Yokoi Kenji Díaz, conferencista colombojaponés. | Foto: Archivo particular

INTERNACIONAL

¿En qué se parecen un japonés y un colombiano?

El conferencista Yokoi Kenji Díaz, quien pasó su infancia en Colombia y la adolescencia en Japón, y es hijo de una pareja de ambos países, nos explica sobre la mezcla de culturas que lleva en la sangre.

Yokoi Kenji Díaz*
25 de octubre de 2018

A los 10 años llegué a Japón y descubrí que pensaba muy distinto a quienes vivían ahí. Resultó que mi cultura latina tiene gran influencia platónica. Es apasionada, idealista e inclinada al amor sin medida. El japonés, en cambio, es más socrático; es decir, le fascina hacer cuentas, invertir tiempo analizando factores antes de lanzarse al agua, de comenzar una relación o aventurarse a un emprendimiento. A los japoneses les gusta leer el manual de una tostadora, escribir el minuto a minuto de un día de domingo y son famosos por su paciencia y sobriedad al cerrar negocios, por eso no ceden ante nuestras aceleradas frases colombianas como

 “¡Tenemos que hacer el trato ya o se cae!”. Su ritmo es otro.

Esa manera de actuar no cambia cuando deben tomar decisiones amorosas. Un amigo japonés decidió casarse con una mujer diferente a la novia que siempre le conocí. Cuando le pregunté por aquel amorío me respondió: “No la voy a olvidar nunca Kenji, pero con ella no me daban las cuentas”. No se refería solo a los cálculos económicos, muchos japoneses hacen cuentas de temperamento, compatibilidad de carácter, principios e ideales, y luego hacen de tripas corazón, como decimos en Colombia, y se casan con la pareja “más adecuada para el futuro”. Una decisión frívola para nosotros los latinos, aunque nuestra tasa de divorcios sea más alta.

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Te quiero, pero…

En la relación familiar, especialmente en la paterna, ellos tienen un interesante contraste de frialdad y lealtad. Por ejemplo, sé que mi padre daría su vida para salvar la mía, pero es incapaz de sostener una conversación de más de un minuto al teléfono con cualquiera de sus hijos.

Una vez viajé en tren hasta Tokio y al bajar debía pagar un excedente. Intenté hacerme el listo y salir sin pagar, pero el perfecto sistema de cámaras y la seguridad no perdonaron mi picardía. Al ser menor de edad, al día siguiente mi padre tuvo que faltar al trabajo y viajar casi una hora hasta el lugar de los hechos. Al ver de lejos al guardia de seguridad, quien esperaba puntualmente, hicimos la primera venia, caminamos unos pasos, segunda venia, sacamos un sobre con monedas para pagar mi “excedente” y entonces, la tercera venia. Aunque estaba avergonzado, pensé en el exagerado proceso mientras mi padre hablaba con el guardia de cómo se había perdido el Jo¯shiki (sentido común) en la generación actual.

De regreso, el silencio reinó como de costumbre. Una noche antes mi padre me había reprendido fuertemente y no dejaba de pensar en el eterno reproche, llamado “cantaleta” en Colombia, que me esperaba. Mi padre se bajó en la estación de su empresa y, por mi culpa, tuvo que trabajar horas extras para compensar la ausencia de la mañana. Hasta hoy mi papá nunca más habló del tema, había sido un error y un solo regaño.

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El factor humano

La amistad de un japonés educa en disciplina al colombiano y un japonés con amigos latinos asegura la felicidad y flexibilidad de pensamiento. Pero hay algo que nos une, como gemelos, y que Nelson Mandela llamó: “El factor humano”.?Es como un arrebato de humanidad, diría mi madre, donde de repente al colombiano o al japonés les brilla una luz de compasión que supera toda diferencia cultural y cognitiva.

Para esta celebración de 110 años de relaciones diplomáticas entre las dos naciones, es bueno recordar al vicecónsul de Japón en Lituania: Chiune Sugihara. Él puso en riesgo su vida y la de su familia al desobedecer al imperio japonés y expedir visas de tránsito a judíos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial. Trabajó en ello 18 horas al día hasta fracturar su mano y ser sacado a la fuerza de Lituania. El Schindler japonés, como es conocido, lanzó visas desde el tren en marcha. Un arrebato de humanidad que le costó el cargo, pero que salvó más de seis mil vidas. La humanidad no tiene pasaporte, rasgos, ni color. Un Colombiano o un japonés cuando lloran, lloran igual; cuando ríen, lo hacen igual, y cuando deciden amar o salvar al prójimo, lo hacen con la misma intensidad que caracteriza a los buenos seres humanos.

*Conferencista colombojaponés.