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El estudio se pregunta por el futuro del vallenato. La respuesta podría estar en el arte de Roberto Camargo.

MÚSICA

Un brindis por los ausentes

Un estudio académico sobre Carlos Vives y un nuevo disco del cantautor guajiro Roberto Camargo buscan contestar la pregunta sobre el futuro del vallenato.

Juan Carlos Garay
6 de diciembre de 2014

Entre los libros sobre música colombiana que se publicaron este año, uno de los más importantes tiene que ser el estudio sobre la obra de Carlos Vives que escribieron dos profesores de la Universidad Javeriana y dos de la Universidad de Antioquia. No sé si se consiga en todas las librerías porque los textos académicos tienen una distribución muy particular (este es de la Editorial Javeriana). Y porque, aunque los fanáticos de Vives oigan una y otra vez sus discos, no todos se le medirán a leer esas 438 páginas de análisis que trae Travesías por la tierra del olvido: Modernidad y colombianidad en la música de Carlos Vives y la Provincia. (Lea en este enlace las primeras páginas del libro)

En todo caso, el hecho de que el propio Vives hubiera estado presente en el lanzamiento habla muy bien de su compromiso artístico. Porque el libro no es una típica biografía de estrella pop, sino un estudio arduo y sin indulgencias. Un apartado en el tercer capítulo, por ejemplo, pone en evidencia la manera como el volumen de los instrumentos va subiendo en cada nuevo disco, hasta llegar a una saturación que nada tiene que ver con el espíritu original del vallenato. Entre las canciones de Clásicos de la provincia y Clásicos de la provincia II hay un aumento de 5 decibeles, que es más o menos la diferencia entre el nivel de ruido de una nevera y el de una motocicleta. Dicen los autores que esto deja “la sensación de que los discos suenan semejantes al pop y al rock y se distancian cada vez más de la sonoridad típica de las grabaciones vallenatas”.

Digamos en defensa de Vives que él nunca ha pretendido ser un purista. Pero así como están las cosas, la búsqueda de un sonido menos artificioso tiene que hacerse en otros lugares. Yo propongo un nombre que no viene de las dinastías vallenatas y que, de hecho, ha llegado al universo del paseo y la parranda luego de muchas vueltas: Roberto Camargo. El hombre se lanzó en 2008 como una mezcla de cantautor y comediante en un espectáculo llamado El humor amor, que estaba muy por encima del nivel de tantos cuentachistes que invaden nuestra televisión. Su carrera parecía florecer en esa dirección, cuando de pronto vino un episodio doloroso: la muerte de su madre, doña Remedios.

El ánimo de contar chistes se apagó por completo. Lo que hizo Roberto entonces fue escudriñar en su propio pasado; su madre fue guajira y de su infancia en Riohacha emergieron los recuerdos de parrandas con los hermanos Zuleta y con Jorge Oñate. Según su definición, “La parranda es un espacio de comunión con la familia, los amigos y la música alrededor de un hecho que debe ser ritualizado. Puede ser un cumpleaños, una boda, o puede ser la parranda por la parranda misma. Pero el encuentro no todo el tiempo está motivado por la felicidad. La nostalgia también se comparte. Se bailan las penas y se celebran los olvidos”.



Ese sabor de brindis por los ausentes es el que atraviesa todo su nuevo disco, Remedios de mis amores. De su recorrido por el amplio mundo de la canción ha tomado algunas licencias, como reemplazar el acordeón por armónica y la caja por darbuka (un tambor árabe). Pero aún así, hay momentos que no pueden sonar más autóctonos. El paseo que abre el disco, por ejemplo, está cantado con ese acento de juglar de los vallenatos de antaño, y la letra va soltando ciertas imágenes poéticas que recuerdan los versos de Leandro Díaz.

Eso es lo que ha venido perdiendo el vallenato: la poesía. “El mensaje del espíritu” del que hablaba Meira Delmar. Perdido entre tantas frases tontas y tantos decibeles, en la pluma de Roberto Camargo el mensaje pareciera renacer. Aunque sea una ilusión, vale la pena. n