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OTROS GATOS SOBRE UN TEJADO CALIENTE

Un nuevo director, Lawrence Kasdan, aborda en "Cuerpos Ardientes" una nueva forma de erotismo.

14 de junio de 1982

Los protagonistas son gatos sobre un tejado caliente. Hay dos grados fahrenheit de más en la temperatura corporal los cuales sirven al mismo tiempo como una alegoría y como justificación biológica, clínica, de los desórdenes que les van a sobrevenir.
Cuerpos ardientes señala el debut como director de Lawrence Kasdan. Se trata de un representante típico, hasta cierto punto, del "nuevo Hollywood" -una entelequia a veces, una realidad llena de éxitos y de aciertos pero constantemente en peligro de disolverse, pues su consistencia y su solidez no van más allá de los ingresos de taquilla producidos por la última realización-. Jóvenes genios o jóvenes brillantes a quienes pueden aguardarles los esplendores de Francis Ford Coppola o los infortunios del mismo Coppola.
Kasdan, que estudió literatura y que también pasó por una facultad de cine en la consagratoria universidad de California en los Angeles (UCLA), no llegó a la dirección de películas exactamente con las manos vacías: había trabajado como guionista, y entre sus obras se cuentan nada menos que "El imperio contraataca" y "Los cazadores del arca perdida".
Es inevitable que "Cuerpos ardientes" invite a una comparación con otra película presentada también en estos días, "El cartero llama dos veces". Esta última deriva explícitamente de una de las "novelas negras" norteamericanas más famosas en el género, escrita por James Cain. Y la influencia de Cain está también muy visible en "Cuerpos ardientes", aunque sea otra la influencia literaria más predominante: la de Raymond Chandler. La popularidad del escritor californiano no desciende sino que se acentúa -hay por él afición y hasta un elemento de culto- y Chandler está aquí presente, sobre todo en los diálogos, en el humor de estos, en la "dureza" de las expresiones (que aquí bordea a veces la ordinariez): el mundo chandleriano cuyos héroes y heroínas prefieren la muerte al sentimentalismo, el desastre a la cursilería.
Las tórridas relaciones entre el abogado (William Hurt), la mujer fatal (también muy de Chandler, también muy de una literatura de los años 40 y 50) transcurren en un mundo cinematográficamente estilizado, de una gran elegancia formal, de una notable reticencia en la actuacion. El clima erótico es sofocante pero, al mismo tiempo, muy cuidada y muy deliberadamente formal; los cuerpos desnudos sobre sábanas iridiscentes suscitan una invención plástica y visual que parece no conectarse con la dimensión sexual sino estar más acá o más allá de ella.
William Hurt es un notable actor que ya ha interpretado papeles aplaudidos en Broadway: es fuerte, presumido, ardiente, seguro de sí mismo y en el fondo, de acuerdo con los cánones de este tipo de relato, sólo una especie de instrumento para la heroína. Richard Crenna, el marido, logra también un papel destacado, así como Michael Rourke, un incendiario de oficio que por momentos se "roba" la película.