
Opinión
Conversaciones íntimas
La búsqueda del propósito también implica mirar hacia afuera.
Ese día no quería responder mensajes, no quería entrar a ninguna red social. Sara sentía un dolor en el pecho, una presión angustiante que la hizo pensar que, a sus 32 años, podía tener un infarto. No tenía mucho tiempo libre: su día inicia temprano, con gimnasio y té matcha con proteína.
En medio del ritmo acelerado de la empresa donde trabaja, donde las metas se acumulan y las responsabilidades parecen no tener fin, detenerse a pensar en el propósito puede parecer un acto de rebeldía. Eso le estaba pasando a Sara. Un buen día decidió que no sabía por qué estaba haciendo su trabajo rutinario y repetitivo, y decidió mirar hacia adentro para encontrar su propósito.
Buscar la conexión individual se vuelve muy difícil cuando hay tanto ruido. El propósito no es una meta concreta ni un sueño lejano; es esa fuerza silenciosa que da sentido a lo que hacemos, que transforma lo cotidiano en significativo y que convierte el trabajo en vocación.
Muchas veces, la desconexión con el propósito se manifiesta de forma sutil. En el caso de Sara, incluso, se volvió sintomático. Y es que hay días en los que, a pesar de los logros, se siente un vacío inexplicable. El entusiasmo se desvanece, las decisiones se tornan mecánicas y surge esa pregunta incómoda: “¿Esto es todo?”. Es en esos momentos cuando vale la pena mirar hacia adentro, cuando hay que decidir, así sea incómodo, tener una conversación íntima.
Encontrar el propósito comienza con conocerse. No de manera superficial, sino con honestidad. Es explorar qué nos mueve, qué nos apasiona, qué valores nos definen. Es recordar los momentos en los que nos hemos sentido vivos, útiles, plenos. A veces, el propósito se revela en nuestras propias heridas, en los desafíos que hemos superado, en las historias que nos han transformado.
Y escribiendo recordé la historia de Lucía, una ejecutiva brillante que durante años lideró equipos en el mundo corporativo con gran éxito. Desde fuera, su vida parecía perfecta: reconocimientos, estabilidad, influencia. Pero por dentro, algo no encajaba; a sus 45 años sentía que algo hacía falta. Cada vez que lograba una meta, sentía que el entusiasmo duraba poco. Un día, tras una conversación casual con una colega, recordó cómo en su juventud había enseñado alfabetización en comunidades rurales. Esa experiencia, que había dejado atrás por “no ser parte del plan”, le había dado una sensación de plenitud que nunca volvió a experimentar.
Movida por esa memoria, Lucía comenzó a dedicar parte de su tiempo a mentorías con jóvenes en situación de vulnerabilidad. Lo que empezó como una actividad voluntaria se convirtió en el centro de su propósito. No dejó su carrera, pero la transformó. Hoy lidera iniciativas de impacto social dentro de su empresa, y cada proyecto que impulsa está alineado con ese propósito que redescubrió: empoderar a otros a través del conocimiento.
La búsqueda del propósito también implica mirar hacia afuera. Suele estar vinculada al impacto que queremos tener en los demás, al legado que deseamos dejar. No siempre aparece con claridad desde el inicio. A menudo se descubre caminando, probando, equivocándose, ajustando. Es un proceso que requiere paciencia, apertura y humildad.
En ese camino, las personas que nos rodean juegan un papel fundamental. Conversar con quienes viven con propósito, compartir inquietudes, escuchar otras perspectivas puede abrir puertas que no sabíamos que existían. El propósito no es una fórmula, es una búsqueda. Y como toda búsqueda, se enriquece con compañía.
Una vez que lo encontramos, el propósito se convierte en brújula. No elimina los obstáculos, pero les da sentido. Nos ayuda a priorizar, a tomar decisiones con coherencia, a liderar desde la autenticidad. Nos recuerda por qué hacemos lo que hacemos, incluso en los días difíciles.
Al final, encontrar el propósito no es llegar a un destino, sino iniciar una conversación íntima y continua con uno mismo. Es permitir que cada etapa de la vida nos revele nuevas capas de sentido. Y aunque el camino pueda ser largo, cada paso hacia él vale la pena, porque cuando lo encuentras, ya no es necesario vivir por vivir.
Ahí es donde vale la pena buscar esas conversaciones íntimas contigo mismo. ¿Estás dispuesto a escucharte?
