Las danzas del sainete se inspiran en el bunde y la contradanza, y en la música de cuerdas como en los aires andinos. | Foto: Sebastián Morillo

CULTURA

Con el sainete los afros se ganaron el respeto de la gente

Danza, música y burla a los antiguos amos de esclavos componen la tradición viva del sainete en Girardota.

Gonzalo Mallarino*
17 de diciembre de 2018

Nancy Serna Foronda es negra. Es inmensamente bella, como Colombia. Es más, las cosas que son bellas en ella, son las mismas que son bellas en Colombia. Mejor dicho, esta mujer es Colombia misma. Antes, cuando por la calle le gritaban, negra, negra, ella, ellas todas, retrocedían, se apocaban, se agobiaban. Hoy no, los negros y las negras del municipio de Girardota ya no retroceden.

Y no lo hacen porque saben quiénes son. Se reconocen a sí mismos y se miran, las manos, los ojos, la piel, y se dan cuenta de que son colombianos. Y en Girardota, ese municipio de Antioquia, esto no es solamente una frase, no es una hipótesis, allá significa haberse ganado ese derecho hace 200 años, luchando, doblegando a la vida cuando podía ser tan amarga y tan dura. Como era la vida de los esclavos.

Entonces, nació el sainete. Para burlarse de los amos, para burlarse de las lágrimas, para alegrar las almas que tienen que reír en algún momento, que tienen que bailar, que tienen que llenar la vida de besos y de esperanza. Sí, el sainete se inventó para eso, se desprendió de otras formas españolas del teatro y la comedia, para eso. Y se volvió negro primordialmente. Y así es en Girardota, hace 200 años.

Nancy Serna Foronda desciende de esa gente. Toda su comunidad en la vereda de San Andrés viene de allá. Pero no están atados al mar, a los tambores obsesionantes, al mapalé o al currulao. No. Esto es lo increíble, lo espléndido de cómo se va haciendo Colombia, cómo se va dibujando el cuerpo joven de un país lleno de iones y tendones y canciones, que vienen de muchas razas. Las danzas típicas del sainete, las que vimos hace unos días en Girardota en el Parque Vivo del Sainete, son más bien el bunde y la contradanza, la música de cuerdas como en los aires andinos. Así es, es magnífico esto, es Colombia palpitando, como un corazón rojo y brillante, como unos labios rojos y brillantes que chupan caña de azúcar o gajos de naranja.

A través del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia, el sainete y las danzas de Girardota van a ser declarados patrimonio cultural e inmaterial de la región. Nada menos. Para ir poniendo a salvo todo esto. Para que nunca se pierda. Para que lo negro ancestral nunca se olvide y siga formando parte de las moléculas y los recuerdos de los colombianos. Rojos, Forondas, Saldarriagas, Cadavides, apellidos del mito, serán siempre preservados. Podemos tomarnos un aguardiente ahora, en recuerdo del legendario abanderado Nazario Foronda, quien ya descansa entre los minerales de la tierra pero en vida, con su voz de relámpago, les dijo a todos durante años y años cómo era la historia del bobo del pueblo, del alcalde acucioso, del marido celoso, o de la niña solterona que miraba ilusionada por la ventana. ¡A la salud de Nazario Foronda! Y a la salud de los otros, de los imprescindibles como José Jesús Rojo o Carlos Cadavid, que aún alientan en esta vida.

¿Y los mestizos, y los criollos? Ellos también son Girardota. Los “Cadavides blancos” como dicen allá, también son Girardota. Algunos fueron los amos antes, los dueños de las haciendas y las dehesas. Pero todos “sainetean”. Y es muy bonito de ver, su sainete tiene la gracia, o me hizo pensar mejor, en la gracia de las páginas de don Tomás Carrasquilla. Ellos también llevan en la frente esta tradición y la fuerza para echarla a volar por las breñas y las montañas de todo el municipio.

Así es la cosa en Girardota. Para las fiestas de este año, que terminaron el domingo 2 de diciembre, fueron cientos de turistas. De muchas regiones del país y de otros países. Todos, todos los aguardaban para presentarles el sainete y las danzas. Y para ir a los trapiches, y para hacer caminatas o paseos a caballo. Y para ver las pinturas antiguas que hay en unas piedras inmemoriales. Todos hablando con ese acento antioqueño, todos dulces y generosos con los visitantes. Muchos niños y jóvenes tomaron parte esta vez en las representaciones. Eso es esperanzador. Si los niños y los jóvenes participan, la tradición no morirá nunca.

*Escritor.