Home

Cine

Artículo

Sunny Pawar interpreta al protagonista en la primera mitad de la película.

Reseña

Volver a casa, 25 años después

La ópera prima del cineasta Garth Davis, nominada a seis premios Óscar, cuenta la historia real de Saroo, un niño indio que, tras extraviarse en Calcuta y ser adoptado por una familia australiana, decide de adulto volver a la India para buscar a su mamá y a sus hermanos.

Christopher Tibble
17 de febrero de 2017

Un niño que no sabe actuar es un beso de muerte para cualquier película. Rompe, sin querer, y de manera inmediata, la cuarta pared. Se trata de un fenómeno que cuenta con ejemplos de sobra, como el pobre Jake Lloyd, quien interpeta a Anakin Skywalker en Episodio I: La amenaza fantasma, y con pocas -pero notables- excepciones: basta pensar en la magistral interpretación que hace a los 13 años Jean-Pierre Léaud como Antoine Doinel en Los 400 golpes, la primera película de Francois Truffaut.  

En su ópera prima, Un camino a casa (2016), que recibió seis nominaciones a los premios Óscar este año, el cineasta Garth Davis decidió correr ese riesgo: durante la primera mitad de la película, la cámara sigue las desventuras dickensianas de Saroo, un niño indio extraviado en medio de Calcuta. Pero, por fortuna, la apuesta le funcionó. El pequeño Sunny Pawar no solo guía con destreza al espectador por entre los callejones de la ciudad, sino que logra transmitir las emociones correspondientes a su situación: tras quedarse dormido en un vagón no lejos de su pueblo natal, el tren arranca y lo expulsa 48 horas después en una ciudad inhóspita e indiferente. Incapaz de regresar a casa, atraviesa una sarta de encuentros desafortunados hasta que, un día, en un orfanato estatal, una familia australiana decide adoptarlo. 

El largometraje de Davis, quien hace unos años filmó junto a Jane Campion la serie policiaca Top of the Lake, se basa en una historia real, la de Saroo Brierley (1981), cuyo periplo recubrió los periódicos de Australia e India cuando publicó en 2014 su biografía, A Long Way Home (El largo camino a casa). En ella, el hoy empresario australiano detalla cómo, mediante la herramienta de Google Maps, emprendió la búsqueda de su familia original.

Se trata, claro, de una historia conmovedora: ¿quién no va a aplaudir al pequeño huérfano que decide encontrar a su familia 25 años después? En este punto, el cinéfilo probablemente gritará: ¡cliché! Y tiene razón. Pero solo en parte. Si bien se trata de un producto meticulosamente construido para extraerle a cada miembro de la audiencia una lágrima, Un camino a casa no es una película empalagosa: gracias a sus buenas actuaciones, a su guion sólido y a un trabajo de cámara coherente, el largometraje de Davis se mantiene de pie, firme, a la espera de poder demostrarle a los escépticos que no todo lo que huele a trillado es necesariamente malo.

También ayuda que el arco principal -el regreso a casa- no es la única temática de la película. En la segunda mitad, que transcurre entre Tasmania y Melbourne, el cineasta australiano disminuye el acelerador y matiza la trama. Saroo, ahora adulto, interpretado por Dev Patel (Slumdog Millionaire), lidia con su novia, la depresión de su madre adoptiva (Nicole Kidman) y con su difícil hermano, que también es de la India. Todos esos elementos asientan la película, le dan cuerpo, hacen del protagonista algo más que “el pequeño huérfano que decide encontrar a su familia 25 años después”. Y es a ese Saroo, enfrascado en problemas no ajenos a los de la mayoría de las personas, al que el espectador acompaña de regreso a su país de origen.