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EL OJO-LENTE DE UN BARRANQUILLERO

Con ricas pastas, atrevidas texturas y collages impertinentes, Víctor Laignelet construye sus figuras aparentemente deformadas por la visión de un lente fotográfico

16 de abril de 1984

Indudablemente, el fin de este siglo, o de este milenio, ha sido época de recapitulaciones o de recopilaciones. Es obvio que se han terminado las vanguardias y que lo que se hace, mayoritariamente, es reprocesar el material que nutrió la actividad artística por lo menos hasta 1950. De allí en adelante, el empuje creativo comenzó a menguar y se transformó en un revivir de tendencias anteriores, recombinándolas para llegar a esta mitad de los ochenta proponiendo yuxtaposiciones cada vez más complejas o singulares, a veces incluso peregrinas.
El proceso recién descrito es natural de cada fin de siglo y no es la primera vez que ocurre: la inclinación al eclecticismo toma lugar casi con precisión cada vez que finaliza un gran período redondeable.
Sin embargo, el fin de siglo pasado tuvo, además de las sumatorias recapitulativas, su buena dosis de creadores de avanzada, de manera que mientras por una parte trabajan artistas como Degas y Tolouse Lautrec que pulían el clasicismo, también se hacía sentir la labor de otros que, como Cezánne, abrían puertas nuevas para la creación estética.
Víctor Laignelet es un artista con un complejo marco de referencia. En primer lugar es preciso relacionar su obra con la presencia anterior del inglés Bacon en cuyo trabajo la figura humana ocupa una posición central en el espacio pictórico y aparece deformada de acuerdo con una serie de principios que la momifican, santificándola y dándole así la máscara con qué defenderse de las situaciones que normalmente rodean a las personas de la época contemporánea.
Dichas situaciones, demás está decirlo, son agresivas y deformadoras de la presupuesta actuación del hombre. Pero la misma figura de Bacon está antecedida por otros movimientos entre los cuales se da uno especialmente significativo. En efecto, y de manera casi coetánea se desarrolló en California la Nueva Figuración, de carácter marcadamente pesimista e introspectivo que floreció desde finales de los cincuenta hasta finales de los sesenta. A su vez la Nueva Figuración resucitaba los planteamientos expresionistas de principios del siglo XX, que sobre todo en Alemania y otros países del Norte de Europa habían utilizado a la figura humana para señalar a través de su angustia y desilusión la marcada inclinación de nuestra época hacia la alienación del ser humano por medio de las sistematizaciones. Contra esto último luchaba el trabajo de los Expresionistas que buscaban a través de la angustia exacerbada en los personajes que representaban, la posibilidad de rescatar la especificidad del hombre.
Actualmente existe un movimiento que se desarrolla sobre todo en Italia y Alemania que se llama en el primero de estos países la "Transvanguardia" y en el segundo la "Pintura Salvaje". También a veces se utiliza el término de "Mala Pintura" para referir la acción de los que dentro de esta tendencia trabajan. Ella tiene gran importancia, ocupa una especie de posición de moda en la actualidad y nos remite a un grupo de artistas colombianos que se sitúan dentro de sus parámetros, como es el caso, entre otros, de María de La Paz Jaramillo, Lorenzo Jaramillo y Beatriz González quienes con el mismo Laigndet comparten en este momento la sala del Centro Colombo Americano en una colectiva llamada de "Contestatarios" .
Más allá de estas referencias generales, en la pintura de Víctor Laignelet pueden anotarse una serie de principios básicos y específicos que la caracterizan. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, la manera que tiene de utilizar una visión como de lente fotográfico de largo alcance que aplana las formas modificándolas sensiblemente sobre todo en ciertos sitios estratégicamente escogidos con el fin de relievar algunos significados. De esta manera las figuras se totemizan y se convierten en santones de la contemporaneidad. Ello ocurre en parte debido a la manera en que están vestidos y en que se comportan, pero sobre todo a través del contenido angustioso que en efecto proyectan.
El recurso fotográfico no se limita a imaginar la deformación producida por un teleobjetivo; también parece haber evidencia del uso de fotos que se proyectan sobre el lienzo para calcarlas y luego sustancialmente modificarlas y así obtener imágenes de indudable valor pictórico. Esto ocurre tanto en términos de su intervención sobre el espacio como de su acción sobre la configuración y disposición de la figura: ella queda estructural y animicamente construida de pintura con todas las implicaciones matéricas y cromáticas de dicho material.
La confrontación entre los cuadros de Laignelet en el Colombo Americano y los que están a la vista en la Garcés y Velásquez muestra algunos rasgos de evolución estilística a lo largo de varios años de trabajo desde el setenta y nueve hasta hoy. En esa evolución parece alejarse de un primer planteamiento que era más literario, terso y descriptivo, y por ello mismo más surrealista, para acercarse al punto en el cual el uso de ricas pastas y atrevidas aunque encantadoras texturas dibujadas y uno que otro a veces impertinente collage, le proporciona un grado mayor, sorprendentemente, de verosimilitud y credibilidad a lo relatado en su obra.
Su duda Víctor Laignelet es un artista serio que atraviesa por un proceso duro de discusión consigo mismo al respecto de su trabajo de pintor y sobre el tipo de visión que debe desarrollar en pos de su madurez, que tiene que ser, más que ejecutoria, de percepción crítica.
Lo difícil del proceso queda evidenciado en las contradicciones ocasionales que se presentan en lo que hace, en la inconsistencia de algunos de los recursos que utiliza, y en la relativa literalidad con que su visión se ayuda aún de trucos evidentes. Debido a lo anterior, la producción vista en su muestra individual, toda correspondiente a un mismo período cronológico, es irregular: algunos cuadro han sido logrados plenamente mientras que en otros los términos del discurso no se presentan con suficiente coherencia estética. Pero debe hacerse la salvedad de que esto de mostrar doce o trece cuadros y pretender que todos sean obras maestras es algo bastante complicado. Por ello ante otras consideraciones,hay que terminar diciendo que de los artistas jóvenes del país, Víctor Laignelet es pintor talentoso que deberá medir sus pasos y no permitir que lo empujen a una prematura "genialidad" con qué interrumpir o confundir su desarrollo.