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A PUERTA CERRADA

El país se prepara para una drástica reducción de las importaciones

21 de mayo de 1984

El sector externo, es definitivamente el "quiebrapatas" que deben sortear todas las señas del repunte económico del país. Y aparentemente, la profundidad de las trampas que atraviesa, crece en forma alarmante. En un intento más por capotear la situación, el ministro de Desarrollo, Rodrigo Marín Bernal, anunció el pasado 6 de abril, durante la clausura del congreso extraordiario de Fenalco, la decisión gubernamental de hacer aún más severo el control de importaciones de la nación. Aunque no se puede decir que sorpresiva, la noticia cayó como balde de agua fría, y varios sectores se han hecho oír al respecto.
Desde 1981, la balanza de pagos empezó ha mostrar resultados deficitarios. Según datos de Fedesarrollo, el total acumulado del déficit en cuenta corriente hasta 1983, fue de U.S. $6.650 millones, de los cuales U.S.$4.400 han sido financiados con crédito externo, y U.S. $2.250 con reservas internacionales. Hasta 1982, la posibilidad de conseguir crédito externo con relativa facilidad, permitía que los recursos que llegaban, taparan el hueco que de todas maneras se iba ampliando, y la economía nacional seguía funcionando sin mayores signos de alarma. Pero la explosión del problema de endeudamiento latinoamericano a fines de 1982, terminó por "endurecer" a la banca mundial durante todo el año pasado (y hasta el momento la consigna parece seguir siendo la misma), con lo que el país se vio obligado a echar mano de sus propias reservas, en proporciones más que preocupantes. Del déficit en cuenta corriente, de U. S. $2700 millónes en 1983, el crédito externo aportó solamente U.S. $1000. Es decir que en ese año, las reservas cayeron en U.S.$ 1.700 millónes, cuando el monto total de reservas en diciembre de 1982, era de U.S.$ 5.600 millónes. Semejante "bajonazo" sacó de sus sillas a los analistas económicos, y el panorama empezó a dividirse entre los pesimistas, qúe aseguraban que las reservas no iban a durar más de un año, y los optimistas que las estiraban a dos. En respuesta a esta situación el gobierno decidió finalmente, limitar tanto las importaciones del sector oficial, como las de la industria privada. Tal como se hizo público el 11 de este mes, 1.773 posiciones arancelarias pasaron al régimen de licencia previa, al tiempo que se ha anunciado ya la prohibición de importar más de 2.000 productos. En lo que respecta a las importaciones oficiales, que el año pasado representaron el 30% de las importaciones totales del país (o sea cerca de U.S.$1.509 millónes), la mayor parte de las mismas están destinadas a los sectores de energía eléctrica, combustibles y alimentos.
Además se prohibió la importación de un buen número de materias primas y bienes de consumo, que según Marín Bernal, se producen en el país "en condiciones adecuadas de abastecimiento y a precios razonables" (El Tiempo martes 10 de abril). Pero si estas medidas permitieron respirar con más tranquilidad a los analistas, sus efectos, que se sentirán en todos los ámbitos de la economía nacional, hicieron brincar a varios sectores.
Fenalco, por su parte, señaló que "el comercio ha asimilado en buena proporción la paulatina restricción a las importaciones, en cuanto ella se orienta fundamentalmente, a atenuar el deterioro de las reservas internacionales". Pero advirtió simultáneamente, "la grave circunstancia de que no se haya dado paso alguno para aliviar los traumas sufridos por el comercio importador", en especial, los referentes al desempleo estimulado por el cierre de importaciones. El presidente de la asociación gremial, Juan Martín Caicedo, hizo además énfasis en la protección que la medida pueda representarle a "figuras monopolísticas", en claro detrimento del consumidor.
Desde otro frente, el presidente de la Sociedad Colombiana de Agricultores SAC, Carlos Ossa Escobar, dijo que la medida "puede generarle enormes dificultades al sector agropecuario, si no se logra garantizar un flujo normal del abastecimiento de materias primas e insumos requeridos para la producción de fertilizantes, herbicidas y plaguicidas, cuyo componente importado es de más del 60%". De hecho, cabe recordar que en 1977, la falta de un abastecimienta adecuado, contribuyó a dar al traste con la producción algodonera, cuya área cultivada se redujo a menos de la mitad durante los años siguientes.
Para los transportadores, la situación finalmente "tocó fondo", y según el presidente de la Asociación Nacional de Agencias de Carga Aérea IATA, ASCAIATA, el cierre de importaciones sólo contribuye a oscurecer, aún más, un futuro ya de por sí sombrío. El gremio de agencias de carga y aduana en el transporte aéreo incluye cerca de 30.000 empleados directos, de cuyos trabajos viven aproximadamente 100.000 personas. Ya en este momento, los aviones de carga dependen, de manera casi exclusiva, del comercio de las flores, y se ven obligados a regresar al país casi completamente vacíos. Y dado el carácter estacional del mercado de flores, la situación de las compañías transportadoras entre mayo y septiembre pinta castaño oscuro. Aunque el gobierno prevé algún repunte en las exportaciones tradicionales distintas al café, en opinión de algunos éste no será suficiente para contrarrestar la disminución anticipada en el volumen de importaciones.
En general, sin embargo, todo el mundo parece coincidir en que la restricción a las importaciones, independientemente de sus consecuencias, era inevitable y, para algunos, la medida incluso se quedó corta. Según Fedesarrollo, la restricción tendría que ser mayor, y la institución calcula que las importaciones no deberían superar los U.S.$ 250 millónes mensuales, contra los U.S.$ 350 millónesmes que se han estado importando hasta el momento. "Una política de esta naturaleza tiene, porsupuesto, costos significativos para ciertos sectores económicos. (...) No obstante, en opinión de Fedesarrollo estos sacrificios sectoriales se justifican ampliamente, si con ello se evita la adopción de políticas deflacionarias generales con sus consecuentes costos económicos y sociales".
Así, parece tratarse ahora de una carrera por ahorrar divisas, cuyo éxito depende de la habilidad del gobierno para dejar el menor número posible de estrellados tras sí. Lo paradójico de todo esto, es que con la excepción de la última década, Colombia había vivido tradicionalmente una escasez de divisas igual o peor que la que ahora se avecina. Salvo durante las dos bonanzas cafeteras originadas en las heladas del Brasil del 53 y del 74, las reservas del país siempre habían sido insignificantes, o incluso negativas.
Lo grave es que ahora, con divisas originadas en fenómenos coyunturales como las heladas brasileras o el auge de la marihuana y la cocaina en los últimos diez años, se logró una infraestructura económica de una nueva dimensión, pero de una gran vulnerabilidad. En este momento, el país está volviendo a su realidad económica tradicional, y el proceso de ajuste no va a ser nada fácil. -