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DUELO CONSERVADOR

Rafael Azuero Manchola, quien fuera presidente encargado durante la administración Pastrana, murió ejerciendo su verdadera profesión, la medicina.

18 de octubre de 1982

En realidad, era un médico de provincia. Pero entre sus diplomas de especialización en cardiología y órganos de los sentidos, no constaba la mayor de sus cualidades: la de expresidente de la República.
Era un hombre sencillo. Tras desempeñar la designatura durante los cuatro años de gobierno de Pastrana Borrero, regresó a su condición de médico en Neiva, recibiendo pacientes en un pequeño consultorio del centro, muchos de los cuales tal vez no se dieron cuenta de que "el doctor Azuero" era el mismo que había sido presidente durante tres días.
Especialmente en los últimos tiempos, Azuero parecía relegado voluntariamente al olvido. Tuvo un fugaz regreso a la política, durante la campaña electoral del presidente Betancur. Pero sólo salio a la plaza de Neiva, a acompañar a su amigo y antiguo rival de lides políticas.
"Obtuvo todas las distinciones que da la democracia, sin buscarlas", dijo de él el expresidente Pastrana Borrero. Y, en efecto, Azuero Manchola nunca pensó en realidad salir de su condición de médico metido casi accidentalmente a la política.
Fue senador durante largos años, siempre en defensa de los intereses de esos mismos campesinos que entraban a su consultorio. Anteriormente había sido nombrado gobernador del Huila por la administración de Ospina Pérez. El golpe militar de Rojas Pinilla lo sorprendió cuando era ministro de Gobierno. Demócrata y civilista, Azuero Manchola evitó discretamente hacer contacto con la nueva administración y por primera vez se refugió en el calor de su consultorio de Neiva. Ya no volvió a la palestra sino como parlamentario, hasta los agitados días de las candidaturas de Pastrana y Rojas, cuando fue nombrado para la designatura tras agitados debates en el seno de su partido.
Ejerció la presidencia con ocasión de uno de los viajes al exterior del presidente Pastrana Borrero, y debió enfrentar una grave emergencia durante ese breve período: el incendio del edificio Avianca, para el cual no existían equipos ni formas adecuadas de enfrentarlo.
Azuero Manchola, a pesar de su indiferencia a figurar, poseía el don del consejo. Su aporte siempre fue decisivo en los momentos de crisis de su partido. Tenía la virtud, como el expresidente liberal Echandía, de pronunciar la frase precisa en el momento exacto.
Murió, precisamente, de paro cardíaco, en su consultorio de cardiología en Neiva, a las 9:45 del martes 14 de septiembre. Minutos antes, había dispuesto que su paciente lo esperara unos minutos. Y allí, solo, en su silla de médico, su corazón se detuvo.
El Congreso levantó su sesión. El Consejo de Ministros hizo un minuto de silencio. El presidente Betancur viajó a Neiva. En el seno de los dos partidos se produjeron doloridas declaraciones. Y sus funerales fueron marciales.