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LA CASADA FIEL

Las cartas de Antonio Machado a Pilar de Valderrama, su segunda pasión.

19 de julio de 1982

Casi medio siglo después de la muerte de Antonio Machado, llega de sorpresa la oportunidad de conocer algunas peculiaridades hasta ahora ignoradas sobre el carácter del que ha sido para muchos colombianos --especialmente para los que están entre los 55 y los 65 años- su mejor poeta y mentor. Es claro que no se trata sino de pequeñas cosas, las que se cuentan en cartas a una mujer.
Pero estas son precisamente las más personales. Igual que en una novela romántica --o en un poema de Machado-- el milagro de leer esos papeles se realiza por obra del amor que en vida fue tan esquivo para don Antonio, enlutándole en la juventud el paisaje de Soria por la muerte de su esposa, y no permitiéndole en la madurez unirse a Guiomar, su segunda gran pasión. Ella era casada y fiel. Se llamaba Pilar de Valderrama y componía mediocres versos y comedias, más como dama de sociedad aficionada que como verdadera autora, aunque publicó varios libros.
Cuando se conocíeron en Segovia, tenía 35 años. El había cumplido 52. Desde entonces y hasta que estalló la guerra se encontraron semanalmente y a escondidas, en Madrid, en el parque de la Moncloa, y en un pequeño café de Cuatrocaminos. De resto se escribían. Del auto de fe que Guiomar se vio obligada a efectuar cuando, por la amenaza de la guerra inminente, huyó con su marido y sus hijos a Portugal, sólo se salvaron 36 cartas. A su regreso, terminada la lucha, recibió la noticia de la muerte del poeta y presenció los homenajes rendidos a su memoria, a pesar de que no faltaban reticencias del bando triunfante, que nunca perdonó del todo a Machado no haber figurado en sus filas. (En realidad, el poeta de Castilla fue una víctima de la guerra, tanto como Lorca). Pilar-Guiomar tampoco divulgó entonces su secreto, aunque una amiga, la novelista Concha Espina, algo consignó en un libro publicado antes de su muerte, en 1954.
Entre los asistentes a las conferencias que por ese tiempo dictaba Eduardo Carranza sobre Machado, en el Instituto de Cultura Hispánica, no sería raro que se hubiera encontrado una mujer casi vieja --cumplía ya sus 63 años- menuda y morena, con bellos ojos y demasiado maquillaje, según costumbre de las españolas por su herencia árabe. Oiría las Canciones a Guiomar, apretando quizá en el bolso una carta que decía: "Si no me muero demasiado pronto haré para tí otros poemas mejores. Ay, no he logrado todavía expresar lo que siento a tu lado".
Por voluntad de esa mujer, dos años después de su muerte (ocurrida en 1979), su familia publicó las cartas junto con un relato autobiográfico de la destinataria, y un breve pero admirable prólogo de Jorge Guillén. En las misivas, desde el primer vistazo se detectan las inevitables blanduras de los enamorados: "Diosa de mi alma... gloria y reina mía, maravillosa Pilar"
Por curioso que parezca, el término "diosa" tan cursi en una carta, gana en la poesía: "Porque una diosa y su amante huyen juntos, jadeante los sigue la luna llena", escribió don Antonio. En vez de remover cenizas, ¿habría sido mejor no publicar nada? ¿Lo que movió a Pilar fue el vano capricho de parangonarse con musas ilustres, a las que, bajo nombres supuestos, cantaron poetas como Garcilaso y Lope? Al cabo de un momento de lectura ya no se piensa así. Convencen la discreción perfecta de Pilar-Guiomar, su dignidad comparable a la que demostró Machado. Ella carecía además del derecho de ocultar testimonios valiosos para la biografía del poeta. Por cierto que ninguna de esas páginas deja traslucir el hondo pesimismo de Juan de Mairena, que marcó el final de don Antonio. (Pilar-Guiomar dice que, de no haber marchado a Portugal abandonando a su amigo, esas prosas no existirían o tendrían otro acento).
Queda la pregunta que todos nos formulamos: ¿Jamás traspasaron Machado y Pilar los límites que les fijaba su amor blanco? Por la respuesta negativa está, más que lo que se dice y no se dice en las cartas, la melancolía que tiñe las frases del poeta, con su ribete de burla para sí mismo. Pero él había escrito: "Cuando en amor se renuncia a lo humano, demasiado humano, o no queda nada o queda lo indestructible, lo eterno" Tal vez fue así para ambos.
Elisa Mújica