Gómez ha vivido más de 30 años en París, pero conserva intacto su acento paisa. Todos los años procura regresar a Girardota. | Foto: Diego Zuluaga

ARTE

Jaime Gómez, el pintor girardotano que ha triunfado en París

Este artista pulió su obra plasmando en lienzos las montañas que lo vieron crecer. En París le dio un vuelco a su obra y ya ha exhibido en Hamburgo, Nueva York y Singapur.

17 de diciembre de 2018

Una vez por semana, Jaime Gómez limpia el pasillo del edificio donde vive, a unas cuantas calles del Museo del Louvre. Cada mañana saca la basura del conjunto parisiense donde trabaja como conserje, una tarea que no le toma más de diez minutos. Para él, su trabajo es toda una suerte, pues como no le ocupa mucho tiempo, le permite vivir cómodamente y dedicarse de lleno a su verdadera vocación, la pintura, sin las presiones del circuito comercial del arte.

Muchos pintores, como el francés Paul Gauguin y el español Pablo Picasso, descubrieron su vocación desde la niñez. El caso del girardotano Jaime Gómez es similar. Cuando tenía 11 o 12 años demostró por primera vez sus habilidades artísticas, pero tuvieron que pasar siete u ocho años más para que, gracias a un curso de dibujo clásico en la escuela de bellas artes de la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín –donde se licenció en Filosofía y Letras–, se dedicara a explorar de nuevo estas destrezas, esta vez de forma permanente. “Mi papá, que era carpintero, un día me pidió que pintara un telón para un pesebre y me enseñó a mezclar los vinilos que tenía. Eso me fue generando una inclinación por el arte. Pero ese impulso fue truncado por burlas en la escuela”, recuerda Gómez.

Con el paso de los años, la herida sanó. Al finalizar sus estudios universitarios, Gómez se dedicó a pintar en una finca alquilada en las afueras de Girardota, donde un día recibió una invitación para exponer por primera vez en la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos. Su dedicación le permitió seguir creciendo como pintor, dibujante y grabador. Recibió, en 1979 y 1980, el premio del Salón de Arte Joven del Museo de Antioquia. Participó en la Cuarta Bienal de Arte de Medellín (1981), que le sirvió como plataforma para dar a conocer su trabajo fuera de Antioquia, primero en el Salón Atenea, que se llevaba a cabo en el Museo Nacional de Bogotá, y luego en México, donde participó en otra bienal de arte. Fue por estos años cuando comenzó a vivir de la pintura.

Su amor por el arte lo llevó hace más de 30 años a París. A los tres meses de su llegada a la Ciudad Luz, adonde lo invitó a pasar un año su amigo Fernando Zapata, girardotano y pintor como él, Gómez supo que se quedaría. Amaba a Girardota, pero sabía que en Europa podría potenciar su trabajo. Tenía razón. El escritor Plinio Apuleyo Mendoza publicó un libro en 1987 en el que presentaba a varios artistas colombianos, como Fernando Botero, que habían vivido en la capital francesa en los últimos dos decenios. En el libro incluyó a Gómez, de quien dijo: “La influencia de París en sus pasteles y carboncillos ha sido evidente. Sus exposiciones (...) revelan un artista nuevo y fino que ha pulido su expresión”.

Desde entonces, sus obras han hecho parte de exposiciones individuales y colectivas no solo en Colombia: también en Francia, Estados Unidos, Singapur, Alemania y Costa Rica.

De montañas a bodegones

Gómez comenzó pintando las montañas de Girardota y Colombia. Después empezó a plasmar en sus lienzos otros puntos de la cordillera de los Andes, como las cumbres chilenas. Cuando llegó a París no encontró montañas, así que se fue volcando cada vez más hacia los interiores. En 1994 escribió sobre esta transición: “Ahora dibujo y pinto las frutas y verduras que vienen del campo a la ciudad, me gusta disponerlas con un orden determinado”.

No tardaría en implementar en sus obras algunas innovaciones siguiendo el gusto de los críticos contemporáneos, como hacer pinturas tan largas que debían extenderse en el piso para su exposición, pero esa ‘novelería’ se le pasó con el tiempo y su obra se transformó en clásica. “Debía respetar los materiales y el ojo”, dice él.

Gómez no pretende protestar a través de su arte. Su interés es meramente estético; le rinde culto a la belleza, que algunas corrientes contemporáneas han declarado extinta o innecesaria. La filosofía y la poesía, que lo han acompañado a lo largo de su vida, han permeado su obra. Sin embargo, no hay en él una intención de que el contenido literario sea explícito. Su idea, en cambio, es que la escena sea armoniosa y el código, acorde con la naturaleza. Sus pinturas son reflejo de su propio orden, un rasgo que dice haber heredado de su madre. También reflejan su sibaritismo, característica que destaca en él su hermana Margarita Rosa.

Ocasionalmente, Gómez, a sus 67 años, da clases a los aspirantes a escuelas de arte francesas. Visita cada año a sus hermanas, que viven en su casa familiar en Girardota, donde alrededor de un patio luminoso están colgados y guardados muchos de sus cuadros. Varias décadas han pasado. Eso sí, su acento paisa se mantiene intacto.