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Los cinco sentidos

George Steiner analiza las identidades que definen la idea del Viejo Continente.

Luis Fernando Afanador
18 de noviembre de 2006

George Steiner

La idea de Europa

Fondo de Cultura Económica, 2006

70 páginas

Para George Steiner el café es el símbolo de la cultura europea. Y los hay por todas partes: desde A Brasileira, el café favorito de Fernando Pessoa en Lisboa, hasta los cafés frecuentados por los gángsters de Isaak Babel en Odessa. El café es el lugar para la cita y la conspiración, para la discusión intelectual y el chisme, para el flâneur y el filósofo con su cuaderno de notas: Sartre no habría podido escribir un ensayo sobre la fenomenología bajo la música ensordecedora de un bar americano. El café tiene mesas de ajedrez, periódicos gratuitos y en él se puede trabajar, soñar o simplemente mantenerse abrigado. Está abierto a quien quiera ir: al que no posee casa y al vagabundo. Es a la vez un club del espíritu, una masonería política y artística y una dirección de correos. En el Milán de Stendhal, en la Venecia de Casanova y en el París de Baudelaire, los cafés acogieron a la oposición política y al liberalismo clandestino. "Tres cafés principales de la Viena imperial y de entreguerras ofrecieron el ágora, el centro de la elocuencia y la rivalidad a escuelas contrapuestas de estética y economía política, de sicoanálisis y filosofía".

Por abstractas y especulativas que sean las ideas, tienen que tener un polo a tierra. Por eso el café, como ningún otro lugar, materializa para Steiner su idea de Europa, que fue el tema de la décima conferencia del Nexus Institute de Tilburg, Holanda, y que es recogida ahora en forma de libro con prólogos de su director, Rob Riemen, y del escritor Mario Vargas Llosa.


Además del café, hay para Steiner otras cuatro señas de identidad que definen la idea de Europa. La segunda es su paisaje a escala humana, su geografía que puede ser recorrida a pie: los viajes de Hörderlin de Westfalia a Burdeos, de Wordswoth desde Calais a Berna; los peregrinajes a Santiago de Compostela. Allí, la naturaleza nunca aplastó al ser humano y se adaptó a sus necesidades. Sus horizontes no tienen la vastedad de los desiertos de Australia ni la presencia aniquiladora de la selva amazónica. Incluso los bosques más solitarios están poblados de ninfas, hadas, ogros y simpáticos ermitaños. "Al viajero nunca le parece estar lejos del campanario más próximo".

La tercera es el sentido de la memoria que se expresa en el hábito de ponerles a las calles y a las plazas los nombres de los grandes artistas, escritores y científicos del pasado. En vez de números, letras o nombres de árboles, Place Victor Hugo, Rue La Fontaine, Göethe Pläze, Shiller Strassen, Adorno Platz. Los europeos se inclinan ante la abrumadora presencia del pasado y nunca osarían decir como Henry Ford que "la historia es una estupidez".

La cuarta seña de identidad es la conciencia de descender simultáneamente de la Atenas pagana y la Jerusalén hebrea, vale decir, de la razón y de la fe, de la ciudad de Sócrates y de la de Isaías. De Atenas tomaron las teorías políticas y sociales, el deporte, la arquitectura, los modelos estéticos y las ciencias naturales; de Jerusalén, su cristianismo y su socialismo; el desafío monoteísta, la noción de humanidad como algo trascendente, el concepto del Libro supremo, de la ley inseparable de los mandamientos morales, y la historia orientada hacia un propósito.

La quinta -y última- es su sentido apocalíptico, la obsesión por un final trágico, por "la muerte de la civilización" luego de un período de esplendor. Ideas escatológicas confirmadas por los centenares de millones de europeos muertos por la guerra, la hambruna, la deportación y la limpieza étnica entre agosto de 1914 y mayo de 1945, desde Madrid hasta el Volga, desde el Ártico hasta Sicilia. Auschwitz, el Gulag y, en los últimos tiempos, el genocidio de los Balcanes.

Cinco conceptos claros y sencillos que le permiten a Steiner resumir lo que ha sido la esencia de sus reflexiones a lo largo de su vida: la rica diversidad europea que lentamente sucumbe ante la vacuidad del ideal norteamericano, a la vulgaridad y el fascismo de su aplanadora cultura de masas.