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CON SU PERMISO YO ME PISO

Esta columnista dice 'chao' y cuenta intimidades de su oficio.

12 de julio de 1999

Me tome el trabajo de hacer las cuentas y resulta que he colaborado en esta revista
durante 372 semanas, o sea que he escrito 372 artículos de reseñas bibliográficas. Como puedo asegurar
que todo libro sobre el cual he dado una opinión lo he leído completo, concluyo que a lo largo de estos
ocho años le leído para otros alrededor de 750 libros. Pero, en cambio, he dejado de leer para mí casi otro
tanto. Esto último se debe a los criterios que he empleado para informar a los lectores de SEMANA sobre
la actualidad bibliográfica. En primer lugar decidí que solo debía referirme a publicaciones que estuvieran en las
librerías del país y en segundo lugar quise informar sobre las novedades que el lector podía encontrar en
ellas, o sea: nada de libros publicados años atrás. En tercer lugar me impuse dar cuenta no solo de las
obras literarias _como se usa en los medios del país_ sino de todo lo que pueda interesar al lector:
ecología, educación, ventas, ciencia, política, mercadeo, historia, arte, cine, administración, humor,
investigación, filosofía y hasta autoayuda. Fue muy duro mantener esos propósitos, porque he tenido que leer
para reseñar muchísimos libros que son atractivos para los lectores de la revista, pero no para mí. Y leer es lo
que más me gusta en la vida, así que resolví volver a hacerlo para mí y esta es la razón por la que me retiro
a mis cuarteles de invierno. Quiero hablar un poco de mi experiencia. En Colombia, donde los medios son
tan cicateros y mezquinos con los temas culturales y científicos, pasan del todo inadvertidas
investigaciones notables. Y doy un ejemplo entre tantísimos: la que realizaron sobre la educación escolar en
el país Javier Sáenz Obregón, Oscar Saldarriaga y Armando Ospina. Y las revistas, sean literarias, de arte,
sobre ciencias sociales o historia o de investigación científica, no reciben ninguna divulgación: no
existen. Y así podría enumerar casos y cosas hasta el infinito. En esta columna se quiso dar un espacio a
esas publicaciones y también al importantísimo trabajo de investigación y divulgación que se desarrolla en
universidades, institutos, fundaciones y centros de estudio. Fue mi propósito, además, comentar obras
literarias de escritores colombianos, pero ahí topé con la feria de las vanidades, pues no hay entre nosotros
costumbre de recibir bien la crítica. Por ejemplo, Germán Castro Caycedo me quitó el saludo porque no me
deshice en alabanzas sobre un libro suyo y Silvia Galvis y Fernando Vallejo no dejaron de cobrarme alguna
crítica adversa a sus novelas. Pero debo dar asimismo un ejemplo de lo contrario: alguien que no se ofendió
porque no dejé bien parada una obra suya fue Germán Santamaría, lo cual le agradezco pues siempre trato de
ser honesta en mi trabajo y creo que él lo comprendió, Gracias a este oficio leí varios libros espléndidos, que
de otra manera quizá nunca hubiera conocido, tan estupendos como La conquista de México, de Hugh
Thomas; los cuentos de Dorothy Parker; Amor y odio, de Willliam Shirer, sobre la relación de Tolstoi y su
mujer; la biografía de Nora Joyce, de Brenda Maddox y el extenso trabajo sobre Keats, de Cortázar. Pero
también me vi obligada a leer libros muy malos, como las cursilerías de Paulo Coelho, la novelita de Plinio
Apuleyo, los engendros oportunistas de Mauricio Vargas y las historias tontas de un joven peruano,
presentador de televisión en Estados Unidos, cuyo nombre ahora se me escapa. No todo fueron libros. Un
ejemplo: en esta columna se dio el primer y más sonoro campanazo sobre la amenaza del IVA al libro y
ganamos la batalla. No es ello poco mérito, si se tiene en cuenta que fue una contienda contra Fanny
Kertzman, esa dura, implacable y valerosa funcionaria. Hubo también una sonora metida de pata, como la del
cuento de García Márquez. Agradezco a los lectores su confianza en mis criterios, confianza que tantas
veces se hizo explícita. Agradezco a Felipe López la oportunidad que me dio de trabajar a su lado: él es el
gran periodista que tiene hoy el país. Y agradezco a mi librero, Felipe Ossa, que se mantuvo alerta sobre las
novedades bibliográficas para informarme y poder yo, a mi turno, informar al lector.