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Son Batá, un grupo que desde hace más de una década transforma la realidad de la comuna 13 de Medellín. | Foto: Cortesía

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El sol radiante de Son Batá

Con más de quince años de trabajo cultural, Son Batá trata de cambiar la realidad de la comuna 13 de Medellín con música y danza, sin embargo las economías culturales no son tan fáciles de sobrellevar.

24 de noviembre de 2019

Por Valentina Uribe Villa y Juanita Vásquez Ayala*

Desde lejos parece una casa más de las tantas que hay en lo alto de la comuna 13, pero el grafiti que dice Son Batá en la fachada le otra identidad. Cuando se llega a la estación San Javier del metro, hay que abordar un bus hasta un sector conocido como el depósito y después subir por las empinadas escaleras que parecen el inicio un laberinto sin fin. Esa casa es su palenque. Fredy, aunque se ha alejado de la vida artística porque está estudiando Antropología, sigue pasando más horas en el estudio que en cualquier otro lugar.

Su carrera musical comenzó hace 21 años. John Fredy Asprilla conoció el rap cuando su amigo Brooklyn le mostró el casete de un grupo de Estados Unidos. Fue amor a primera vista, dice, pues aunque no entendían la letra se conectó con el ritmo y se identificó con la lucha que los raperos negros daban en contra de la segregación racial. La conexión con el hip hop también fue inmediata, y para él se convirtió en una cultura que habla de la realidad, no fantasea, como otras.

Son Batá nació con dos amigos con los que Fredy, también conocido como Sprint, escuchaba el casete de rap. En ese momento no era común hacer música en la comuna 13 de San Javier, la población sobrevivía a las guerras que los grupos armados tenían por las pequeñas calles de los barrios encaramados en las montañas del occidente del Valle de Aburrá. 

San Javier, la zona centro occidental de Medellín, es famosa porque a comienzos de siglo vivió uno de los conflictos armados urbanos más cruentos del país, alimentado por milicias guerrilleras, grupos paramilitares y agentes del Estado. Su culmen llegó en el año 2002 con la Operación Orión, la toma militar urbana más grande que ha tenido Colombia. Su comunidad ha intentado por muchos medios, entre ellos el arte, redefinirse como un entorno vivo y creativo. 

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En medio de las balaceras y los toques de queda, Fredy y sus amigos empezaron a hacer música. Su escudo fue el arte. Se pusieron por nombre Sol Radiante. Eran un grupo de rap más, no tenía una identidad afro, como lo tendría tiempo después Son Batá, pues a pesar de que Freddy y sus amigos son negros habían nacido en Medellín y recibieron una educación blanca, al lado de niños blancos, paisas, esto los hizo olvidar su identidad para buscar aceptación. Pero con el crecimiento musical vino la iluminación: entender quiénes eran y de dónde venían; entender el proceso de esclavización de los negros en América; conocer las raíces percutivas de los sonidos africanos, esto les permitió construir una nueva identidad afroantioqueña. Se cambiaron el nombre a Afro Renacer de la Juventud. Sus referentes fueron los ancestros y se interesaron más por el arte negro de Colombia. Formaron un grupo de chirimía, un género musical del Pacífico colombiano. “Empezamos a cambiar el sonido del barrio que era puras balaceras y estallidos de bombas por el boom del tambor y por el estruendo de la trompeta. Y es que aquí nunca habían traído un instrumento, entonces fue muy mágico”, explica Fredy. 

La chirimía fue un éxito en el barrio y en 2003 empezaron un semillero para enseñar a tocar instrumentos musicales y cambiaron su nombre por Influencia. Viajaron a Quibdó, Chocó, y participación en las fiestas de San Pacho. “Fue pasar de ver de vez en cuando un negro en la calle, a ver a toda la gente negra, eso nos dio aliento y luz sobre el camino que debía seguir”. 

También viajaron a San Basilio de Palenque, el primer pueblo libre de esclavos en América. Después de este viaje sintieron que de nuevo era necesario cambiar su nombre y desde entonces se ha mantenido. Son Batá, como el son del sabor, y Batá, que es el nombre que se le asigna al juego de tres tambores africanos. Desarrollaron una metodología de alto impacto con el arte: cambiar realidades sociales. La implementaron primero en su comuna y después en otros municipios del país: El Bagre, Bojayá, Vigía del Fuerte y Apartadó. Así la música fue la herramienta mas no el fin. “Es cambiar este montón de necesidades en un montón de oportunidades y eso es realmente la resiliencia”. 

Son Batá es una agrupación muy diversa. Hay personas de otras comunas, otras etnias y también le están abriendo más espacio a las mujeres. Dos de sus proyectos de más impacto son Territorio de Artistas, una marca de comuna que crearon junto a otros colectivos para apostarle al fortalecimiento de la comuna 13 como lugar obligado de arte en la ciudad. Y AMAS (Acciones Masivas de Alto Impacto), una estrategia de intervención social que diseñaron junto al ICBF para trabajar en los territorios más empobrecidos de Colombia con el arte. 

Entre sus mejores recuerdos están los viajes, cuando le abrieron el concierto a los Red Hot Chili Peppers en Bogotá en 2011 y la gira por Colombia de Juanes en la que fueron teloneros.  Han trabajado con productores importantes del país como Juancho Valencia, ganador del premio Grammy. Conocieron a Marc Anthony, J Balvin, Chocquibtown y Jennifer López, y en octubre de 2019 recibieron un reconocimiento de Naciones Unidas en Nueva York. “Por todos estos momentos es que si yo me muero hoy me muero contento”, dice Fredy.

Pero no han sido ajenos a las situaciones de violencia que se viven en su comuna. A uno de sus miembros,  Andrés Felipe Medina, lo asesinaron cuando en la ciudad se estaba realizando el Congreso Iberoamericano de Cultura en 2010. 

Son Batá realizó una ponencia y muchas personas quedaron interesadas en conocer un poco más de su historia y su comuna, entre ellas Paula Moreno, la primera ministra afro de Colombia. Organizaron entonces un recorrido por la 13 al otro día y Medina era el encargado del evento. Esa mañana salió muy temprano de su casa para recoger a un compañero que vivía en otro barrio. Llevaba pasamontañas y había mucha neblina. Los jóvenes de un grupo delincuencial que estaban vigilando esa zona lo confundieron con el integrante de un combo enemigo y lo asesinaron. “Fue un caos, literal un caos, porque allá hablando y diciendo que Medellín se estaba transformando, que era una ciudad más segura y cuando iba a venir tanta gente sucede un asesinato”. El problema fue tan grave que las familias no querían que continuaran haciendo música. Había un rumor en la ciudad de que estaban asesinando artistas. Decidieron irse a Brasil por un mes, “ese viaje fue mágico porque nos conectamos con otros movimientos afro y además empezó otro tiempo para Son Batá muy importante”. 

Tienen dos eslóganes “No solo el blanco simboliza la paz”, que tiene que ver con su reivindicación afro, y “Mi palenque”, pues cuando conocieron San Basilio de Palenque sintieron que así como ese pueblo fue el lugar donde los primeros esclavos pudieron ser libres, Son Batá representaba el espacio donde podían ser lo que realmente son: hombres afro libres. 

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No ha sido sencillo forjarse como artistas. Porque vienen de la 13, porque empezaron muy jóvenes, porque el hip hop no es un género comercial y porque son negros. “A nosotros incluso nos ha costado sangre, porque hemos perdido muchos amigos en la búsqueda de querer poner la voz por los que no la tienen”. Aún así hoy tienen cinco grupos, cuatro de música y uno de danza. Está Son Batá Music, la banda de la que hace parte Fredy, que fusiona rap con ritmos tradicionales colombianos; Batá Orquesta, que se dedica a producir salsa y chirimías; Bantú, que es un semillero que ganó el premio Petronio Álvarez en 2011; la agrupación de baile Kilombo, que hace danza moderna y danza tradicional; y finalmente está Bomby, su proyecto musical más representativo que se hizo famoso con ‘Estamos melos’, canción estrenada en 2017. “Yo creo que esa diversidad precisamente es lo que nos hace potentes”. 

Están escribiendo un librillo para acompañar su propuesta musical, a la vez que siguen trabajando en la escuela Son Batá, que hoy tiene más de 80 alumnos. Su mayor propósito es cerrar la brecha de desigualdad que hay en la ciudad. Fredy, con orgullo, enseña el sello de producción musical que tienen en el estudio y los grafitis que hay afuera de la casa. “En esa esquina nos dejaron cinco muertos, pero ya en esa esquina tenemos un graffiti”, dice. 

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El hip hop no solo les cambió la vida a ellos. Jeihhco Castaño, un rapero de la 13, dice que lo que conoce del mundo se lo debe a este género. Cuando tenía 11 años comenzó a parchar y a escuchar música con dos amigos que recién habían llegado al barrio. “Me gustaba porque me hacía estar en un estado de inconsciencia muy poderoso que he apreciado mucho”. 

Con el tiempo, le ha llegado tranquilidad. Aun así a Jeihhco todavía le da miedo pensar que una bala puede estropearlo todo en un segundo. “Afortunadamente está el arte que te permite también hacer catarsis de eso y no paralizarse en el miedo”. 

Vivir en una comuna con un historial de violencia tan complejo le ha favorecido: “Un artista de la 13 tiene una ventaja frente a muchos artistas, al menos desde el rap, y es que hay demasiadas historias que contar que están ahí al lado”, dice. Una de ellas la vivió James Zuluaga, líder social de la 13. Cuando estaba en el colegio entró al grupo de danza, en su mayoría conformado por mujeres. En un principio su motivación fue académica, sin embargo, terminó envuelto en todo el universo de las artes. Conoció a Son Batá cuando todavía no eran una agrupación. Su escuela, la Pedro J. Ameglio, fue utilizada como trinchera y entonces fueron trasladados a otra con la que había cierta rivalidad. La música fue lo único que pudo unirlos. Un amigo suyo tenía una guacharaca con la que empezaron a tocar y cantar vallenatos. Las situaciones por las que ha tenido que pasar lo han vuelto duro y hoy lo único que logra sacarle una sonrisa es hablar de la vena artística, que como muchos de su comuna, lleva por dentro. 

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Las industrias culturales existen hace muchos años. Han sido motor de desarrollo y transformación social. Son Batá es ejemplo de ello. Pero solo hace poco les pusieron la etiqueta y empezaron a hablar de ellas. Uno de los retos que tienen ahora es unirse con las nuevas tecnologías para darle más valor al conocimiento intelectual y creativo. Además, fortalecer la institucionalidad en la ciudad para afrontar nuevos retos.

Juan Felipe Arango, productor ejecutivo de Merlín Producciones, una empresa que nació por el sueño de que si era posible vivir de la música en Colombia, aseguró que si bien en los últimos años el gobierno ha realizado un esfuerzo por interesarse en este tipo de sectores, aún falta mucho apoyo en inversión y recursos. El apoyo que brinda la administración local a estos emprendimientos artísticos depende del gobernante de turno. 

A pesar de las dificultades que conlleva trabajar en esta industria, Arango es un apasionado por lo que hace. “Trabajar en industrias culturales quiere decir trabajar en formación de personas, en compartir espacios, en compartir alegrías, en generar sensaciones, sentimientos, en generar apropiación de la identidad, del territorio, esas son las cosas bonitas, eso es lo mejor de trabajar”. Por eso en Merlín buscan generar confianza a nivel local para seducir al público y que apoye el arte y el talento colombiano. 

Desde el Concejo se ha luchado por adelantar iniciativas que otorguen incentivos tributarios a esas industrias, además se incluyó este sector de la economía como uno de los nuevos pilares de desarrollo económico de Medellín. Pues “una buena parte del llamado modelo Medellín de transformación está sustentado en la participación de la sociedad civil a menudo en forma de algún tipo de colectivo cultural”, dice Daniel Carvalho, concejal. 

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Un modelo cultural como economía es viable, aunque este tipo de emprendimientos siempre han tenido el reto de la sostenibilidad económica. Carvalho está seguro de que no todas las iniciativas culturales pueden ser rentables aunque tengan gran impacto social. Pero Son Batá se sueña continuar con su modelo de impacto social sin tener que depender de otros. Por ello su estudio está en la 13, en su barrio y con su gente, para que más jóvenes tengan la oportunidad de explorar la música. 

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La comuna 13 es hoy es el lugar más visitado de Medellín. Eso se lo deben en parte al graffitour. Superaron en visitas al Pueblito Paisa y al narcotour. Para Jeihhco lo importante no es el cambio estético que ha tenido el barrio sino lo que esto ha traído para sus habitantes. Sin embargo, James Zuluaga ha visto que frente estos emprendimientos hay sentimientos encontrados. “Aunque sepamos qué lugares como estos, Son Batá o Casa Kolacho, han dado reconocimiento a la ciudad a nivel nacional e internacional, a veces la gente del barrio no los ve tan propios, porque ellos se alejaron de la comuna. Ahora Son Batá está volviendo a retomar ese trabajo con la comunidad. Incluso en la alborada ellos siempre salían con la banda, eso le gustaba a la gente, y de un momento a otro ellos se empezaron a alejar; entonces todos quedaron como “no es que ya Son Batá no es del barrio”. “Ya están más por la plata”. Se les hizo el reclamo y Son Batá entendió y empezó a recuperar a la gente del barrio, eso es lo que estamos esperando de Casa Kolacho y de los otros, que regresen”.

Estos emprendimientos son una manera de construir ciudad. No son simples organizaciones artísticas, tienen un componente social fuerte, sobre todo porque muchos de ellos vienen de sectores de la ciudad especialmente golpeados por la violencia. “Entonces toda la construcción de memoria, la construcción de un nuevo presente y una visión, su beligerancia y su resistencia son sin duda un claro ejemplo de capital social”, dice Carvalho.

Jeihhco, por su parte, sabe que su barrio todavía no es un paraíso; pero no le cabe la menor duda de que ya no son la comuna que eran hace 17 años, la que vivió la operación militar urbana más grande de Colombia. La violencia sigue siendo una manera de expresión de muchos jóvenes, pero otros han encontrado el arte como medio para desahogarse. Se sueña la 13 como un territorio de artistas, “ese es el apellido de este parche”.

Zuluaga es un abanderado de la necesidad de seguir generando cambios culturales en la 13. Está seguro de que si bien los cambios físicos impactan una comunidad, no se trata solo de escaleras eléctricas, como muchos alcaldes creen, para cambiar el futuro de un barrio. Hoy lucha por la 13 que se sueña, “la zona cultural más grande de Latinoamérica”. Ve en la historia de su barrio un oportunidad para el desarrollo del turismo. Es una comunidad que a través del moralismo ha demostrado que el cambio es posible.

Fredy hoy se imagina una comuna en paz, donde no existan grupos delincuenciales y el microtráfico no configure la vida de los jóvenes y los niños. Habla de su comuna con orgullo, de cómo su arte es especial por haber nacido en medio de una tragedia. Siente que a través de  su emprendimiento están potenciando los talentos de la gente. Por eso la casa de Son Batá siempre tiene la puerta abierta, es como una cancha de fútbol de barrio, un divertimento para todos. 

*Estudiantes del pregrado de Comunicación Social de la Universidad Eafit.