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EL DEDO EN LA HERIDA

Nacionalismo vs. internacionalismo artístico, vieja polémica que cobra vigencia. Una respuesta a Galaor Carbonell.

8 de noviembre de 1982

La vieja polémica entre nacionalismo e internacionalismo artístico ha cobrado nuevamente fuerza en el país, lo cual es signo de vitalidad creativa y puede resultar iluminante. Dicha polémica, no obstante, ha sido con frecuencia aprovechada por pintores y políticos en beneficio personal apelando en terminos sentimentales y simplistas al más elemental nacionalismo. En consecuencia, es conveniente precisar algunas de las ideas que actualmente lo motivan y recontar algunos de sus argumentos anteriores, con el objeto de que se conozcan y comprendan plenamente las posiciones antagónicas; e inclusive con el fin de que nadie se deje engatusar con malos cuadros por la sola razón de que se muestran entre lágrimas, de que mencionan a la madre, o de que incluyen la bandera.
En primer lugar, esta polémica no se ha dado nunca sola, sino que ha estado unida a otra sobre el arte de vanguardia y al estatismo en la pintura y la escultura. Siempre ha habido artistas que han encontrado inadecuados los viejos moldes de creación, arguyendo, por ejemplo, que las particularidades del presente no pueden expresarse con las voces del ayer, o que la noción misma de creatividad implica cambio y movimiento, no condescendencia.
Son éstos, por supuesto, los artistas que han quedado inscritos en la historia y quienes han logrado en su trabajo un fuerte acento personal y un reflejo cristalino de sus circunstancias culturales. Puesto que cultura no es un concepto equivalente a geografía, como ingenuamente se pregona, sino un concepto que involucra nociones temporales, gracias a las cuales se comprende, por ejemplo, que no es lo mismo la cultura griega de hoy que la de comienzos de esta era, o la cultura colombiana actual que la prehispánica.
También ha habido, sin embargo, desde hace mucho tiempo, pintores, escultores, y en general personas dedicadas a labores que, por no estar respaldadas por una reflexión inteligente o por talento, sólo pueden calificarse de manuales. Son estas, generalmente, las personas que (aspirando a convencer de que lo propio es aceptable y a conseguir con ello algunos dividendos), sostienen que los cambios en el arte no deben suceder y que hay que excomulgar lo nuevo y lo distinto.
Pues bien, entre estos últimos ha sido, en épocas distintas, recurso favorito acusar a los primeros de internacionalismo mientras reclaman para sí las bendiciones de la sangre y de la raza. Por lo general sus argumentos son el resultado de falacias tan graciosas como aquella de que es mejor que se mueran los indigenas que aplicarles un medicamento fabricado en otra parte, o que es mejor montar en mula que en carro o en avión dado su origen extranjero. Pero por risibles que parezcan tales argumentos la verdad es que cuando éstos se han expuesto al compás de cursis llamamientos al más superficial nacionalismo, han logrado conseguir un buen número de adeptos.
Después de todo, ¿quién puede resistir estóicamente almibaradas referencias al terruño y al hogar o efervescentes alusiones a la patria así sean equivocadas? Yo no puedo. Por el contrario se me para el corazón y me provoca un aguardiente... aunque después recapacite y, sin dejar de ser patriota busque solamente la verdad y lo mejor.
Porque no es cierto desde luego que los artistas colombianos copien o repitan lo que se hace en Nueva York ni que las obras de avanzada omitan o desdeñen las referencias regionales. Todo lo contrario, el nacionalismo que iniciaron en el arte colombiano los Bachué y que prosiguieron Botero y Obregón, ha cobrado vigencia en nuestros días via conceptos singulares y profundos como los que sintetizan los trabajos de Beatriz González. Y es en parte gracias a su ejemplo que en el arte colombiano más reciente se hace permanente y explicita alusión a lo local, a lo aledaño y a lo autóctono, aun cuando no se acuda para ello a la entonación veintejuliera ni a la ramplonería cromática que se pretende hacer pasar como valores propios y creativos en nuestra apreciación y discusión del arte. Tampoco, por supuesto, es original de nuestros más ineptos pintores del momento, la idea de que mirar y comprender el arte realizado fuera del país represente una amenaza cultural.
La idea fue expuesta (y convertida en ley) primero por los nazis, aun cuando hay que reconocer que en Colombia ha florecido con cierta intermitencia, y que, curiosamente, siempre ha sido esgrimida por pintores que han tratado de justificar con sus escritos la mediocridad inapelable de sus obras.
En efecto: para Hitler, Goebbels y demás jerarcas del nazismo el arte de su tiempo no era suficientemente puro ni germánico puesto que miraba y se influenciaba con aportes y descubrimientos que provenían del exterior. Había que erradicarlo del país a cualquier costo. ¿El resultado? Se extinguieron la Bauhaus y el movimiento expresionista; se persiguió y se torturó a los más logrados artistas del período; agentes del Servicio Secreto reemplazaron a las directivas de todos los museos; y se proclamó como doctrina cultural que el objeto más perfecto concebido en el curso de la época no había sido realizado en un estudio puesto que se trataba, nada menos, ¡que del casco de hierro del ejército! Paradójicamente, la historia ha bautizado con su nacionalidad alemana al movimiento expresionista, dejando en claro la torpeza y la ceguera de semejantes actitud y pensamientos.
Ahora bien, en Colombia esta doctrina no ha tenido efectos tan siniestros y dramáticos, sino que han sido más bien un poco absurdos, como de chiste o de comedia. Así lo ponen de presente, por ejemplo, los ataques que al tríptico sobre Bolívar del pintor Santa María le dirigiera otro pintor, Rafael Tavera,quien, para demostrar inexistentes calidades en sus lienzos, se sentía impelido con frecuencia a ejercitar la critica de arte. Según él, la obra era "modernista", y dicho movimiento no sólo era "destructor" sino que había sido explotado únicamente por aventureros "hasta terminar en las ridiculeces de un Picasso o un Picabia". ¿El resultado? El tríptico fue removido posteriormente del Capitolio Nacional, lugar para el cual había sido concebido y realizado. Pero también en nuestro caso la historia se encargó de demostrar que el buen artista y quien realmente poseyó un sentido crítico fue Santa María.
Paradojas de este tipo son las que hacen apenas natural que en el país se pueda dar también el caso de que un pintor se atreva a amonestar a los artistas colombianos por su internacionalismo y a recriminarlos por sus intereses en la creatividad contemporánea.
Si la situación no fuera cómica y no llevara consigo los recuerdos de un período tan funesto de este siglo, es posible que la burda acusación lograra convencer a algunos pocos. Pero el país ha madurado y aprendido a distinguir los motivos que pueden impulsar a un pintor o a un escultor, tanto a protestar contra entidades que no ven mérito en sus obras, como a intentar desprestigiar a sus colegas. Es decir, en Colombia se captan actualmente sin esfuerzo las enormes diferencias entre un argumento intelectual y las razones e intereses personales. Y por ello, hoy más que antes, una polémica sobre el nacionalismo y el internacionalismo en cuanto al arte, puede enderezar muchos entuertos y puede resultar iluminante.--
Eduardo Serrano