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Se acabó la fiesta

Tras siete años de expansión se empiezan a ver los achaques en las economías de los principales países.

4 de septiembre de 1989

Siete años de vacas gordas eran ya demasiado para la economía mundial y ahora llegó la hora de la dieta. Por lo menos eso parecen indicar las preocupantes cifras que reveló el Departamento de Comercio norteamericano el jueves pasado, cuando se supo que el indice de los once principales indicadores económicos de la producción de Estados Unidos cayeron por cuarto mes consecutivo. De inmediato los especialistas volvieron a mencionar palabras que le ponen la carne de gallina a cualquier gobernante: recesión, desempleo e inflación.
Porque lo cierto es que lo mismo está sucediendo en mayor o menor grado en varios de los más importantes países del mundo desarrollado. Hace unos días, la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE) publicó varias proyecciones que no resultan para nada alentadoras. Según el organismo multilateral, en Estados Unidos, por ejemplo, el crecimiento económico será apenas superior al 2% en 1990, alrededor de la mitad del registrado a comienzos de 1988. Algo similar debe ocurrir en Japón, Alemania Federal Gran Bretaña.
Como si lo anterior fuera poco, la misma entidad estima que la inflación va a aumentar dramáticamente. Se cree que en Estados Unidos pasará del 3.5% anual en 1988 a más del 5% al finalizar este año. En Japón, el salto será todavía más increíble: de 0.5% al 2.5%. Y en Alemania Federal del 1.5% al 2.5%.
Aunque la reaparición de preocupantes signos de recesión e inflación está lejos de alcanzar los niveles de finales de la década pasada, cuando parecía que esos males nunca iban a curarse, más de un especialista se está desvelando últimamente. Lo experimentado durante este año puede ser tan sólo el preludio de un fuerte golpe que se sentiría con fuerza a comienzos de los años 90.
Irónicamente, en esta ocasión no hay nada parecido a un shock petrolero, que fue el que acabó hace 16 años con la paz del mundo industrializado. Ahora todo se debe a que la expansión ha durado tanto, que la mayoría de las industrias están cerca del tope de su capacidad productiva. Se calcula que la utilización de la capacidad instalada está en su punto más alto en los últimos 20 años. En teoría, lo que debería suceder es que las empresas comiencen a invertir en planes de expansión. Pero la realidad demuestra que eso no ha sucedido en todos los países y que en el más grande, Estados Unidos, las cifras son desalentadoras.
Los conocedores del tema aseguran que la inflación se ha presentado debido a que, con la capacidd de producción copada, el mejor negocio para las empresas es aumentar su margen de ganancia. Y como la capacidad de producción no está creciendo al mismo ritmo, el cuello de botella es inevitable.
En respuesta a esta situación, los más atrevidos sostienen que lo que se necesita es que se produzca, de una vez por todas, la recesión. Si eso sucede -argumentan- las empresas tendrían tiempo para expandirse y el problema de la inflación se controlaría. El mecanismo indicado sería el de utilizar las tasas de interés para frenar a los consumidores y al mismo tiempo estimular el ahorro. Esa receta es la que ha utilizado el ministro británico
Nigel Lawson, para poner en cintura la economía de su país, hasta ahora sin mucho éxito.
Pero la realidad no resulta ser nunca tan sencilla. Por una parte, son pocos los gobiernos que se arriesgan a pagar el costo político de una recesión, con sus secuelas de crecimiento del desempleo y de empeoramiento de otros indicadores sociales. Por lo tanto, lo que acaba pasando en la práctica es que se busca un crecimiento moderado, mientras se espera que las empresas se ensanchen y que la inflación no se salga de control. Eso es lo que está pasando en Estados Unidos, donde las tasas de interés bajaron la semana pasada con el ánimo de estimular una economía que ya se ve cansada.
El riesgo, claro está, consiste en que a la vuelta de varios años los problemas se hayan tornado tan grandes que el frenazo sea inevitable. Basta recordar que a comienzos de 1982 en Estados Unidos las tasas de interés eran superiores al 20%, la inflación estaba por encima del 11% y el desempleo afectaba a una de cada diez personas en edad de trabajar. Pocos meses después la situación empezó a mejorar, pero la crisis fue tan profunda que dejó secuelas que aún se sienten en ciertas industrias.
Sin embargo, ese escenario no es suficiente para asustar a los gobernantes de las principales naciones quienes por el momento han decidido que la situación es manejable. Tal como dijera el semanario inglés The Economist, "se necesitará algo mucho más asustador que las proyecciones de la OCDE" si se quiere que se tomen medidas de fondo. A pesar de los signos de precaución, está visto que ciertas cosas no cambian y que, tal como antes, los que toman las decisiones prefieren esperar hasta que el golpe avise.