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Tractor conduciendo a lo largo de campo de cultivo, vista lateral | Foto: Getty Images

Alimentos

Argentina y Colombia, las dos caras de la moneda en la regulación a cultivos transgénicos

Para los ambientalistas, la intervención de la biotecnología en la agricultura tiene consecuencias en la salud porque favorece el uso de herbicidas cada vez más tóxicos.

22 de agosto de 2022

La oferta argentina de productos genéticamente modificados (GM) es abundante y variada. Soja, maíz, algodón, incluso el trigo que todavía se encuentra en fase experimental, elevan su perfil en el contexto de la guerra en Ucrania y la intensa sequía de este verano en Europa, que se vincula al cambio climático.

Desde que por primera vez en 1996 se sembró soja GM en Argentina, la extensión de los cultivos se ha ampliado hasta los 24 millones de hectáreas, y la intención es avanzar aún más. “Nuestro objetivo es llegar a un 40% de la superficie (de trigo) que se siembra en Argentina en los próximos 3 a 5 años”, dijo a la AFP Federico Trucco, director general de la empresa privada Bioceres, que desarrolló el trigo HB4, resistente a la sequía.

“Tiene que ver con zonas donde hoy la productividad del trigo está limitada por (la disponibilidad) del agua”, refirió. Argentina tendrá en 2023 la peor campaña triguera de los últimos doce años por la sequía que provoca un tercer ciclo consecutivo del fenómeno climático de ‘La Niña’, según la Bolsa de Cereales de Rosario.

Según Acosemillas, estas semillas, llevan más de 25 años en el mundo y 20 años en Colombia, y desde el inicio han cumplido con un protocolo estricto y riguroso de evaluación de riesgos que hace que sean seguras para su uso, no solo para el consumo directo en humanos y animales, sino como de los alimentos derivados de estos cultivos, así como han proporcionado muchos beneficios a los agricultores que las usan.

Así mismo, dicen que es importante reconocer el amplio respaldo científico y marco normativo que tienen estas semillas para lograr mejoras genéticas que permiten enfrentar los grandes desafíos relacionados con el crecimiento poblacional, el cambio climático, el ataque de plagas y enfermedades y los contenidos nutricionales en un marco de seguridad y legalidad.

“Supertrigo”

El trigo HB4 argentino, que Bioceres desarrolló en asociación con el estatal Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la Universidad Nacional del Litoral, partió de un gen del girasol que permite tolerar la sequía. Ocupa hasta ahora unas 100 mil hectáreas. “Todo lo que está sembrado tiene por objeto la obtención de semillas para futuras siembras, y no fines de procesamiento y consumo”, indicó Trucco.

“No hay una comercialización masiva porque no disponemos aún de las variedades correctas en la cantidad adecuada”, refirió. La empresa tiene como meta vender el trigo HB4 en Argentina y Brasil en una primera etapa, en un plazo de tres años, para después comercializar en Australia, dentro de cinco años aproximadamente.

La siembra del trigo HB4 fue aprobada en Argentina en mayo último, en tanto Brasil y Australia avalan el uso de la harina HB4 desde 2020. El trigo HB4 también obtuvo la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), en junio pasado.

En abril de este año los GM argentinos recibieron un fuerte impulso por la aprobación de China a la soja HB4 que estaba bajo análisis en ese país desde 2016. Estados Unidos, Brasil y Paraguay ya la habían avalado en 2019 y Canadá en 2021. Los cultivos transgénicos representan 63% de la superficie agrícola de Argentina y 13% del área mundial de GM, lo que posiciona al país detrás de Estados Unidos y Brasil.

En Colombia este tipo de cultivos también aumenta. De acuerdo con el ICA, en 2021 se sembraron más de 157.000 hectáreas de cultivos transgénicos, sobre todo de maíz, algodón y flores azules, lo que supone un aumento del 31 %. A pesar de estos datos, según Agrobio, Colombia está lejos de ser un gran productor de transgénicos, y está muy detrás de otros países de la región como Brasil, Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay que “siembran cultivos transgénicos en millones de hectáreas al año”. EFE

Preocupaciones

Para los ambientalistas, la intervención de la biotecnología en la agricultura tiene consecuencias en la salud porque favorece el uso de herbicidas cada vez más tóxicos.

“Hay que sopesar no sólo el efecto del herbicida individual sino el modo de interactuar con otros químicos”, dijo a la AFP Guillermo Folguera, biólogo e investigador del Conicet. También preocupa que el avance de los GM deteriore la biodiversidad y el suelo debido al desplazamiento de la frontera agrícola como ocurrió a finales de los años 1990 con el boom de la soja.

“Este deterioro de los suelos por monocultivos intensos redunda en una menor productividad que se busca compensar vía fertilizantes”, señaló Folguera. En Gualeguaychú, a 240 km al norte de Buenos Aires, se debate la prohibición de la siembra del trigo HB4. En 2014 vetó el uso de glifosato, herbicida indispensable para la soja.

“Es muy probable que una plantación de trigo transgénico contamine a otra con trigo común. La contaminación cruzada es riesgosa porque no tiene marcha atrás”, advirtió Folguera. Ello puede malograr exportaciones a países donde los GM siguen vedados, alertó Gustavo Idígoras, presidente de Cámara de la Industria Aceitera y del Centro Exportador de Cereales.

En Colombia también hay un fuerte debate sobre el uso industrial de este tipo de semillas. Recientemente el representante a la cámara Juan Carlos Losada radicó un proyecto de ley que busca prohibir su producción, comercialización, importación y exportación en el país, propuesta que ha revivido el debate sobre seguridad alimentaria, exportaciones y salud pública.

“El proyecto no mide los alcances que una prohibición como esta puede tener para el desarrollo científico, productivo y sostenible del país, así como para generación de instrumentos que protejan el medio ambiente (...) No es ético negar al agricultor el derecho al acceso a los avances científicos para una agricultura más eficiente y ecoamigable”, dice una de las cartas de respuesta a la propuesta del representante Losada.

Elizabeth Hodson de Jaramillo, quien firmó uno de estos textos, participó en la Misión de Sabios y es experta en agrobiotecnología y bioseguridad, define la propuesta de Losada en tres palabras: “Es un absurdo”. Además, sobre el uso del glifosato, uno de los apartes que más se ha mencionado en el debate colombiano, la respuesta de los científicos es que, aunque es factible que sí se haya aumentado el uso de este herbicida, no es un problema que hayan traído exclusivamente los transgénicos, pues el glifosato es usado de manera masiva en el campo, debido a su gran eficiencia.

Se requiere pensar en todos: desde el autoconsumo y la economía familiar campesina e indígena hasta llegar a modelos agroempresariales de mediana y gran escala, sin afectar el respeto a la libre elección, a la tradición, a la innovación, a la cultura de los diferentes actores del sector rural, y garantizando en cada uno de ellos el estatus fitosanitario del país, así como la libertad de operación de los productores del campo.” Acosemillas.