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¿FONDO O BANCO?

El Banco Mundial puede ser el instrumento para evitar una revuelta de deudores.

4 de noviembre de 1985

No es el mejor preludio de las olimpiadas de 1988, pero en cierta forma la reunión conjunta del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional que se desarrolla esta semana en Seúl va también a producir su cuota de vencedores y vencidos. Una vez más, el tema central de la asamblea de ambas instituciones va a tener que ver con el problema de la deuda externa de los países en desarrollo. Pese a que, como es conocido, la cuestión se viene debatiendo intensamente desde 1982, sucesos como el terremoto de México y las protestas del presidente peruano Alan García han obligado a que, no sin reticencia, el asunto de la deuda se coloque otra vez sobre el tapete.
Sin embargo, puede ser que en esta oportunidad se logren mejores resultados que en las ocasiones anteriores. Por una parte, se empieza a notar una impaciencia renovada de los países deudores que han seguido las políticas de austeridad dictadas por el FMI sin ningún beneficio interno. Tal es el caso de Brasil, país que a punta de esfuerzos ha conseguido un superávit comercial cercano a los 13 mil millones de dólares, suma que apenas alcanza para pagar los intereses anuales de su deuda externa, superior a los 105 mil millones de dólares.
No obstante, parece que la gran sorpresa de la reunión en Seúl tiene que ver con un ablandamiento de la posición de Estados Unidos frente al problema de la deuda. Como es sabido, el gobierno norteamericano afirmó durante mucho tiempo que el tema debía ser discutido entre los banqueros privados, el FMI y los gobiernos de las naciones subdesarrolladas, sin que la Casa Blanca tomara cartas en el asunto. Esa posición cambió con la llegada de James Baker a la secretaría del Tesoro en enero pasado. Partícipe de la opinión de que el papel de Washington debería ser más activo en las relaciones económicas internacionales, Baker inició una serie de estudios sobre diferentes temas. El primer resultado de esa gestión se vio hace un par de semanas, cuando, a instancias del funcionario norteamericano, los cinco países capitalistas más grandes decidieron intervenir abiertamente en el mercado internacional del divisas para inducir una baja en el precio del dólar.
Ahora, existe la impresión de que Baker tiene entre ceja y ceja el tema, de la deuda. A pesar de que comparte la idea de que ésta debe ser cancelada, el secretario del Tesoro está dispuesto a buscar una participación mayor del Banco Mundial sin variar el rol del Fondo Monetario Internacional. Como justificación a la propuesta, se arguye que el Banco con sus programas de préstamo para proyecto de desarrollo, permite que los países del Tercer Mundo puedan ajustar sus economías con menores traumatismos que los producidos por el FMI.
Aunque la idea ha sido calificada como buena, existen problemas para su implementación. En primer lugar, se necesita que los recursos de la entidad se aumenten sustancialmente. Estados Unidos ha hablado de un aporte nuevo de unos 5 mil millones de dólares, suma importante, pero que, comparada con las necesidades, es absolutamente insuficiente.
Con todo, es probable que el mayor obstáculo no se ubique en ese rango, sino en los problemas internos del Banco Mundial. Al cabo de 40 años de existencia y con 149 países miembros, la entidad ha venido atravesando un largo período de inefectividad. Prueba de ello es el hecho de que el Banco ha estado repetidamente por debajo de sus metas de préstamo, tal como le sucedió en su último año fiscal terminado el 30 de junio pasado. En esa ocasión, los préstamos del Banco ascendieron a unos 11 mil 360 millones de dólares, 589 millones menos que en el año anterior.
Según los conocedores, el marasmo que atraviesa el Banco tiene que ver directamente con la manera de ser de A.W. Clausen, el ex presidente del Bank of America,quien a mediados de 1981 fue llamado a Washington para reemplazar a Robert McNamara. Al parecer, Clausen no tiene el ánimo que se necesita para imprimirle una nueva personalidad a la entidad que se ha burocratizado intensamente en los últimos años. De hecho, el desprestigio de Clausen es tanto, que la administración Reagan ya está buscando abiertamente un reemplazo para sustituirlo en junio próximo.
Tales apreciaciones explican que la nueva iniciativa de darle más peso al Banco Mundial sea mirada con escepticismo. En particular, los banqueros privados sólo confían en el Fondo Monetario y pese a que en Colombia y Chile el Banco intervino con cierto éxito, falta todavía un largo trecho para que éste cambie de imagen. Sin embargo, los Estados Unidos necesitan una nueva estrategia y a falta de algo mejor se ha escogido al Banco Mundial porque, como le dijera un experto en la deuda al Wall Street Journal, "no hay otra alternativa".