DANIEL NIÑO
Es progreso, no regreso
Los líderes empresariales de Colombia deben ayudarnos a marcar el derrotero para alcanzar el progreso económico, social y productivo.
Viendo a Trump meterse en la política colombiana y ver unas fotos de Maduro tan amigo de Putin (a quien Trump admira), me quedé pensando que ya no sabemos qué valores se representan en la política.
Y la fractura política en Colombia pasa a ser una enorme amenaza. Es hora de llamar a la sensatez y a disminuir la emocionalidad o la pasión con que se está adelantando el debate a través de las redes sociales, los medios de comunicación y las instituciones.
¿Cómo puede uno pensar en que el país se puede enfocar en generar riqueza, productividad y bienestar a través de la innovación, la colaboración y la transformación, si lo que se está haciendo desde la rivalidad política es alimentar la confrontación, la desconfianza y la radicalización?
No existe en esa fractura política un propósito nacional que sume y coordine los esfuerzos pequeños o grandes en generar bienestar individual y colectivo ni progreso empresarial y social.
Es hora de buscar acuerdos que respeten la diferencia y la coexistencia, enriqueciéndose de la misma en lugar de pretender destruir o aniquilar al contrario. Increíble tener que decir y escribir esto en el siglo XXI, cuando está probado cómo funcionan los ecosistemas y las redes colaborativas que han demostrado su generación de valor y su poder de disrupción al ser elementos diferenciadores de la revolución tecnológica frente a la industria tradicional.
Ser sensato es rechazar postulados como que la empresa que es exitosa lo es porque alguna trampa hace y alguna práctica abusiva comete con el mercado, con los clientes, con el Estado o con la sociedad. Algunas voces que se llaman progresistas en Colombia carean estos postulados, amedrentando a las empresas o sus dueños y alimentando el odio de clases y los resentimientos sociales.
Esa posición es insensata, porque los progresistas deben saber que el progreso viene de la movilidad social, y la movilidad social solo es posible a través del emprendimiento. Los liberales del siglo XIX no solo peleaban por las libertades políticas o las religiosas, peleaban por la libertad de empresa para que hubiese más movilidad social. En esa pelea Colombia se gastó un siglo y más de 33 guerras civiles.
Ser sensato es también rechazar que una empresa para ser exitosa requiere ser abusiva o es legítimo hacerlo. Un empresario que es fruto de esas libertades económicas tampoco puede legitimar esos postulados con sus conductas. En Colombia la precariedad ética permite que algunos o muchos empresarios consideren que su éxito empresarial les genera a la empresa o a ellos privilegios y tratamientos preferenciales y no ven reprochable hacerlo, al tiempo que consideran razonable reclamar que no exista recelo y desconfianza social.
La débil institucionalidad que se observa en el país obedece a partidos débiles sin coherencia ideológica, que plasmen una visión de país a través de propuestas de política pública, pero también obedece a la falta de un mayor número de empresarios comprometidos a no cooptar el Estado a través de la financiación de campañas que luego se pagan con favores o tratos preferenciales.
El resultado de todo lo anterior es un país donde la Constitución o las leyes muchas veces no las hace cumplir el Estado porque no quiere, porque está cooptado o amarrado o porque tratando de resolver los primeros casos se hace terriblemente burocrático, confuso, contradictorio y enredado para ser eficaz y tener eficiencia.
Para resolver esto hubo que buscar un camino donde no todos los derechos fueran iguales y por eso hay unos derechos más importantes que otros, como son los derechos fundamentales (amparados con un expedito trámite como es la figura de la tutela).
Así que mientras en lo jurídico el país ha mostrado innovación, la transformación sigue estando pendiente en materia empresarial y económica.
Me temo que eso será imposible si persiste la fractura política por la que cada día nos acercamos más al abismo.