OPINIÓN

Carta a los jóvenes colombianos

Como dijo Jaime Garzón: “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselo”. Es el momento de que los estudiantes tomen conciencia de su rol en la sociedad

Julián De Zubiría Samper
17 de abril de 2017

Queridos jóvenes:

El 81% de ustedes no votó en el plebiscito del 2 de octubre de 2016, posiblemente, la elección más importante que habrán tenido durante su vida. Se trataba, ni más ni menos, de decidir si aceptábamos que el grupo guerrillero más grande de Latinoamérica en el siglo XX se desarmara y transitara hacia la democracia. Seguramente, algunos rumbearon la tarde anterior, pasaron la noche bailando o, simplemente, perecearon más que de costumbre a la mañana siguiente. No lo sé. El resultado todos lo conocemos: Por unos pocos votos, triunfaron las fuerzas que lo rechazaban. Los ciudadanos habían salido a votar “verracos” contra el proceso de paz, tal como lo promovió con filigrana el Centro Democrático y cínicamente lo reconociera el propio gerente de la campaña del “No”.

El Centro Democrático no escatimó esfuerzos para generar emociones contrarias al proceso de paz. Acusó al gobierno de “enmermelado”, “aliado del terrorismo” y “castrochavista”, calificativos que, por un claro error de pensamiento, se transfirieron al proceso mismo. De tiempo atrás, habían elaborado un discurso para cerrarle las puertas a una salida negociada al conflicto, para lo cual quisieron convencernos de lo imposible: que en Colombia “no existía conflicto interno” y que los 8 millones de desplazados eran en realidad “migrantes internos”, casi que turistas. En su lucha encontraron un aliado de primer orden en las disciplinadas fuerzas de las iglesias cristianas, quienes pusieron el grito en el cielo ante el supuesto proceso de “destrucción de las familias” que significaría apoyar la paz. Toda la extrema derecha colombiana armó causa común contra la paz y construyó diversos dispositivos retóricos que buscaban fortalecer la animadversión contra el proceso. No era una tarea tan difícil, ya que décadas de violencia habían dejado profundo odio y rechazo hacia las FARC. Su estrategia fue reforzada, a la postre, con mentiras que, de tanto ser repetidas por un líder mesiánico como Uribe o por los pastores del “No”, terminaron vestidas de verdad.

Desde entonces, el senador y expresidente Álvaro Uribe lleva reiterándolas casi a diario. Ahora se envalentonó y ha agregado una nueva: “Nos robaron el triunfo del 2 de octubre”. Sin duda, su discurso polarizante, que invita al odio y la venganza, está completamente sintonizado con un país emocionalmente enfermo, como lo es Colombia. La inercia de la guerra sigue ganando la partida y ustedes son los únicos que le pueden cambiar el rumbo.

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La diferencia entre un estadista y un politiquero –decía Churchill– es que el primero piensa en las próximas generaciones y el segundo, en las próximas elecciones. Uribe, claramente, no es un estadista. Ustedes lo saben. Está obsesionado con retornar al poder en 2018 para echar para atrás los acuerdos. Desarrolló adicción al poder y, como tal, no puede vivir sin él. Le interesa poco el país y por eso ha hecho todo lo posible para ponerle palos a la rueda de la paz.

Santos le ha facilitado las cosas. Le falta comunicación con los ciudadanos y lo único que tiene por mostrar es su apuesta incondicional para sacar adelante la paz. De resto, su política deja mucho que desear en educación, economía, recursos naturales o ciencia. Sus “locomotoras” fallaron en todo, menos en destruir el medio ambiente y su promesa de convertir a Colombia en la más educada para el 2025 no deja de ser un slogan retórico de campaña, muy alejado de la realidad.

Pero lo que está en juego en Colombia es mucho más importante que el futuro político de Uribe, Santos o del partido creado por las FARC. Hago propias las palabras de Francisco de Roux cuando decía que “lo que está en juego es la posibilidad de que podamos vivir en Colombia como seres humanos”. Lo triste es que seguiremos perdiendo la batalla mientras Uribe y Santos lideren el debate político nacional. Ellos ya cumplieron su papel. Curiosamente, no podría existir el uno sin el otro. Más que oponerse, se complementan. Uno fue ministro y candidato del otro. Que uno llame “castrochavista” al otro no se lo cree ninguno de los dos; pero el discurso ha resultado efectivo ante un pueblo ignorante que no se da cuenta de que en esencia sus programas económicos y sociales son prácticamente idénticos.

La paz está por encima de estas pequeñas rivalidades electoreras. La paz le pertenece a la juventud y sólo ustedes podrán defenderla. “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselo… ¡Nadie!”, les decía Jaime Garzón. ¡Cuánta falta nos hacen su risa y sus profundos análisis!

El dilema del país no es entre “uribistas” y “santistas”, sino entre quienes quieren construir un país más educado, más desarrollado, más tolerante y más equitativo y quienes nos quieren seguir manteniendo en la ignorancia, el subdesarrollo, la exclusión y la inequidad. Ambos tuvieron su momento y ninguno de ellos escogió la educación, la ciencia, la justicia, la salud, el desarrollo o la equidad.

Dediqué mi vida a transformar la educación. Llevo intentándolo cerca de 40 años y por ello he hablado tanto con los jóvenes de este país. Conozco su frustración frente a las instituciones, los partidos y los políticos; pero si ustedes no creen en ellos, tendrán que renovarlos con movimientos y propuestas nuevas.  Sé todo de lo que son capaces de hacer cuando se organizan en torno a metas claras, como lo demostraron en días recientes al luchar para que se prohibieran las fiestas en las que se maltratan y asesinan los animales; o en el 2013, cuando la MANE echó para atrás la idea de establecer el ánimo de lucro en la universidad y reivindicó, en masivas marchas, el derecho a la educación. Son dos luchas que han cambiado la historia reciente colombiana.

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Me identifico plenamente con su rebeldía y con su esperanza, las dos palabras que de mejor manera los describen. Y puedo decirles: Ni con Uribe ni con Santos fue, ni será posible transformar la educación. Ninguno de ellos le dio la más mínima importancia.

Es el momento de nuevos liderazgos y nuevos temas en la agenda. Los invito a que se apoderen del Plan Decenal de Educación que está construyendo el país para el periodo 2017-2026, a que le den a éste fuerza de ley y a que lideren una Asamblea Nacional por la educación. El país es de ustedes y no deberían seguir permitiendo que se los arrebaten los politiqueros de siempre, ahora vestidos con trajes nuevos y supuestamente luchando contra la corrupción, cuando todos sabemos que ella está totalmente articulada con el poder, entronizada con los partidos políticos y es connatural al actual sistema electoral y político colombiano. La educación y la ciencia tienen que convertirse en nuevas prioridades por discutir. A los políticos colombianos les ha faltado grandeza. Construyan nuevos movimientos políticos. Generen nuevas alternativas, como en su momento lo hizo la generación que les precedió y que logró el más importante cambio constitucional que hemos conocido: la Constitución de 1991. Todo ello al fragor de una “Séptima Papeleta” y del proceso de paz con el M 19. Hoy los invito a que se comprometan en ser guardianes permanentes de la paz y a que conviertan un acuerdo por lo fundamental en educación en ley de la república. Sin duda, todos los jóvenes deben volver a marchar: Hoy, nuevamente el derecho a la educación está amenazado.

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Lo único que sé es que hay dos coyunturas excepcionales que todavía mantienen nuestra esperanza en alto. De un lado, que las FARC están concentradas en las zonas veredales, que están cumpliendo con su palabra y que, por parte de ellos, no hay vuelta atrás. Lo segundo es que cada vez hay más voces en el país que claman por atacar los problemas desde su raíz y que saben que una educación de baja calidad es el mejor caldo de cultivo para que florezcan los populismos de derecha y de izquierda, que tanto daño le están haciendo a la democracia en el mundo.

Culmino esta carta con las mismas palabras con las que empecé mi columna anterior: “Si tu candidato no sabe cómo cambiar la educación, cambia de candidato”. Si lo hacemos, sin duda, construiremos un nuevo país. Pero pueden estar seguros que los únicos que lo pueden garantizar son ustedes.

Con profunda esperanza,

Julián De Zubiría Samper 
Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación de las Naciones Unidas. 
Twitter: @juliandezubiria

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