Pamuk convirtió su libro ‘El Museo de la Inocencia’ en un museo real que recopila los objetos que menciona en el libro. | Foto: Anadolu

LITERATURA

Orhan Pamuk, el hijo de la nieve

Una semblanza del escritor turco, autor de ‘Me llamo Rojo’ (1998) y ‘Nieve’ (2002); y ganador del Nobel de Literatura en 2006.

Fredy Gonzalo Nieto*
24 de diciembre de 2018

Con una tradición oral rica en leyendas, los turcos usan el pasado inferencial como tiempo verbal para describir situaciones que fueron contadas por alguien más sin saber con certeza si la frase es verdadera o no. Por ejemplo, cuando dicen “parece ser que corrió” o “se dice que se casó”. Esa forma de relatar las vivencias terminó por consolidar parte de lo que el mundo conoce de Turquía y así fue como a Orhan Pamuk (Estambul, 1952) le contaron parte de lo que no recordaba de su infancia y que después le serviría como insumo para sus libros.

Si antes de entrar al juego que plantea en sus relatos Turquía parece algo ajeno, recorrer las páginas de sus libros permite abrazar cualquier escenario, desde el remolcador que baja la chimenea para atravesar el Bósforo, hasta un paisaje nevado sobre el Puente Gálata. Como cuenta en Estambul, ciudad y recuerdos (2003), si para otros escritores su identidad creativa ha ganado fuerza con el destierro, lo que en él ha marcado una línea narrativa ha sido depender de Estambul, así entendió que “el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter”.

Pamuk, nacido en una familia que hizo fortuna con la construcción de ferrocarriles, asistió al Robert College, donde la élite turca envía a sus hijos para que reciban una educación secular al estilo occidental. Desarrolló un gran entusiasmo por las artes visuales, por eso no es casualidad que aún hoy, a sus 66 años, salga a las calles de Estambul con cámara en mano a buscar el primer efecto que tiene la nieve, “ese silencio medieval que produce”.

Tal vez fue la ciudad misma la que le indicó en su juventud que necesitaba a alguien que la construyera desde las palabras y no desde el acero y el concreto. En 1972, Pamuk inició sus estudios de arquitectura que tres años después abandonó, para terminar graduándose en Periodismo en la Universidad de Estambul. Antes de vivir en Nueva York entre 1985 y 1988, donde trabajó como profesor en la Universidad de Columbia, ya había publicado dos novelas: Cevdet Bey e hijos (1982) y La casa del silencio (1983).

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Sin embargo, solo hasta 1998 la crítica vio en Pamuk un escritor maduro por cuenta de Me llamo Rojo, un relato narrado por múltiples voces sobre el misterio de un asesinato en la Estambul del siglo XVI. Cinco años después recibió el Premio Internacional Literario de Dublín por ese libro que perfilaba con maestría temas como el valor de la belleza y la rivalidad entre hermanos.

De a poco, la voz de Pamuk acumuló prestigio y parecía ser la que podía arrojar luz sobre los problemas turcos más urgentes. Hoy se preocupa por la situación de la libertad de expresión en su país, pero en febrero de 2005, durante una entrevista con el periódico suizo Tages-Anzeiger, había dicho que “treinta mil kurdos y un millón de armenios fueron asesinados en estas tierras y nadie más que yo se atreve a hablar de ello”. Bastó esa frase para quedar en la mira de la prensa nacionalista porque después de todo, el gobierno turco sigue negando el genocidio que tuvo lugar contra los armenios en 1915 y ha impuesto leyes que restringen la discusión del conflicto kurdo, aún en curso. Fue acusado de denigración pública de la identidad turca, pero finalmente la investigación fue archivada.

Más allá de sus comentarios políticos, Pamuk ha dejado claro que si la literatura debe explorar y describir las preocupaciones básicas del ser humano, su trabajo abraza la idea de que el mundo no tiene un centro; en toda periferia hay semejanzas y por eso todos podemos ser ese estudiante veneciano de El castillo blanco (1985), quien en el siglo XVII es capturado por unos piratas y llega a Estambul para enfrentarse con su verdadera identidad; o Kemal, el protagonista de El Museo de la Inocencia (2008), que visitó más de 1.700 museos en busca de los elementos necesarios para expresar una única obsesión: el amor por una mujer; o apropiarse de las vivencias del poeta turco exiliado en Frankfurt que en Nieve (2002), debe viajar a una ciudad remota al norte de Turquía para ser testigo del radicalismo religioso y político que se tomó el país.

En La maleta de mi padre –título del discurso que leyó cuando recibió el Nobel en 2006– Pamuk se pregunta sobre la felicidad y sobre si esa era la medida correcta de una buena vida. “Escribo para librarme de la sensación de que hay un sitio al que debo ir, pero al que no consigo llegar”, dijo ante los miembros de la Academia Sueca. Mientras allí y en otras partes del mundo muchos lo aplauden, para algunos en Turquía no es más que un traidor. Lo cierto es que para nadie es un secreto que Orhan, nombre que significa ‘gran líder’, impresiona como novelista por la paciencia con la que cubre la distancia que hay entre Oriente y Occidente.

*Periodista internacional.