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Por el suelo

La crisis de las aerolíneas es tan grave que la más grande del mundo, American Airlines, podría entrar pronto en concordato, y la número dos, United Airlines, en liquidación.

23 de febrero de 2003

Incluso los pronosticos más pesimistas se quedaron cortos frente a los resultados financieros de las principales aerolíneas estadounidenses en 2002. American Airlines perdió 3.500 millones de dólares, una cifra sin precedentes en la industria, aunque seguida de cerca por los 3.200 millones de pérdida que registró United Airlines. Pero estos son sólo los ejemplos más prominentes de un problema generalizado entre los grandes de la aviación.

La mala racha empezó con los atentados del 11 de septiembre de 2001 que dispararon el costo de los seguros y castigaron las ventas, pues a la gente le empezó a dar miedo montar en avión. Este golpe sería sólo el abrebocas de las dificultades que vendrían después. Con la recesión económica y el desplome bursátil que se vivió en Estados Unidos, se redujeron en forma dramática los pasajeros en clase ejecutiva (business). En los tiempos de auge, entre 1999 y 2001, las tarifas para estos clientes habían subido hasta en un 50 por ciento, un incremento que los ejecutivos pagaban gustosos con tal de poder hacer cambios de última hora en los itinerarios. Al llegar los tiempos de vacas flacas, no obstante, este fue uno de los primeros lujos que los empresarios recortaron. Por todas estas razones, entre 2000 y 2002 los ingresos de las nueve principales líneas aéreas de Estados Unidos cayeron 17 por ciento.

A esto habría que sumar el hecho de que el combustible, que da cuenta de entre el 25 y el 40 por ciento de los costos de las aerolíneas, se encareció por la subida del precio del petróleo. En las últimas semanas el temor ante una posible guerra en Irak tiene el valor del crudo por las nubes y de paso ha exacerbado el miedo de los pasajeros a montar en avión. Así las cosas, nadie espera que las cuantiosas pérdidas de la aviación comercial el año pasado se reviertan en 2003.

Sin embargo, lo que más preocupa no es la situación de Irak y el petróleo, que al fin y al cabo es coyuntural, sino la pérdida de competitividad de las grandes compañías de aviación. La entrada de nuevos operadores de bajo costo, estilo JetBlue y Southwest en Estados Unidos, está revolucionando la industria. Estas compañías no brindan al pasajero las mayores comodidades a bordo, pero sí le ofrecen tarifas sensiblemente más baratas, y aún así producen utilidades. Pueden hacerlo porque tienen menores costos y no tienen las convenciones colectivas que les imponen a las grandes compañías unos pagos salariales elevados. Muchas de ellas además subastan por Internet, a cualquier precio, las sillas vacías que les van quedando en los vuelos. Con esta información abierta al público, los consumidores ya no están dispuestos a pagar grandes sumas para poder hacer cambios de última hora en los pasajes.

En diciembre pasado United Airlines, la segunda aerolínea del mundo, se acogió a la ley de bancarrotas. Ya antes lo había hecho U.S. Airways. Ahora American Airlines, la número uno, podría hacer lo mismo. Sus directivos confían en poder evitarlo, aunque con el precio de su acción a tres dólares, después de haber estado en 28 hace un año, la posibilidad sigue latente. Estas tres aerolíneas, y otras como Delta y Northwest, les han pedido a sus trabajadores aceptar rebajas en los salarios para mantener las compañías a flote. Pero no será fácil. En noviembre pasado los empleados de United ya habían aceptado un recorte de 18 por ciento en los sueldos, que no bastó. Ahora les piden otro, que podrían rechazar, lo cual llevaría a la liquidación de la empresa en marzo. Los directivos de American, por su parte, han solicitado una reducción de 1.800 millones de dólares en los costos laborales como última medida para evitar la bancarrota. Tienen poco tiempo para lograrlo. Cuando pase la tormenta financiera, lo más probable es que haya dejado en el camino víctimas de renombre, como fue el caso de Eastern, y Braniff en los 80.