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El magistrado y el carpintero

De esta manera la justicia ­—en su infinita sabiduría— impidió que el indefenso magistrado se convirtiera en víctima del poderoso carpintero.

Daniel Coronell
30 de mayo de 2009

José Uribe se ganaba la vida como carpintero. Jamás tuvo problemas con la justicia, hasta hace seis años cuando se comprometió a hacer unos trabajos en un apartamento del magistrado José Alfredo Escobar Araújo, el de los botines de Giorgio Sale. Como suele suceder con algunos colegas suyos, el carpintero incumplió la fecha de entrega.

Cansado de esperar, y después de haber girado varios anticipos, el magistrado Escobar fue hasta la carpintería de Uribe para reclamarle por el atraso. Llegó acompañado por dos guardaespaldas, su conductor y el abogado Arturo Rafael Donado Barros.

En este punto empiezan las discrepancias entre las versiones del magistrado y del carpintero.

Según el carpintero, los escoltas tocaron a su puerta y le dijeron que el magistrado quería hablar con él. Segundos después le anunciaron que venían a decomisarle una maquinaria por haber incumplido el contrato.

El ebanista relata que cuando preguntó por la orden judicial, el doctor Escobar replicó que como magistrado estaba dando la orden verbal de decomiso y le ordenó a uno de los escoltas que fuera a contratar un camión para llevarse la máquina. El chofer del camión contratado, su ayudante, los escoltas y el conductor del carro oficial asignado al magistrado subieron la máquina al camión y se la llevaron a un garaje del apartamento de Escobar. El carpintero asegura que les suplicó que no lo dejaran sin su herramienta de trabajo.

El magistrado Escobar desmiente esa versión. Según él, fue a la carpintería a pedirle a José que le devolviera los anticipos para poder contratar otra persona. Allí, de acuerdo con la narración de Escobar, el carpintero alegó que no tenía plata, pero que, para garantizarle la devolución del anticipo, le ofrecía su máquina. El magistrado asegura que aceptó y que por eso mandó a un escolta por el camión y se llevó la maquinaria.

Como sea, unas semanas después, el carpintero fue a la Fiscalía y denunció al magistrado Escobar por abuso de autoridad y hurto calificado. La denuncia fue remitida a la Comisión de Acusaciones de la Cámara, en donde le correspondió por reparto al entonces representante José María Imbett, costeño y conservador como Escobar Araújo. El caso fue archivado a favor del magistrado, sin haber oído siquiera a los testigos del carpintero.

En medio de ese trámite, José Uribe visitó al abogado Héctor Van-Strahlen, amigo del magistrado, para que le propusiera devolverle la máquina y pagarle una suma por los perjuicios, para así terminar el trabajo y desistir de la demanda. El abogado lo llevó al despacho del magistrado Escobar, quien grabó subrepticiamente la conversación.

El magistrado Escobar denunció a José Uribe por estafa, falsa denuncia, constreñimiento ilegal y extorsión. La justicia esta vez actuó con todo rigor.

El carpintero fue condenado a cuatro años de cárcel por el delito de falsa denuncia. El juzgado consideró que dos obreros y el entonces chofer del magistrado que corroboraban la versión de Uribe, no eran testigos creíbles. Los primeros, por ser subordinados del carpintero, y el conductor porque podría albergar algún resentimiento hacia su ex jefe.

En cambio, determinó que los guardaespaldas del magistrado, denunciados también por el carpintero, sí podían declarar con libertad. Avaló también los testimonios de los abogados Arturo Donado y Héctor Van-Strahlen.

El fallo contra el carpintero fue confirmado por el Tribunal de Bogotá. El testigo Héctor Van-Strahlen es ahora director de la Administración Judicial de Santa Marta. La Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura, de la que es miembro Escobar Araújo, lo propuso en una terna de la que -casualmente- también hizo parte Arturo Donado, el otro testigo.

A este último también le ha sonreído la fortuna. Después de fracasar en un intento por convertirse en magistrado de Justicia y Paz, otra vez por sugerencia de la Sala Administrativa, fue nombrado registrador especial de Santa Marta. Designación que dependía, en buena medida, de la delegada de la Registraduría en Magdalena, la doctora Ruth María Escobar, pariente lejana y amiga cercana de José Alfredo Escobar Araújo.

De esta manera, la justicia -en su infinita sabiduría- impidió que el indefenso magistrado se convirtiera en víctima del poderoso carpintero.

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