Especiales Semana

CARLOS LLERAS RESTREPO

PATRICIA LARA SALIVE
9 de noviembre de 1998


Carlos Lleras Restrepo
Nació en Bogotá en 1908, murió en esta misma ciudad en 1994. En 1936 fue nombrado contralor general de la Nación. A los 30 años fue nombrado Ministro de Hacienda.
En 1941 se encargó de la dirección de El Tiempo. En 1966 ganó las elecciones para presidente de la Republica. Realizo importantes reformas a las instituciones, la mayoria de las cuales subsisten.
Al terminar su administración fundo el semanario Nueva Frontera y realizó un segundo intento fallido por alcanzar la presidencia.

RECUERDO EL 30 DE junio de 1973: el ex presidente Carlos Lleras Restrepo almorzaba con amigos en el Club de Abogados durante un receso de la Convención Liberal que eligió a Alfonso López Michelsen candidato presidencial del liberalismo. Lleras aspiraba a la reelección y López a la candidatura. Ambos tenían a favor más o menos el mismo número de convencionistas. Había un 'gruno neutral' liderado por Julio César Turbay, entonces embajador en Londres, quien desde allá seguía los detalles del evento por un teléfono conectado con el Capitolio Nacional. El apoyo de Turbay era indispensable. Pero Lleras había basado su campaña en el ataque al clientelismo político que entonces practicaba el turbayismo.
En esa convención, los turbayistas coqueteaban con López y con Lleras al mismo tiempo. Ese día un amigo le propuso aliarse con Turbay que pedía entre líneas apoyo para su propia candidatura presidencial de 1978 a cambio de inclinar para cualquier lado la balanza política.
Entonces Lleras le respondió:
Las ideas no se negocian. Somos minoría y vamos a actuar como minoría.
Luego, solo y en silencio, hizo innumerables carambolas de billar hasta cuando llegó la hora de reanudar la convención.
Regresamos al Capitolio. Lleras pidió la palabra. A sabiendas de que lo derrotarían, y cuando nadie lo esperaba porque la designación del candidato no se con templaba en el orden del día, solicitó que se precipitara la elección. El asombro fue general. Por supuesto lo derrotaron. Abandonó el recinto con la dignidad intacta. López fue aclamado candidato del Partido Liberal: ese día cumplía 60 años.
Era evidente que Lleras no podía ganar: le estaba pidiendo justamente a la clase política que votara a favor de la abolición del clientelismo. Eso equivalía a solicitarle que aprobara su propio suicidio.
Por la misma razón lo derrotaron después: su 'Movimiento de Democratización Liberal' resultó minoritario en 1976 y, en 1978, perdió la candidatura liberal frente a Turbay porque su llamado 'Consenso de San Carlos' lo cimentó en el mismo error: los elegidos por el clientelismo eran los que iban a designar luego al candidato liberal. Y por supuesto no lo iban a elegir a él.
Al lado de Lleras me acostumbré a las derrotas. Pero también a su concepto de la política, de la moral pública y de la dignidad.
* * *
Lo veo sentado en el sillón preferido de su biblioteca. Era un día de mayo de 1974. Nueve meses antes le había propuesto que hiciéramos una revista dirigida por él. Entonces contestó: "Me llama la atención, pero no quiero interferir el curso de la campaña presidencial de López". Esta vez, alborozada, lo escuché decir: "Ya el doctor López es presidente electo. Creo que es el momento de hacer la revista".
En la casona de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el barrio La Candelaria, desarrollamos los preparativos del lanzamiento del semanario Nueva Frontera. Fueron cuatro meses de trabajo febril. Benjamín Villegas realizó el diseño. Lleras preparó el contenido periodístico. Yo manejé lo demás. El 12 de octubre de 1974 apareció el primer número.
Editamos 10.000 ejemplares que se agotaron en dos horas.
La revista fue creciendo. El país vivía pen diente de los escritos de Lleras. El presidente López también. No se puede negar que a Lleras le fascinaba molestar a López. Tenía un sentido del humor agudo y socarrón. Recuerdo su expresión de picardía, cuando en los consejos de redacción explicaba la razón oculta de sus editoriales. Se me grabó uno que tituló 'Las Noches del Gato'. La portada la ilustraba un gato negro con garras, dientes y cara feroz. En el editorial, él respondía esta frase de López: "Me viene a la memoria, v¿endo a tantos que ladran contra el gobierno, un proverbio que dice que cada perro tiene su día pero que las noches son del gato". Y él le contestó: "Si a mí me ha llamado perro, y ladridos a mis escritos, él, en cambio, se calificó como el gato del refrán. ¡Qué gracioso! El perro suele ser tenido como un noble ani mal, 'el amigo d el hombre ', y si bien sus ladridos incomodan a los caminantes, más a menudo sirven como avisos de peligro... Plinio el Viejo reconoce en su "Historia Natural' que entre todos los animales es el más fiel... Sobre el caprichoso temperamento de los gatos que con tanta facilidad pasan del arrumaco al arañazo es mejor no hablar ahora.. . ".

* * *
Me acuerdo de las órdenes peculiares que a veces me daba: "Necesito que me consiga una foto de Laureano con cara de diablo", me dijo un vez. Recuerdo las anécdotas que sobre la historia de Colombia nos contaba a cada rato: las del 9 del abril, día del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, cuando la primera dama, doña Berta de Ospina, no dejó salir de Palacio, durante toda la noche, a Lleras y a otros jefes liberales y dio la orden de que les dieran tinto a todos menos a ellos. La de la espía que camuflada como muchacha del servicio se le coló en su casa en épocas de la violencia. La del incendio de su casa el 6 de septiembre de 1952 cuando la defendió a bala, en compañía de dos amigos, hasta quedo las elecciones al presidente Misael Pastrana Borrero. En fin...

* * *
Lo veo recitar cientos de poesías en compañía de su amigo Pedro Gómez Valderrama, del maestro Eduardo Carranza y de su hijo Fernando. Una de sus aficiones favoritas era llenar en Nueva Frontera ese rincón que reservaba para la poesía erótica. Tal vez hacía enrojecer a las señoras con los versos que transcribía del español antiguo o traducía del portugues del francés, del italiano y del ingles.

* * *
Lo veo en la sala de mi casa, con un vaso de whisky en la mano y otros más entre pecho y espalda, sentado en una pequeña silla escuchando feliz a mis primas cantar "hay en tus ojos el verde esmeralda que sale del mar". Lo recuerdo acompañado de su esposa, doña Cecilia de la Fuente, una mujer que tenia la formaleza de Ursula Iguarán y el humor negro de Antonio Caballero. Lleras siempre decia que se equivocaba en política cuando no atendía sus consejos. La trataba con ternura: Ceci, la llamaba, y se complacía cuando ella descargaba sobre él su maravilloso humor negro.

* * *
Recuerdo el fatídico 14 de julio de 1975: llegué a su casa para mostrarle una entrevista del jefe del Partido Comunista portugués, Alvaro Cunhal. Bajó presuroso la escalera. "Llé veme rápido que le dio un infarto a Clemencia ", me dijo. La casa de su hija mayor, de 40 años entonces, y de su marido, Germán Vargas Espinosa, quedaba cerca de la suya. Llegamos en segundos. Su médico, José Félix Patiño le masajeaba el corazon. Germán Vargas caminaba de un lado a otro. Lleras se arrodilló junto a la cama de esa hija suya cuyo llanto de los primeros días lo desveló tantas noches porque la acostumbró a apaciguarla con el arrullo de sus brazos. La abrazó. A los pocos segundos Clemencia murió. Entonces lo vi aferrarse a su cuerpo inerte y llorar desconsolado durante minutos que aún me parecen eternos.
Todo cambió después: Lleras no recuperó la alegría.

* * *
Recuerdo que un par de semanas antes de su muerte escuché por teléfono su voz vigorosa que me contaba que todo le dolía a raíz de su fractura de pelvis; que no encontraba acomodo; que por fin había decidido comerse el helado de chocolate que le mandé; y que iba a comenzar a trabajar, ya no tecleando él mismo su máquina vieja, sino dictándole a su fiel Clara Inés. Alcanzó a hacer dos nuevas crónicas de esa vida que durante 65 años desde la Convención de Apulo en 1929 hasta comienzos de los años 90 corrió paralela a la del país. El 27 de septiembre, cuando comenzaba a circular la edición 1.002 de Nueva Frontera, con la última de ellas, Carlos Lleras Restrepo dibujó su capítulo final: a las nueve de la noche le dijo a Reinaldo Cabrera, su médico de cabecera: ¿"Por qué lo molestan tanto? Vaya a dormir a su casa".

Luego se durmió.
Reinaldo permaneció a su lado. Fue el único testigo de cómo durmió tranquilo hasta que dejó de respirar y descansó en paz.