografías de los hechos reales. Las notas de “A Love Supreme” de John Coltrane anticipan la entrada del conflicto de la ciudad – la quinta más grande de Estados Unidos en los años sesenta - a los cuartos del Algiers. Larry Reed, cantante de The Dramatics; Melvin Dismukes, guardia de seguridad; y Robert Greene, veterano de Vietnam, son los protagonistas negros de la historia, cada uno presente en la acción por una razón distinta. Krauss, Demens y Flynn son los nombres ficticios asignados a los oficiales de policía Senak, August y Paille que, según los testimonios de las víctimas, encarnaron la brutalidad racista verbal y física la noche de la masacre.

La película tiene la marca de Bigelow, primera mujer en ganar el premio de dirección de La Academia, por The Hurt Locker (2008). Los saltos en el tiempo son apenas los necesarios y el transcurso de la historia es muy natural. Las cámaras parecen querer meter al espectador en la tensión que viven los personajes. Este ritmo acerca al público al desespero, a la angustia, al desasosiego y precisamente en este desequilibrio es que empiezan los cuestionamientos y la reflexión. ¿Es justificable la violencia como reacción a un proceso histórico de discriminación? ¿Hasta qué punto deben llegar las dinámicas de odio y marginación para hacerse evidentes? ¿Cómo pensar y narrar las dinámicas de exclusión? El lenguaje cotidiano por sí mismo es violento, discriminatorio, así como lo son las ideas y comportamientos que buscan afirmar normalidades. Detroit construye memoria, afirma verdades ahogadas en la burocracia de un sistema judicial tuerto, denuncia un crimen de raza consciente y voluntario.

Para involucrar al espectador, es muy importante el detalle con el que se recrea la escena industrial del distrito de Virginia Park, los conciertos, los carros y los tanques, las tiendas destruidas en las protestas y las fábricas periféricas. Al comienzo de la película una ilustración animada resume las movilizaciones demográficas que definen a grandes rasgos la situación marginal de los negros en Detroit que viven un apartheid, siendo foco de atención del Movimiento de los derechos civiles. Referencias adicionales a lo largo del largometraje contextualizan más la situación. Lyndon B. Johnson, Stokely Carmichael, Marvin Gaye y el sello Motown son las caras presentes en una sociedad marginal donde las expresiones políticas y culturales están completamente interrelacionadas.

Detroit es el retrato de un encuentro violento, es un mensaje para crear conciencia en una época donde la inercia del día a día implica muchas veces evitar la reflexión. Aunque la narrativa de la cinta sea muy propia del lenguaje norteamericano y la denuncia no venga directamente de alguien que haga parte de un grupo históricamente discriminado, el diálogo que la película genera y su invitación a reflexionar, como construcción de memoria, son elementos de gran valor. Detrás de los mil cien soldados que ocupan la ciudad, del toque de queda y de los discursos políticos, hay tensiones e historias de vida que se estrellan con la falta de oportunidades y con la represión tácita y cotidiana que ejercen y mantienen los grupos de poder. Detroit es una denuncia y un documento de memoria, es un ejemplo del cine que asume compromisos con la realidad e invita a desafiar las narrativas tradicionales de discriminación.