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Por unos dólares menos

Llegaron las vacas flacas a Wall Street.

12 de marzo de 1990

Hubo una vez hace no mucho tiempo, un negocio en el cual el dinero parecía alcanzar para todos. Pero las cosas buenas duran poco. Eso es lo que están descubriendo buena parte de las firmas asociadas al mercado bursátil de Wall Street. Los tiempos de derroche han sido reemplazados por días de austeridad.
Esa situación ha sido sentida en carne propia por los ejecutivos de las firmas más importantes. Las bonificaciones correspondientes a 1989 fueron menores en un 25 por ciento a las recibidas en el año inmediatamente anterior, la caída más grande en los últimos 15 años. Aunque eso no quiere decir que les toque salir a pedir dinero en la calle -un banquero de inversión con varios años de experiencia todavía se gana unos 300 mil dólares al año-, la caída en ingresos ha sido abismal.
La causa de todo eso radica en que las fusiones y adquisiciones de empresas están pasando de moda. A mediados de la década pasada lo corriente era que un inversionista interesado en comprar una compañía acudiera a una de las grandes firmas de Wall Street para pedir asesoría. Esta se encargaba de planear la operación, revisar las implicaciones legales, armar el paquete de financiación y, si era el caso, adquirir las acciones. Por cada paso en ese proceso las firmas cobraban una comisión. Tal fue el mecanismo que se utilizó en negociaciones como la compra de Kraft, Gulf Oil o R.J.R. Nabisco. El monto de la transacción en este último caso fue de más de 25 mil millones de dólares, de los cuales se estima que las firmas de Wall Street se embolsillaron por lo menos 300.
Quizás ninguna compañía refleje tanto esa situación como Drexe Burnham Lambert Inc. La empresa comenzó prácticamente de cero en los años setenta, pero en los ochenta entró en las grandes ligas de Wal Street, gracias a su fortaleza en el mercadeo de bonos de alto riesgo y alto rendimiento, más conocidos como "bonos basura", los cuales se utilizaban para financiar las compras de empresas. Bajo la batuta de Michae Milken, la firma ensambló toda una red de clientes que querían o conseguir dinero prestado o invertirlo. Drexel llegó a tener tal reputación, que tan sólo una carta diciendo que tenía confianza en que podía financiar una operación determinada era suficiente para que esta se considerara exitosa.
Gracias a esa habilidad, Milken rompió en 1987 el récord del ejecutivo mejor pagado del mundo. Su salario, incluyendo bonificaciones, fue de 550 millones de dólares, una suma suficiente para impresionar hasta a los más ricos. Pero esa fortuna tuvo un amargo final: hoy Milken está acusado por la justicia norteamericana de utilizar prácticas no ortodoxas para hacer crecer el negocio. En caso de ser hallado culpable, debería retornar todo el dinero que se ganó en sus años de éxito. Una suma cercana a los 1.100 millones de dólares.
Si a Milken le fue mal a su empleador también. La semana pasada Drexel Burnham Lambert anunció que sus pérdidas para 1989 habían sido de 40 millones de dólares. En comparación, tres años antes la firma había registrado utilidades por 522 millones de dólares, después de impuestos. Y en esa caída Drexel no está sola. También Merrill Lynch registró su primer saldo en rojo desde cuando sus acciones se lanzaron al público, a mediados de los años setenta.
Todo eso ha conducido a que en Wall Street haya habido recortes masivos de personal. Drexel, por ejemplo, despidió a casi 5.000 empleados, cerca de la mitad de los que tenía en 1987. Otro tanto ha sido el recorte en el resto de firmas. En todas, el mensaje es que los buenos tiempos de los años ochenta forman hoy parte de la historia. Esa es la razón por la cual los que aún sobreviven han debido apretarse el cinturón.
En todo este problema no sólo ha incidido que las fusiones y adquisiciones hayan pasado de moda. Buena parte de las pérdidas se deben a que las firmas de Wall Street utilizaban parte de su capital para suscribir las emisiones de "bonos basura". Pero algunas de las compañías que lanzaron esos papeles al mercado no pudieron cumplir con sus pagos. El caso más publicitado es el de Campeau Corporation que adquirió, entre otras, a la cadena de tiendas Bloomingdale's y se declaró en quiebra a comienzos de este año. Como consecuencia, quien tenía en su portafolio bonos de Campeau va a recibir tan sólo una mínima parte de su capital, en el mejor de los casos.
Todo lo anterior, claro está, no quiere decir que Wall Street, como negocio, vaya a desaparecer del mapa. Simplemente que los millonarios que se hacían de un día para otro son tan sólo un recuerdo. Los sueldos siguen siendo buenos para quienes todavía se mantienen en el negocio. Pero, tal como le dijo un resignado banquero de inversiones al diario The Wall Street Journal, "estoy convencido de que ya no voy a ser un millonario dentro de cinco años".