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DE OXFORD A CORINTO

MALCOLM DEAS

15 de octubre de 1984

Muchos jamás habían oído hablar de Malcolm Deas, hasta el día en el que RCN le puso el micrófono para que, en directo desde Corinto, le diera su opinión al país sobre la firma de la paz con el M-19, a donde había viajado como invitado especial del Presidente Betancur. Resultaba exótico que un inglés se expresara con tanta seguridad de un proceso tan peculiar y que, además, soltara frases tan puntillozas como aquélla que al día siguiente registraran los periódicos: "En este país el Ejército se pone constitucionalmente bravo". Pero el asombro fue mayor cuando el domingo pasado, en letras de molde, aparecía en el suplemento de El Tiempo un extenso artículo de Deas en el que defendía a Bogotá de las críticas de otro inglés, una ciudad que ni siquiera los bogotanos se atreven a defender.
Lo que pasa es que Malcolm Deas no es cualquier inglés. Es un historiador, experto en Colombia, país que ha convertido prácticamente en la razón de ser de su actividad académica: sobre Colombia escribe, estudia, dicta conferencias y seminarios, y enseña en una de las más prestigiosas universidades de Inglaterra, Oxford, por donde, gracias a su mecenazgo, han pasado colombianos que hoy se destacan en campos como la economía, las ciencias políticas y la historia. Tal es el caso de Marco Palacios, nuevo rector de la Universidad Nacional, y el politólogo Fernando Cepeda.
Con rasgos de típico humor inglés, y asistido por la autoridad que le otorga el hecho de llevar más de 20 años estudiando a Colombia, Malcolm Deas respondió para SEMANA algunas preguntas sobre su experiencia académica y sus impresiones sobre el país y su gente.
SEMANA: ¿No es un poco extraño que un inglés como usted se especialice en un país como Colombia?
MALCOLM DEAS: Lo raro no es que haya ingleses especializados en Colombia, sino que no hubiera en realidad ningún académico que pudiera dedicarle cinco minutos a este país. Con la revolución cubana, los ingleses particularmente comenzamos a preocuparnos por América Latina, y muchos, yo incluido, nos dimos cuenta de que este continente merecía un poco de investigación académica
S.: ¿Qué ventajas críticas otorga el hecho de ser un "experto" en Colombia a control remoto desde Inglaterra?
M. D.: El académico no es un profeta. Hay redondos fracasos en torno a los académicos que profetizan, y por eso no me gusta la palabra "experto". Ahora, la distancia puede ser una ventaja, y a la vez una desventaja. Por un lado, yo puedo haber estudiado muchos años a Colombia, pero sigo siendo un inglés. No me gusta ser demasiado folclórico en mi actividad. Y es que uno puede adentrarse mucho en un aspecto de una cosa, pero eso puede llegar a ser obsesivo. Por eso hay mucho experto desequilibrado.
También pienso que las relaciones internacionales son incompletas sin relaciones académicas. Además, recuerden que algunos de los mejores historiadores de Inglaterra son franceses, y viceversa. Y esto obedece a que los académicos que estudian un país extranjero se sienten menos restringidos.
S.: ¿Pero por qué estudiar a Colombia, entre todos los demás países latinoamericanos?
M.D.: Los historiadores se especializan por romanticismo, sentimentalismo, o pecados inconfesables. Yo lo hice además por una dosis de escapismo.
S.: ¿Qué problemas encontró inicialmente cuando llegó por primera vez al país para aprender sobre él?
M. D.: Al principio encontré la historia colombiana muy difícil. Cuando llegué por primera vez al país, allá por el año de 1962, habia apenas cinco historiadores colombianos de importancia: Jaime Jaramillo, Ospina, Melo, Germán Colmenares, Ocampo... Y había también académicos, como el General Bayona. Yo jamás había encontrado una historia como ésta: muchas memorias, bastante personales... Y es porque los historiadores trabajan mucho menos científicamente de lo que dicen. Gasté meses en bibliotecas leyendo libros del siglo XIX y XX. Si uno está frente a un país que no conoce, pierde demasiado especializándose. Yo llegué demasiado indefinido en cuanto a mis propósitos. Fue bastante difícil, pero ya no tengo ningún remordimiento.
S.: ¿ Cómo encontró nuestros archivos y bibliotecas?
M.D.: Aquí hay mucho que hacer en cuestión de archivos. En Colombia existe mejor conciencia con respecto a las bibliotecas. Sucede que un archivo no es un misterio, es una cosa llena de papeles que no se han imprimido, muchos porque no sirven. En este país, el Archivo Nacional necesita un apoyo en grande.
S.: ¿Cómo se desarrollaron sus primeras investigaciones?
M.D.: En historia hay que sentarse y leer mucho. Al principio uno no entiende sino muy poco, y es algo que los historiadores deben confesar. El quinto libro dice más que el primero y muy probablemente también terminará devolviéndolo al primero. Yo me fui por muchos lados distintos. Me aburro con cierta facilidad. Tres meses en una línea es suficiente. Respeto mucho a historiadores que son más persistentes. Pero en historia hay campo para muchas cosas distintas. Un país necesita bastantes historiadores. No creo en equipos, modas o dogmatismos, como por ejemplo, que todo el mundo tiene que hacer historia demográfica. ¿Y la intelectual qué? La multiplicidad de historiadores evita el dogmatismo.
S.: ¿Qué opinión le merecen los historiadores colombianos contemporáneos?
M.D.: El país ahora está mejor en historiadores que otros países. Hay ambiente de discusión entre gente de muy distinta ideología, y no se quitan el saludo. Pero la del historiador es una profesión muy solitaria, aunque haya que conversar mucho. Sin embargo, a veces creo que la critica no es lo suficientemente dura con los colegas que hablan paja.
S.: ¿Cuál es el nexo entre el pensamiento académico y la vida no académica?
M.D.: Muchos, y un poco misteriosos. En todo el mundo la retórica académica pasa a ser la retórica política con una demora de 20 años. Eso mismo pasa con la retórica guerrillera, que se estaba exponiendo en la universidad hace por lo menos 15 años.
S.: ¿Usted ha estudiado la historia de Colombia con algún fin particular?
M.D.: La historia hecha para fines no sirve mucho para esos fines. Es folletería. Los lectores son más críticos. Yo, con la historia que he aprendido sobre Colombia, escribo bastante para la prensa, dicto conferencias, "pontifico" en un diario muy conocido, siempre intentando poner en contexto a la gente que me escucha o que me lee. He hecho algo para cambiar el nivel de información que sobre Colombia y, en general, sobre América Latina existe en Inglaterra, tratando de que no miren al país como un afiche.
S.: ¿Cree usted que en Inglaterra existe una particular ignorancia sobre Colombia?
M.D.: Todos los países son muy ignorantes sobre todos los países.
S.: ¿Qué piensa usted, como historiador, qué ha cambiado en Colombia desde la primera vez que visitó el país hasta éste, su último viaje?
M.D.: Hay cambios muy grandes que ojalá los historiadores empiecen a enmarcar. Por ejemplo, el que ha sucedido con la Iglesia durante estos últimos 20 años: una secularización acelerada de la sociedad, que en los años 60 era inimaginada, y que seguramente de sólo imaginarla le habría producido un infarto a un cura. Segundo, la acelerada urbanización, y un proceso de consolidación de una nueva clase media que nadie sabe qué piensa ni qué es. Tercero, las relaciones padre e hijo. Hace 20 años las maneras eran muy formales, pero éstas se rompieron en muy corto tiempo y de manera muy extrema. Cuarto, la corrupción, que desde luego guarda relación con los cambios sociales. Antes el control social era mucho más fuerte por la intimidad de la sociedad. Hoy nadie sabe cómo hizo la plata quien. Además creo que Colombia es hoy un país mucho menos aislado. La clase media viaja mucho a Miami, hay más medios de comunicación. También encuentro que se han producido cambios superficiales muy interestantes: hay más color en la vida de esta ciudad. Hace 20 años esto era muy sombrío. La gente no se vestía sino de colores oscuros.
S.: Por último, ¿qué lecciones le ha dejado la actividad de historiador?
M. D.: Que la naturaleza humana es más o menos igual en todas partes. Que la tarea del historiador no debe ser la de tener conmiseración con los sufrimientos del país, y que en eso de ser historiador hay que evitar caer en el provincianismo, pues un extranjero puede ser tan provinciano como un nacional.