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Alegoría a la fundación del colegio La Enseñanza, en 1783.

Emprendimiento<br>Mosaico de emprendedoras*

La historia de las mujeres empresarias en el país es amplia pero muy desconocida. La herencia de negocios y fortunas que dejaron las precursoras del empresariado nacional.

18 de marzo de 2005

La aparente escasez de mujeres empresarias contrasta con la mayor abundancia y visibilidad de mujeres obreras, políticas, religiosas, literatas, artistas, gerentes y profesionales. Parece que no ha habido muchas colombianas dispuestas a asumir riesgos, a enfrentar la incertidumbre o que, como se define un empresario, tengan un alto sentido del lucro, busquen ganancias y posean una actitud innovadora en materia de mercados, productos, organizaciones y métodos de producción. La ausencia de la mujer en el desarrollo empresarial lo muestra la edición especial de Dinero (No. 214, 2004), donde solo figura Mercedes Sierra y su proyecto urbanizador de la zona del Chicó en Bogotá.

El carácter de la mujer, la familia, los lazos de parentesco y otros valores e instituciones sociales en la conformación y evolución de las empresas está aún por explorar. El reciente estudio del empresariado genera nuevos interrogantes, entre los cuales empieza a ganar relevancia la variable género, particularmente femenino, históricamente poco tenida en cuenta pero que aflora con fuerza en expresiones como el empresariado de origen popular y pueblerino, y aquel que se destaca en las denominadas empresas promisorias.



Las primeras

En sociedades con desarrollo capitalista tanto temprano como reciente emergen algunas mujeres como emprendedoras y gerentes. En Colombia, la historiografía da cuenta de antioqueñas, costeñas y santafereñas, dedicadas a actividades económicas en la época de la Colonia y en el siglo XIX y religiosas de varias congregaciones que desarrollaron una destacada labor empresarial y gerencial, manejando los bienes acumulados a lo largo de varios siglos, representados en haciendas, inmuebles urbanos y dinero que colocaban a interés. El caso de las Clarisas y su compleja organización administrativa es quizá el más representativo hasta bien entrado el siglo XIX.

María Centeno es la primera mujer con fama y reconocimiento en la historia colonial por su actividad empresarial, en minería, para lo cual se sobrepuso a las normas morales, sociales y jurídicas establecidas por la costumbre y la legislación española, plasmadas en las Siete Partidas1 y posteriormente en las Leyes de Toro2. Estas últimas, sin embargo, prodigaban ciertas ventajas a la mujer en caso de que el marido pusiera en peligro los bienes de la dote que pasaban a ser administrados directamente por ella sin necesidad de autorización judicial.

María Centeno fue hija del segundo matrimonio de doña Juana Taborda con el capitán español don Hernando de Zafra Centeno, vecino de Santa Fe de Antioquia (1563). También fue conocida como María del Pardo, María del Prado o María de Zafra. Doña Juana Taborda se volvió a casar en tercera ocasión con Damián de Silva, encomendero de los indios bejicos y titiribíes. Doña María heredó de su madre la elección de hombres ricos o importantes para llevar al altar. Su primera unión fue con Alonso de Rodas Carvajal, hijo del mestizo, ambicioso y bastardo don Gaspar de Rodas. De él se divorció cuando le puso un pleito, porque no soportó el adulterio continuado que María practicó con Antonio Machado, encomendero de los indios de Guaca. Luego contrajo nupcias con García Jaramillo de Andrade, que le dejó en herencia las ricas minas de Buriticá casi en plena producción; por tercera vez, con el capitán y sargento mayor Fernando de Ossio y Salazar, expedicionario del Chocó en 1639. Era primo hermano del gobernador Juan Vélez de Salamanca, más tarde conocido como Marqués de Quintana de Las Torres. De ninguno de sus tres hombres, que se sepa oficialmente, tuvo descendencia; sin embargo, la leyenda le atribuye dos hijas rodeadas, tanto como la madre, de mil leyendas que por tradición oral se conservan en varias regiones mineras de Antioquia.

A Doña María por su desmedido gusto por la riqueza, en una época en que se reivindicaba el estado de pobreza como una manera de llegar a Dios, se la calificó de libertina y cruel con animales y esclavos. También, según se dice en la tradición, destruyó la antigua ciudad de Santa María de Águeda, sin que se sepa la causa. Cuentan que con su cuadrilla de negros esclavos, la redujo a cenizas durante una excursión de cateo de minas que ella misma comandaba en la región de los ríos La Miel, Dulce, Samaná y Verde, en el actual departamento de Caldas.

Sin dudas, Doña María fue la más extraordinaria empresaria de minas del Nuevo Reino. Con un trabajo continuo de más de 25 años, logró reunir una cuadrilla de casi 600 esclavos distribuidos por lo menos en 40 minas diseminadas en los actuales municipios de Segovia, Remedios, Yolombó, Buriticá, Santa Fe de Antioquia, Frontino y Abriaquí. En Buriticá, también dice la tradición oral, Centeno extrajo grandes riquezas con una cuadrilla de 508 negros. Se conservan todavía rastros del extraordinario acueducto de 15 kilómetros de longitud que ella y su marido García Jaramillo hicieron construir en medio de despeñaderos y faldas para poder beneficiar las ricas vetas. En caballos briosos, solía salir desde la ciudad de Antioquia a inspeccionar y dirigir el trabajo de sus minas. Murió viuda y de más de 80 años, en la ciudad de Antioquia y no en España como se afirma frecuentemente, el 4 de agosto de 1645 (Uribe Ángel, 1985). Parte de su gran fortuna pasó a manos del capitán Alonso de Guetaria y de él a su yerno Felipe de Herrera, quien la recibió en dote, convirtiéndose después en uno de los mineros más ricos de Antioquia en el siglo XVII (Melo, 1988).

En la Colonia, algunas mujeres, en particular las viudas, asumieron con frecuencia la atención de sus bienes y los de su familia. La precaria situación con una realidad económica y social limitada, las obligaba a administrar el patrimonio, no obstante que se trataba de una sociedad fuertemente jerarquizada y dominada por los hombres. El caso de la Centeno no es excepcional, al menos en su propensión al trabajo productivo y al liderazgo en la economía regional. El número de rebeldes heroínas en Santander durante el levantamiento comunero de finales del siglo XVIII lo explica su vínculo con el comercio y la industria artesanal de tejidos, fuertemente afectada por las reformas fiscales impuestas por los Borbones que perjudicaban su actividad. El grupo de mujeres del pueblo (negras, mestizas, indias, mulatas y blancas pobres) dedicadas al trabajo duro en las labores agrícolas, artesanales, mineras y comerciales, continúa en ascenso a lo largo del siglo XX, mientras que el de las empresarias y negociantes sigue siendo muy reducido y poco visible.

Negocios en familia

Durante el siglo XIX y buena parte del XX, en Colombia, detrás de todos los negocios, grandes o pequeños, estuvo la familia. Hacia los bancos, por ejemplo, dice Roger Brew, se orientaron los fondos destinados al fomento de los diferentes sectores productivos. La familia tenía simultáneamente un carácter financiero y empresarial muy fuerte en la vida económica colombiana, al punto de que los bancos y muchas empresas del siglo XIX se fundaron por intereses de parentesco. Los negocios comerciales se nutrían de capitales familiares aportados por padres, hermanos, primos, tíos, ahijados y compadres, que solían ser también socios industriales o que aportaban trabajo y asumían el manejo de los negocios de los parientes viejos, o de los heredados por parientes menores de edad, huérfanos o viudas. Ocurría también que tras de un matrimonio terminaban calándose fuertes alianzas económicas.

La mezcla de vínculos parentales con vínculos económicos garantizaba solvencia y seguridad para el montaje y organización de empresas grandes. Los ricos y acomodados eran relativamente pocos y los procesos de acumulación tenían ritmos muy lentos que abarcaban varias generaciones. Alrededor de la familia y de la empresa se reunían las reservas de capital y los conocimientos técnicos de todos sus miembros, partiendo de la idea de que la confianza mutua y la multiplicidad de actividades significaba la seguridad a largo plazo para todos (Brew, 1977). Esta tendencia se mantuvo hasta el siglo XX cuando la familia y las alianzas comerciales entre parientes estuvieron presentes en casi todas las grandes empresas por acciones, en las cuales la razón social con los apellidos del fundador y la mención de sus hijos solía divulgarse como símbolo de fortaleza y prestigio.

Sin embargo, en las grandes sociedades comerciales fundadas en el país en el siglo XIX, pocas veces figuran nombres femeninos en la lista de accionistas. Solo en la poderosa firma de Vicente B. Villa e Hijos, de Medellín, aparecen como socias activas y beneficiarias sus hijas Natalia, Paulina y María Luisa, aunque representadas por sus maridos, tal como lo ordenaba la ley. La figuración de estas mujeres se dio frecuentemente en sociedades bancarias, a partir de la inversión de fortunas heredadas. En ciertos casos, las acrecentaron de forma individual o trabajando hombro a hombro con sus maridos e hijos.

María Mercedes Botero, en su estudio sobre Las instituciones bancarias en Antioquia, 1872-1886, da cuenta de mujeres muy acaudaladas, quizás las más ricas de Colombia, como Lorenza Uribe de Amador, Antonia Jaramillo de Vásquez y Enriqueta Vásquez Jaramillo de Ospina. La primera fue hija de José María Uribe, gobernador de Antioquia y el minero más rico de Antioquia en la década de 1840. Doña Antonia y doña Enriqueta eran, respectivamente, esposa e hija de Pedro Vásquez Calle, el hombre que figuraba con la mayor fortuna del país en la primera mitad del siglo XIX, representada en minas, comercio, tierras y ganadería diseminada en diferentes zonas de Antioquia y Cundinamarca. Todo indica que muerto Pedro, ellas heredaron, aunque Eduardo, su hijo, también empresario y político famoso, representó a ambas mujeres en varias sociedades donde fueron accionistas. Doña Enriqueta contrajo matrimonio en 1855 con el ex presidente de la República Mariano Ospina Rodríguez.

En el Código Civil del Estado de Antioquia, redactado durante la Asamblea Constituyente de 1864, la mujer casada se concebía como un individuo incapaz de decidir sobre su persona y bienes económicos. El marido, por tanto, asumía la representación de todos sus derechos. Esta disposición jurídica, que se denominaba potestad marital, le impedía a la mujer el derecho a manejar y disponer de sus propios bienes o de los adquiridos en el seno de la sociedad conyugal. El exilio político del marido, por ejemplo, llevó a Enriqueta Vásquez a asumir la administración del patrimonio familiar, afectado seriamente por los compartos y contribuciones económicas forzosas de guerra, que en algunas oportunidades le impusieron los gobiernos liberales a su marido, reconocido por haber sido uno de los fundadores del Partido Conservador colombiano.

Pese a las disposiciones jurídicas y a la mentalidad colectiva de que los negocios eran asunto de hombres, la ley permitía a la soltera mayor de edad, viuda o madre soltera, contraer obligaciones civiles y económicas y ser propietaria. Al casarse, ellas perdían automáticamente la capacidad de administrar sus bienes, pero también se puede pensar que esta aparente dura condición, le permitió a la mujer adinerada actuar como elemento cohesionador de la familia que fundaba. La imagen de la rica oprimida por una sociedad desigual y por leyes desfavorables, queda un poco desvirtuada en razón de que los matrimonios entre los más acomodados estaban determinados frecuentemente por los lazos parentales, en una sociedad muy endogámica en la que los intereses económicos de la esposa eran obligatoriamente compartidos por el marido, generalmente su primo hermano o tío.

En caso de que la mujer ejerciera alguna industria o trabajo con permiso de su cónyuge, todos los ingresos que percibiera también debía someterlos al control y administración de su marido. Solo la Ley 83 de 1931 dio a la mujer casada el derecho de recibir y disponer a su antojo de los salarios que percibiera. Luego, la Ley 28 de 1932 la habilitó para contratar libremente en cuestiones laborales. Finalmente, la Asamblea Nacional Constituyente de 1954 otorgó a la mujer colombiana plenos derechos políticos.



Mujeres accionistas de bancos en Antioquia

Antonia Jaramillo fue la mayor inversionista fundadora del Banco de Antioquia (1872), uno de los más grandes del país y el más poderoso de la región en el siglo XIX, con 105 acciones (7,5 %) de un total de 1.389. También figura como uno de los 22 socios mayoritarios en la creación del Banco de Medellín (1881), junto a Braulia Mejía viuda de Tamayo, Quiteria Escobar viuda de Santamaría y Benigna Uribe de Uribe, de quien era consuegra doña Antonia. Su hija Enriqueta Vásquez Jaramillo aparece igualmente como fundadora del Banco de Medellín con 108 acciones. Mejía, Escobar y Uribe son mujeres accionistas individuales unidas por sólidos vínculos familiares, gracias a lo cual Eduardo Vásquez, su representante legal, ejerció un fuerte control sobre la junta directiva y la orientación del banco. El legendario espíritu gregario de las mujeres suele facilitar su capacidad de asociación con otras mujeres, parientes y extraños.

Las inversiones financieras iban acompañadas de cierto grado de diversificación. En local de propiedad de Antonia Jaramillo situado en la calle del Comercio o de Palacé en Medellín, funcionaba La Estrella, un almacén de mercancías importadas, especializado en artículos perfumados y primer establecimiento comercial que existió en Medellín de posesión y administración exclusivamente a cargo de señoras (Ochoa). El negocio pertenecía a la familia Ospina -presumiblemente a doña Enriqueta Vásquez de Ospina, de acuerdo con su correspondencia personal-. Era manejado por Liboria, parienta de Mariano Ospina y buena amiga de doña Enriqueta, quien también le remitía mercancía desde Guatemala mientras acompañó a su marido durante su exilio3. Después de este almacén vino el de María J. Isaza, especializado en telas y artículos europeos, pionera de la venta de zapatillas y sombreros o "gorras", para damas distinguidas. Por su parte, María Josefa Hoyos de Montoya y Mercedes Botero de Jaramillo aparecen entre las ocho mayores accionistas individuales del Banco de Oriente (1883), entidad que funcionaba en el valle de Rionegro.

La mujer también fue la llave de acceso de muchos hombres emprendedores a las grandes fortunas y empresas de las familias de ellas, como ocurrió con Lorenza Uribe, esposa del famoso empresario minero Coriolano Amador, quien controló el 50% de la Empresa Minera de El Zancudo, la mayor del país en el siglo XIX. O de Carlos Ardila Lülle, cuyo matrimonio con Eugenia Gaviria Londoño facilitó su acceso al control de la Compañía de Gaseosas Lux, por mencionar algunos casos.

El mosaico de emprendedoras es enriquecido regionalmente en el siglo XX por Clara y Mercedes Sierra Cadavid, las hijas del célebre empresario Pepe Sierra, quienes mantuvieron boyantes los negocios heredados en el Valle del Cauca y Cundinamarca. En la misma región, figuran Leonor Serrano como fundadora de una de las grandes empresas del sector avícola; María de Chaves, fundadora de una acreditada industria de cosméticos y Luz Mary Guerrero Hernández, creadora de la empresa líder de mensajería en el país. En Antioquia sobresalen Ana Joaquina Arango, dueña de una fábrica de tabacos; Josefa Uribe de Hernández, accionista de la empresa minera de El Zancudo con un gran talento administrativo; Clementina Trujillo, fundadora de una cadena de almacenes en los cuales introdujo innovaciones en el mercadeo y el crédito, y Virginia Arango Posada, quien desarrolló una fábrica de zapatos. En la Costa, se destacan Soledad Román de Núñez y Erlinda Abdalá (de origen libanés y comerciante activa en Lorica y Barranquilla, cuyos descendientes fundaron la cadena de Almacenes Olímpica), y en San Andrés Saida de Fakih, quien brilla dentro del grupo de comerciantes árabes.

En conjunto, todas ellas son reconocidas no solo por su capacidad emprendedora sino ante todo por su capacidad y talento como organizadoras y administradoras. La ciudad ha sido su espacio de desarrollo empresarial pues sus actividades evidentemente son de carácter urbano, el espacio donde pudieron manifestar su potencial y donde surgieron sus oportunidades. Numerosas emprendedoras quedan por fuera de este mosaico, pero los personajes aquí relacionados simplemente muestran lo poco que se sabe en el país de la mujer de negocios, una figura que por fortuna ya es muy cotidiana y familiar en la historia reciente.



1 Las Siete Partidas se redactaron entre 1256 y 1263 pero solo a partir del reinado de Alfonso X el Sabio, en el siglo XIV, VERIFICAR tomaron pleno vigor. La Cuarta Partida trata sobre el derecho de familia y sus disposiciones siguieron teniendo vigencia en gran parte del mundo latino hasta el siglo XX.

1 Las Leyes de Toro fueron promulgadas en la ciudad del mismo nombre en 1505, durante el reinado de Juana la Loca. Precisamente, su parte más extensa se refiere al derecho matrimonial y sucesorio. Establecieron la emancipación total de los hijos después del matrimonio, las obligaciones y contribuciones de hombres y mujeres a la sociedad conyugal, la sujeción de la mujer a la potestad y autoridad del marido, obligación de pedirle licencia a su marido en actos con consecuencias jurídicas, en especial cuando se trataba de la enajenación de los bienes de la dote.

1 El carácter de doña Enriqueta Vásquez se esboza en la siguiente carta que le envió desde Guatemala (mayo 7 de 1869) a su millonario tío Julián Vásquez Calle: "[...] Solo Dios sabe cuánto he sufrido desde que me casé ... No sé cómo hice esto a disgusto de mi idolatrado papá ... la providencia me guía para ayudarle a pasar a Ospina los días terribles... Usted ha visto cuánto me he afanado por ... Ospina [...]; no ha habido negocio que esté a mi alcance que no emprenda, por desagradable que me sea, para aliviar la situación. Ospina ha hecho lo que solo Dios sabe, pero sus aptitudes no son para hacer nada en Guatemala... hasta caer en la más completa desilusión [...]. Él, por su edad, no puede ya sepultarse en Remedios a trabajar minas... Estoy dispuesta a trabajar de cualquier modo y en cualquier parte, porque para mí no hay trabajo que, siendo honrado, no me parezca honroso...". En Guatemala los Vásquez fundaron un importante banco, por tal razón algunos de ellos pasaron a vivir en Centroamérica donde figuran entre los pioneros de la caficultura.



* Luis Fernando Molina Londoño, profesor, Facultad de Administración. Universidad de los Andes.