Especiales Semana

El desafío de vivir

Por su carácter rebelde Estanislao Zuleta es uno de los precursores del pensamiento moderno en Colombia. La fuerza de su obra está en que se atrevió a pensar de manera original.

William Ospina
11 de diciembre de 1980

Sus abuelos habian sido abogados y periodistas. Su padre fue un joven intelectual, muerto en el mismo choque de aviones que calcinó en Medellín, en el aeropuerto Olaya Herrera, a Carlos Gardel. Su tutor en la adolescencia había sido el más rebelde y el más original de los pensadores colombianos: Fernando González. Amigos de su juventud fueron Fernando Isaza, Gonzalo Arango, Fernando Botero. Amigos de su madurez León de Greiff, Mario Arrubla, Oscar Espinosa, Alfredo Reyes, Mario Flórez, Alvaro Tirado. Estanislao Zuleta, amaba el arte y la poesía, el pensamiento y la música, pero tenía también una conciencia vigilante de la historia y vivió atento a la actualidad del mundo. Tenía 10 años cuando fue arrojada la muerte atómica sobre Hiroshima, 13 cuando fueron asesinados Mahatma Gandhi y Jorge Eliécer Gaitán, 15 cuando estalló la guerra de Corea, 18 cuando Rojas Pinilla derrocó a Laureano Gómez, y esos hechos marcaron su vida. También a los 18 viajó con su amigo Oscar Hernández a Bucarest, alentado por Fernando González, y entró en contacto a un tiempo con la realidad de los países socialistas de Europa oriental, con la vida intelectual de Francia, con la obra de Sartre, y con una literatura que ya no lo abandonó desde entonces.

La entrada en la modernidad

Puede decirse que Zuleta es el primer pensador moderno de Colombia. No porque fuera el más informado sobre la actualidad política y filosófica, pues si algo ha caracterizado a la intelectualidad colombiana desde los tiempos de Nariño, pasando por José Eusebio Caro y por Silva, por Vargas Vila y por Nicolás Gómez Dávila, ha sido la abundancia de su información, sino porque representa una actitud nueva: no es un mero comentador o divulgador de los saberes que acumularon los siglos, sino que asume el riesgo de pensar por sí mismo, consciente de su lugar en el mundo, y saca sus propias conclusiones a partir de la vasta cultura que ha obtenido por la lectura y el diálogo, sin mejor disciplina que su pasión, ni mejor pauta que su inteligencia.

Bernard Shaw había dicho: "Mi educación se vio interrumpida con mi ingreso a la escuela". En términos casi idénticos Fernando Isaza le explicó a la familia que al joven Estanislao el colegio no le dejaba tiempo para estudiar. Muchos se sorprenden de que el intelectual más notable que ha tenido Colombia haya abandonado la escuela a los 16 años. Pero su conflicto no se debió a una rebelión contra el estudio sino a la convicción de que la escuela se equivocaba: valoraba más la memoria que la invención, más la repetición que la creación, más la obediencia que la iniciativa. Estanislao leyó el libro que conmocionaba aquellos años: La montaña mágica, de Thomas Mann, y sintió un contraste desolador entre las insípidas conversaciones del colegio y los diálogos deslumbrantes de inteligencia que hallaba en cada página. Optó por los libros.

Siempre sintió que la escuela se equivoca al fragmentar el universo en disciplinas aisladas. Que no es posible pensar la historia sin la geografía, el álgebra sin la filosofía, la economía sin el derecho y sin la ética, la sicología sin la literatura y sin el arte. Lo primero que se advierte en sus obras, es la inagotable hospitalidad de su mente. Zuleta respeta la especialización pero desconfía de ella, se interesa por todas las disciplinas y tiene una conciencia profunda de que todas las ramas del conocimiento son parte de una misma búsqueda y forman un todo indisoluble. Estaba lleno de preguntas sobre el mundo, preguntas festivas, llenas de humor y de lucidez. Desconfió de los grandes sistemas filosóficos que pretenden responder todas las cosas, y afirmó que debemos aprender a vivir en un mundo de preguntas abiertas. Lo apasionaron las grandes teorías de la época, el marxismo, el sicoanálisis; le interesaron la antropología, la filosofía de Nietzsche y de sus discípulos, el estructuralismo. Pero sometía esas ideas a un proceso de reflexión valeroso y lúcido. Su obra está llena de ejercicios notables de crítica, pero lo más importante es el ejemplo de un hombre que piensa, al que le gusta compartir su pensamiento, y que estimula en todo el que lo escucha la necesidad de pensar, la felicidad de leer y el deseo de crear.

Zuleta desconfiaba de los dogmas. Vio que muchos que habían adoptado el marxismo como instrumento de lucha caían en manos del viejo dogmatismo que acalló por siglos tantos debates y destruyó tantas vidas. Comprendió que la necesidad de respuestas absolutas es un problema de la religión, no de la filosofía, y prefirió a los filósofos que argumentan y dudan a los que simplemente dictaminan y acallan. Admiraba a Hegel, pero en su corazón prefería a Platón. Y terminó apreciando mucho más la actitud de Kant hacia la vida que el rigor demasiado acabado de sus conceptos. Por eso daba ejemplos de todo lo que Kant formulaba en abstracto. "Imposible es aquello que tiene determinaciones contradictorias", dijo Kant. "Un animal verde e invisible", añadía Zuleta. "No hay que confundir las causas de las cosas con las condiciones que las hacen posibles", decía la teoría abstracta. Zuleta añadía: "Por ejemplo, si alguien se suicida arrojándose de un octavo piso y surge la pregunta de cuál fue la causa de su muerte, uno no responde que la ley de la gravedad".

El pensamiento libre

Para Zuleta la educación debe estimular la curiosidad, la creatividad y el juego. Todo niño es un investigador, pero sólo investiga a partir de sus dramas, de sus miedos y sus incertidumbres. Uno de sus amigos de juventud había enloquecido: esa experiencia vital llevó a Zuleta y a su grupo de amigos a interesarse por Freud y por el sicoanálisis. Sintió que nada nos lleva tanto al pensamiento como el drama, y por ese camino Zuleta llegó a una alta valoración del esfuerzo como parte fundamental de la vida humana. Por ello criticaba esta época que pretende liberarnos de la necesidad de pensar y nos anula con anzuelos de confort, con vicios maníacos y consumos compulsivos, para que no afrontemos el desafío de una existencia original. Siempre volvía a reclamar un trabajo que no sea castigo sino creación, una vida que no sea resignación sino pasión y descubrimiento, un estudio que no nos aparte sino que nos reconcilie con nosotros mismos.

Estanislao practicaba el goce de la lectura, pero sintió también que es importante leer para descifrar enigmas, para resolver problemas, y toda su vida enriqueció con pensamientos y preguntas los libros que leía. Si, de acuerdo con Kant, el deber de la especie es esforzarse por impregnar de belleza y sentido cada momento de la vida, es evidente que las artes no pueden ser sólo la pintura y la escultura, la poesía y la música, sino que también son artes importantes la decoración y el mobiliario, la gastronomía y la indumentaria y, por encima de todo, la conversación, un arte de la inteligencia y la expresividad, por el que fluyen el pensamiento y la memoria en un escenario de afectos e intercambios. Zuleta hizo de la conversación un arte admirable, y quienes lo conocieron no olvidarán nunca esa mezcla asombrosa de inteligencia y de gracia, de conocimiento y de generosidad. Viéndolo uno sentía que vivir y pensar pueden ser realmente la misma cosa, que el pensamiento no es una tarea especializada que rompe el fluir de la vida, sino algo que da a cada momento su sazón y su novedad.

A pesar de sus críticas a la pedagogía, o tal vez por ellas, la academia lo buscó y lo admiró hondamente. Zuleta fue vicerrector de la Universidad Santiago de Cali, fue conferencista del centro sicoanalítico Sigmund Freud de Cali, y fue acogido por la Universidad del Valle que, venciendo las resistencias del mundo académico, le concedió el doctorado honoris causa que lo llevaría a convertirse en catedrático de esa institución.

En los últimos años sus conferencias convocaban muchedumbres, y su obra se fue abriendo camino a pesar de los escollos de una sociedad temerosa de la originalidad, y de los recelos que un pensador independiente siempre despierta. Sus adversarios no llegaron a erigirse verdaderamente en contradictores y polemistas, y prefirieron la murmuración y el rumor. Casi siempre se atrincheraban en las contradicciones y dificultades de su vida privada, en los problemas afectivos que todo hombre grande o pequeño inevitablemente padece, en sus relaciones conflictivas con el alcohol o con sus discípulos, para pretender descalificar su pensamiento. Pero Zuleta conocía demasiado bien la sicología humana, los dramas de Tolstoi o de Dostoievski con el juego, de Poe o de Faulkner con la bebida, de Baudelaire o de Picasso con los seres a los que amaron, para temer que de verdad esas objeciones ruines puedan arrojar sombras sobre un pensamiento.

Una buena prueba de su falta de vanidad está en la casi indiferencia que él, un gran lector, mostró por la publicación de sus obras. La mayor parte de ellas no fueron escritas sino dichas, casi siempre improvisadas con notable rigor, y el propio Zuleta se asombraría ante la cantidad de libros que se han ido recuperando de las grabaciones que hicieron sus auditorios. Libros memorables de conocimiento y de capacidad expositiva como Arte y filosofía, una muestra plena de la riqueza de su pensamiento; libros encantadores y profundos, en los que el pensador está vivo, como Conversaciones con Estanislao Zuleta; libros reveladores como su reflexión sobre Cervantes: Don Quijote, un nuevo sentido de la aventura, que se han sumado a otros bien conocidos como la obra sobre Thomas Mann, La montaña mágica y la llanura prosaica, o el célebre conjunto de ensayos Elogio de la dificultad.

Pero el aspecto más vigoroso y necesario de la obra de Zuleta es su carácter rebelde y revolucionario. En un país como el nuestro, lleno de ideas fósiles y de injusticias inamovibles como rocas, el vigor de un pensamiento sólo puede medirse por su capacidad de crítica, por su independencia y por su compromiso con las muchedumbres excluidas y postergadas por un mundo de privilegios y de vanidades. La más extraña característica de la obra de Zuleta es que quien se aproxima a ella empieza a sentir no sólo la necesidad de pensar con conocimiento y con audacia, sino la avidez enorme de una vida más bella, más apasionada y más libre. El lector comprende de pronto que el trabajo tedioso y el consumo inercial, lo que ofrece la realidad, lo que le vende la televisión, son bien poca cosa, que cada uno de nosotros merece un mundo mejor. Zuleta describe y reclama una democracia verdadera, y critica los simulacros y los crímenes que fueron la constante de nuestra historia. Pertenecía a la clase dirigente colombiana y sometió a crítica en sí mismo todo el orden mental del que procedía. Pero también comprendió que muchas aparentes rebeliones sólo predican la barbarie y sólo ofrecen el caos. Por eso insistió en que el deber de la inteligencia y del arte es recordarnos la verdadera vida que merecemos, los refinamientos a que todo ser humano tiene derecho.

Hace ya 13 años murió Estanislao Zuleta. Hoy lo sorprendería saber que Colombia empieza a verlo como su mayor pensador. Alguna vez dijo que hay muchas clases de revoluciones: no todas consisten en la toma sangrienta del poder por unas muchedumbres armadas. Que también el Renacimiento fue una revolución: que la gente aprendió a pintar de otra manera, a mirar de otra manera, a tener una nueva idea de la belleza, otra sensibilidad, otro pensamiento. Y que el mundo occidental cambió totalmente. Yo siento que su obra es un esfuerzo de ese género, y en esa medida es una verdadera rebelión, una revolución más liberadora y definitiva. No es extraño que Colombia esté empezando a reconocerse en una obra donde está sin duda lo mejor que hemos llegado a pensar, las más altas promesas y desafíos que la inteligencia y el lenguaje le hayan formulado a nuestra cultura.