OPINIÓN

Claudia Varela

Elige tu respuesta

El año 2026 no será perfecto. Ninguno lo es. Pero puede ser pleno si aprendemos a responder mejor.
28 de diciembre de 2025, 9:30 a. m.

El nuevo año es una puerta que se abre hacia lo desconocido. En la entrada, solemos dejar nuestras intenciones con esas metas, propósitos, planes cuidadosamente trazados. Y, sin embargo, lo sabemos, el mundo se mueve con su propia lógica. Y es justo aquí que puede servirnos el estoicismo, una filosofía nacida en las polis y pulida en el imperio, que vuelve una y otra vez como brújula para los ciclos que inician.

El estoicismo no es una promesa infranqueable; es un arte flexible. No exige renunciar a la emoción, sino comprenderla. No propone resignación, sino dignidad. Y, sobre todo, nos invita a concentrarnos en el corazón de nuestra libertad, en la mirada hacia adentro, la capacidad de elegir cómo pensamos, cómo actuamos y cómo interpretamos lo que nos ocurre. Y es allí, en ese pequeño margen entre el estímulo y la respuesta, donde vive lo que puede transformar un año entero.

Y es que los estoicos sugirieron una distinción fundamental basada en lo que depende de mí y lo que no. Y aplicarla es un ejercicio diario. No depende de mí el clima, el mercado, la opinión ajena, el giro inesperado de los acontecimientos. Depende de mí la calidad de mis pensamientos, la templanza de mis palabras, la justicia de mis actos, el coraje con que enfrento lo difícil. Cuando orientamos la energía hacia lo controlable, la ansiedad se reduce y la eficacia aumenta. Es como ajustar el lente de la cámara.

El inicio del año nos tienta con la ilusión del control absoluto. El estoicismo nos recuerda que el control que vale es el interno. Comienza con una pregunta sencilla ¿Qué está verdaderamente en mis manos hoy? La respuesta suele ser bien humilde —la estructura de mi día, la forma en que escucho, el tono que elijo para una conversación difícil— y, sin embargo, esas pequeñas elecciones configuran tu día, tu camino.

Para los estoicos, la felicidad no es un estado de ánimo; es la consecuencia de vivir con virtud. Cuatro pilares sostienen tu casa de valores; sabiduría, justicia, coraje y templanza. La sabiduría pregunta antes de juzgar. La justicia reconoce lo que merece cada persona y cada situación. El coraje se presenta cuando el miedo invita a retroceder. La templanza regula el impulso y da espacio al discernimiento.

Si el año pasado nos enseñó algo —en el trabajo, en la familia, en la salud— es que actuar con virtud no siempre trae aplausos, pero siempre trae coherencia. Y la coherencia, con el tiempo, se vuelve paz.

Está claro que aceptar lo que es no significa rendirse. La aceptación estoica es activa; implica mirar con atención, reconocer la realidad y preguntarse cuál es la mejor acción posible aquí y ahora. Amor fati —amar el destino— no es romanticismo, es estrategia espiritual. Cuando dejamos de luchar contra lo inevitable, recuperamos energía para lo valioso, crear, cuidar, mejorar, aprender, reparar.

Una de las herramientas más delicadas y transformadoras es imaginar, por un instante, la ausencia de aquello que apreciamos. Que tal pensar en una relación, un proyecto, un lugar, un estado de salud que damos por sentada. No para sufrir por adelantado, sino para reconocer su valor y vivirlo con gratitud. Al practicarlo, el apego ansioso se afloja y el aprecio se intensifica. Cada desayuno compartido, cada camino conocido, cada mensaje sincero, se vuelve un pequeño acto de fortuna.

Mira tu rol en la sociedad. Quien lidera —un equipo, una familia, un proyecto— necesita la doble fuerza del estoicismo, esto es, firmeza en valores y flexibilidad en métodos. En un año que seguramente será divertido, la mejor estrategia no es apostar al acierto perfecto, sino cultivar una cultura de respuesta sólida; claridad de propósito, comunicación valiente, decisiones oportunas y cuidado de tu ecosistema. El liderazgo estoico no calla las emociones; las ordena. No niega la incertidumbre; la navega. No busca controlarlo todo; busca ser confiable cuando importa.

El año 2026 no será perfecto. Ninguno lo es. Pero puede ser pleno si aprendemos a responder mejor. Sí, convertimos cada reto en una oportunidad de carácter; cada logro, en un espacio de presencia. Yo estoy lista para elegir mi respuesta, ¿y tú?