Claudia Palacios.

Columna

“Cada vez que regreso me dan ganas de quedarme”

Hasta que tuve 15 años, Cali fue mi referente de gran ciudad. Comprar los útiles escolares, la ropa, un repuesto para el carro, un adorno navideño, ir al médico, a una discoteca, comer rico, simplemente pasear, y un montón de cosas más eran motivo para ir a Cali.

11 de septiembre de 2015

Por eso creo que no exagero si digo que he recorrido miles de veces la vía entre Cali y Palmira, a la que le decimos la Recta. La entrada a esa gran ciudad donde nací, pero en la que solo viví mis dos primeros años, era un encuentro con rostros negros, blancos y mestizos que hacían fila ordenadamente en un paradero para tomar un bus Blanco y Negro sobre la autopista Simón Bolívar.

Tengo en mi memoria esos rostros, son amables, unos marcados por el trabajo y el sol, pero siempre amables. Con el pasar de los años algunos de esos rostros se fueron transformando en función de las aspiraciones y prioridades de los narcotraficantes.

Jóvenes sedientos de dinero fácil, gastando todo su talento y energías en aparentar para obtener poder; mujeres interviniendo sus cuerpos para que calzaran con la nueva estética de la voluptuosidad exagerada, y un ambiente enrarecido en el que esperar el turno se volvió cosa de débiles.

Algo de eso queda, pero Cali ahora se parece más a la de mi memoria. Por eso cada vez que le robo días al calendario para ir de visita me dan ganas de quedarme a vivir ahí.

Y la verdad, hasta he soñado con envejecer viendo sus atardeceres de arreboles, y entregando mi experiencia a enfrentar los desafíos de una ciudad que tiene todo para conectar a Colombia con el mundo de los países emergentes.

Una ciudad que requiere un modelo social inclusivo que le permita a quienes han sido golpeados por la violencia de las regiones vecinas, y que se han vuelto caleños por adopción, amar y trabajar por Cali. Para que en la memoria de las futuras generaciones, sea también el referente de una gran ciudad. •