Flaminio Castellanos, líder cafetero campesino.
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Café del Llano con sabor a montaña

Luego de años de sufrir el conflicto armado, los caficultores de Uribe, Meta, decidieron sustituir los cultivos de coca por los del grano insignia del país y demostrar que es más rentable vivir sin temores.

21 de diciembre de 2020
Bendita pandemia

Paz con aroma de café

Luego de años de sufrir el conflicto armado, los caficultores de Uribe, Meta, decidieron sustituir los cultivos de coca por los del grano insignia del país y demostrar que es más rentable vivir sin temores.

Flaminio Castellanos todavía recuerda que, cuando llegó a las empinadas montañas de Uribe, en el Meta, no había caminos y tocaba abrirse paso a machetazos. Tenía siete años y hacía parte de una caravana de 21 familias liderada por su padre, del mismo nombre, que a inicios de 1959 huía de la violencia interpartidista desde territorios como el Huila, Tolima y Cundinamarca. Su misión, además de escapar a la barbarie, era colonizar tierras vírgenes del lado oriental de la cordillera, conocidas como La Macarena, el Guayabero y el Bajo Ariari.

Al llegar a la tierra prometida, sembraron la semilla de la esperanza: fundaron el pueblo que hoy se conoce como Mesetas.

“Era un territorio completamente virgen –recuerda–. Los árboles eran grandes, la selva era espesa y era común encontrarse con decenas de venados, tigrillos, dantas y lapas”.

Pero era también un paraíso perdido. El 15 de septiembre de 1960, tan solo un año después de estar asentados estos colonos, una cuadrilla de bandoleros mató al menos cinco personas y otra desapareció. Silvino Varela y sus hermanos, que acompañaban al fundador, murieron en aquella ocasión.

La noticia causó revuelo nacional porque cuatro de las víctimas eran hermanos del entonces representante a la cámara y diputado de la Asamblea Departamental de Cundinamarca, Juan de la Cruz Varela, quien en su momento fue acusado de ordenar la masacre, aunque dichas imputaciones nunca fueron comprobadas ante una corte.

Flaminio, que había nacido en 1953 en la vereda Ucrania –situada en plena cordillera sobre el cañón del río Duda, que conecta la localidad bogotana de Sumapaz con Uribe– se acuerda de haber escuchado que la orden era matar a todos los fundadores de Mesetas, incluyendo a su padre, pero este se salvó de ser asesinado. “Mi papá nos había llevado a conocer Bogotá cuando se supo la noticia en la radio”, dice.

Tras el asesinato múltiple, varios periodistas llegaron a Mesetas para indagar sobre el asunto, lo que les dio la idea a los pioneros de promocionar la colonización de estas tierras. El anuncio surtió resultado pues consolidó el establecimiento de este municipio y, posteriormente, la recolonización del caserío abandonado en Uribe, Meta, a 56 kilómetros de distancia.

Poco tiempo después, cuando Flaminio Castellanos cumplió 13 años, se fue a estudiar en un internado salesiano, en donde terminó sus estudios de primaria y secundaria técnica agropecuaria. Gracias a ello pudo volver a Uribe en 1975, en donde se convirtió en profesor de música, literatura y matemáticas y, posteriormente, fue nombrado rector del primer colegio agrario que hubo en el municipio.

El intento de consolidar su plan de vida como docente se vio frustrado por el conflicto armado. Luego de tres años de funcionamiento, el colegio se quedó literalmente sin estudiantes para educar: algunos fueron reclutados por la guerrilla, mientras que los de otras familias huyeron de la zona. Como alternativa, la institución le ofreció una opción laboral como funcionario administrativo en su sede principal en Bogotá, oferta que él aceptó aunque procuraba viajar a Mesetas y Uribe cada vez que podía, pues allí aún vivían sus padres y hermanos. Tras la muerte de un familiar cercano a inicios de los años noventa, dejó de frecuentar la región y la mayoría de sus hermanos se trasladaron a ciudades como Villavicencio y Bogotá.

Después de pensionarse como profesor, decidió retornar a Uribe en 2009, en donde fue recibido por amigos de antaño, ex alumnos y conocidos que lo aprecian desde su época como rector. En un comienzo trabajó transportando encomiendas entre esa población y Bogotá, pero pasó poco tiempo para que se vinculara con la recién nacida Asociación de Cafeteros de Uribe, en donde ha participado durante casi una década aportando una experiencia administrativa que ha hecho que sus ideas se destaquen en la organización y que asuma un rol de liderazgo.

La Asociación tiene origen como una iniciativa campesina de sustitución de cultivos ilícitos, y la mayoría de sus asociados fueron cultivadores cocaleros que estuvieron en el municipio durante la época de la Zona de Distensión y que, cansados de esta dinámica que los vinculaba al conflicto armado, decidieron hacer a un lado la coca para dedicarse al cultivo del café desde 2011.

“Es el único sembrado legal que le permite a los campesinos costear el precio del flete y tener un margen de ganancia”, asegura Castellanos, quien ha sido presidente de la asociación durante los últimos cuatro años. “Es una alternativa para los campesinos de tener un ingreso lícito, a un precio rentable, incluso sembrando el grano en veredas desde las que hay que traerlo a lomo de mula durante días porque no hay carretera que llegue hasta allá. Sin embargo, es un café de calidad de exportación, de los mejores del mundo”, agrega el líder cafetero.

Ahora que han pasado décadas desde que sonaron los primeros disparos en esas tierras vírgenes, la historia de este testigo del dolor que causa el conflicto armado resume la dinámica de la violencia en el sur del Meta. Hoy, él le apuesta a la transformación de su territorio al preparar el terreno para que nuevas generaciones asuman las riendas de la organización y de esta región.

Para ello, la organización cafetera brinda asistencia técnica a sus asociados mediante la contratación de jóvenes profesionales del territorio, que incluye un ingeniero agrícola perteneciente al municipio. “Los campesinos saben trabajar la tierra y son juiciosos, pero los muchachos que han estudiado tienen mucho por aportar, y eso nos ha ayudado a que el producto final sea de una calidad que incluso los clientes que más saben de café nos aplauden”, subraya.

Al ser reconocido desde hace años como un líder nato, se ha esforzado por vincular personas jóvenes a la asociación. “Ellos aprenden cada vez más del negocio, y hay que prepararlos para que puedan dirigirlo en el momento en que se sientan bien para hacerlo, sabiendo que entre mejor le vaya a la asociación, mejor le va a todo el municipio”, explica.

Cuando nació la Asociación de Cafeteros, eran 85 los asociados, incluyendo 24 indígenas y 38 víctimas del conflicto. Para el año 2017 ya se contaban más de 100 familias asociadas que producían unas 150 toneladas de café y este año esa cifra suma 130 integrantes, la gran mayoría pequeños productores de una o dos hectáreas de café. En sus proyecciones, espera asociar a más de 300 familias y producir con ellas 300 toneladas de grano tipo exportación en los próximos años.

“Sabemos que entre más se fortalezca la economía legal, es más fácil mantener las ilegales afuera –advierte–. Por eso queremos seguir creciendo e incluyendo cada vez más jóvenes, para que nos reconozcan por ser un municipio agrícola y no por nuestra historia ligada con el conflicto armado”. Para él, el éxito de la organización también ha estado en su capacidad de trabajar de forma horizontal, con beneficio común. “Las asociaciones se acaban cuando solo los dirigentes se favorecen y eso no conduce a nada”, expresa este cafetero que ha trabajado ad honorem desde su nombramiento como presidente. “Poder brindar asistencia técnica a los campesinos es lo que hace que mejore nuestro producto –agrega–. Allí es donde más hemos invertido y es lo que las personas disfrutan cuando se toman nuestro café”.

Ese producto, según este líder cafetero, ha permitido cambiar la vida de muchos de los asociados, sobre todo de los que viven en las veredas más alejadas. Pero, sobre todo, es un grano de paz. “Ella no se alcanza solamente firmando documentos –concluye el dirigente–, sino que se hace así, por medio de acciones pequeñas. Pareciera que sembrar café es algo que no tiene nada que ver con la construcción de paz, pero aquí significa todo”.

Arte y cultura

Flaminio Castellanos, durante una reunión en el centro de acopio de la Asociación de Cafeteros.

Impacto positivo

La tensión entre el Gobierno y los campesinos crecía en la región a causa del tema de la coca, pero gracias a la Asociación de Cafeteros de Uribe se ha podido establecer un precedente con una iniciativa de sustitución de cultivos exitosa que nace desde los propios campesinos. Hoy, los cultivos de coca se han reducido gracias al trabajo y compromiso de labriegos que antes eran criminalizados y que, a través de este proyecto, gozan de la tranquilidad de trabajar y vivir de la cosecha de café, uno de los productos más representativos del país.

Durante los últimos cinco años, el municipio y esta asociación se han visto beneficiados por el cambio en las dinámicas en el territorio desde el inicio del cese al fuego unilateral adoptado por la guerrilla como resultado de las negociaciones en La Habana. Posteriormente, gracias a la firma del Acuerdo de Paz, han podido canalizar recursos a través de diferentes mecanismos como la ayuda de cooperantes, recursos de la Alcaldía y la Gobernación, los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) y otros programas que han contribuido al crecimiento de la asociación, incluyendo el establecimiento de un centro de acopio en la cabecera municipal que se ha convertido en el nuevo lugar de encuentro de los productores cafeteros de todo el municipio.

“Esto que usted ve aquí –dice Flaminio mientras señala con el dedo la maquinaria con la que trabajan el café en el centro de acopio– es muestra de nuestro compromiso con la construcción de paz en el territorio. Trabajar como asociación y hacer que la economía llegue hasta donde antes no llegaba es algo que ha cambiado la vida de muchas personas en esta región. Hay que dejar de pensar que la paz tiene partidos políticos: la paz no es para hacer política. La paz es de quienes la construimos día a día así, trabajando como socios”.

Aprendizajes en clave de convivencia y no repetición

La historia de Flaminio Castellanos y la Asociación de Cafeteros de Uribe es la historia de los hijos de este territorio que siempre han buscado alternativas pacíficas para sobrevivir en un país lleno de conflictos armados. Estos campesinos del piedemonte llanero son ejemplo vivo de la resiliencia popular que busca, a través del trabajo honesto, escribir una nueva historia en un municipio afectado por la guerra.

Ellos sustituyeron sus cultivos porque saben lo que es la presión de estar en medio del fuego cruzado de varios grupos en armas y no quieren volver a repetir esa historia. Son conscientes de que el mejor legado que pueden dejarle a las futuras generaciones es el orgullo de trabajar honradamente la tierra. “No podemos desperdiciar más generaciones en la guerra: solo queremos trabajar y vivir en paz”, concluye Castellanos, mientras sostiene una taza de café de su tierra en la mano.