Especiales Semana

UN SOBREVIVIENTE AL PODER

Ernesto Samper estuvo al borde de la muerte física y políticamente. En ambas ocasiones, resucitó, hasta llegar por fin a la Presidencia.

5 de septiembre de 1994

El domingo 5 de marzo de 1989, dos días después de ser abaleado en el aeropuero de Eldorado, los médicos que atendían a Ernesto Samper le dieron a su familia la información de que sus posibilidades de supervivencia eran sólo del 5 por ciento. A raíz de las heridas sufridas en el atentado, le dio septicemia, una infección generalizada que con frecuencia es mortal. Esa noche, el hoy Presidente de la República se convirtió en una de esas poquísimas personas que cruza el umbral de la muerte y logra devolverse.

El mismo describió esta experiencia en los siguientes términos: "percibía en mí un desdoblamiento progresivo... después me elevé. Comencé a recorrer, levitando, los episodios más importantes de mi vida. Vi como en secuencia de cine, mi primera comunión, el nacimiento de mis hijos, la muerte de mi padre. Y en medio de esta secuencia, también me veía a mí mismo, atado a un poste con cara tranquila, mientras vivía la sensación difícilmente descriptible de flotar en la luz que iluminaba la historia de mi propia existencia. . . Tuve la visión de mi padre y de mi abuelo, en la cima de una colina separada de donde yo estaba por un valle profundo. Ambos me llamaban con insistencia. Mi papá me había contado que mi abuelo, la noche antes de morir, había visto a su padre en un monte al pie de un valle profundo llamándolo".

Desde ese momento, Ernesto Samper Pizano es un sobreviviente. Y no sólo física sino también políticamente. Porque así como hace cinco años resucitó después del atentado, hace seis semanas, el día que ganó las elecciones presidenciales, volvió a revivir esa sensación de renacer después de haber estado a punto de perderlo todo.

La posesión de Ernesto Samper Pizano como Presidente de la República es la culminación de una espectacular carrera política, que ha tenido la particularidad de haber fluctuado permanentemente entre grandes éxitos y grandes fracasos. Desde su infancia Ernesto parecía estar marcado para grandes destinos. No tanto por apellidos, pues la familia Samper, aunque muy respetada y tradicional, estaba distante del mundo del gran poder económico y político. Como el propio Presidente ha anotado en varias ocasiones, él tiene apellidos de secuestrable y patrimonio de secuestrador.

Las grandes expectativas sobre él se derivan más bien de sus condiciones personales. Había nacido, como dicen las señoras, con estrella. Desde la primaria tenía la doble condición de ser el primero de la clase y el más popular del curso, facetas que por lo general son más bien contradictorias que complementarias. Todo el mundo adoraba a Ernesto: los profesores, los compañeros de clase, la familia, etc. A su personalidad descomplicada y mamagallista, se sumaba una inteligencia particularmente aguda.

Así pasó por el Gimnasio Moderno, así pasó por la Universidad Javeriana. En esta última era compañero de clase de doña María Cristina de Michelsen, esposa del entonces presidente del Banco de Colombia. Se hicieron grandes amigos y por cuenta de esto, conoció a Jaime Michelsen quien, descrestado con el joven precoz de 21 años, lo nombró de número dos en la Asociación Nacional de Instituciones Financieras (ANIF) al lado de Belisario Betancur.
Este último también sucumbió ante la personalidad seductora de Samper y pasó a convertirse en uno de sus padrinos. Cuando se retiró de ANIF para lanzarse a la Presidencia de la República, Betancur lo recomendó como su sucesor. Esta recomendación no era necesaria, pues todo el consejo directivo de ANIF, del cual formaban parte entre otros, Luis Carlos Sarmiento y Pedro Gómez Barrero, ya le tenían echado el ojo. Con apenas 25 años Ernesto Samper se convirtió en el dirigente gremial más joven del país.

En ANIF conoció a Alfonso López Michelsen, Presidente de la República en ese momento. López, quien tiene una debilidad por las personas con sentido del humor, simpatizó inmediatamente con este cachaco madurado biche, ingenioso y audaz, que sin tomarse muy en serio, hacía estremecer al país con sus planteamientos gremiales.

Desde esa época la gente empezó a hablar de la posibilidad de que Ernesto Samper fuera algun día Presidente de la República. Una persona que a la edad en que toda su generación estaba acabando carrera, ya se había echado al bolsillo a todos los grandes cacaos de la política y la economía colombianas, tenía que llegar muy lejos. Además su fortaleza no estaba sólo en sus padrinos. Su ambición era de la dimensión de su talento y cuando se proponía algo, trabajaba disciplinada y metódicamente hasta conseguirlo.

Ernesto Samper ingresó oficialmente a la política como coordinador de la segunda campaña presidencial de Alfonso López Michelsen en 1982. Ese cargo era el trampolín perfecto pues le permitía conocer a la totalidad de la clase política liberal. Gradualmente se convirtió en el dueño absoluto de esa campaña y, en el momento de elaborarse las listas para el Congreso, quedó en el Segundo renglón en la lista para senado que encabezaba Augusto Espinosa Valderrama.

Las elecciones fueron un fracaso no sólo para López sino para Samper. Aunque parecía imposible, el Partido Liberal no logró elegir sino a Espinosa Valderrama. Samper, acostumbrado a ser un triunfador desde la infancia, tuvo que enfrentarse a su primer fracaso. Del niño prodigio de la política, había pasado de la noche a la mañana a ser el hombre más impopular del partido. Los caciques tradicionales lo miraban como un paracaidista al cual se le había dado demasiado poder y rápidamente le retiraron sus afectos.

UN NUEVO RETO

Con 32 años y con un gran fracaso a sus espaldas, Samper tuvo que reanudar su vida política desde menos cero. Con gran tenacidad logró reconquistar gradualmente a la dase política. Fundó un movimiento propio llamado Poder Popular, y desde esa plataforma salió elegido primero al Concejo y luego al Senado con votaciones muy respetables. Todo esto le tocó en calidad de contemporáneo de Luis Carlos Galán, cuyo liderazgo era incuestionable. Aun así logró abrirse espacio como el contrahombre de Galán en las nuevas generaciones liberales. Otra vez Ernesto Samper comenzó a parecer como un fijo para la Presidencia, y el único interrogante era la fecha. Antes de cumplir 40 años ya ostentaba la condición de ‘jefe natural‘ del liberalismo, rango que por lo general sólo tienen los ex presidentes. La fila india dentro del partido la encabezaba Galán, pero no había duda de quién ocupaba el segundo lugar.

Cuando el jefe del Nuevo Liberalismo fue asesinado, el primer nombre en la mente de la gente fue el de Samper. Los otros aspirantes eran Hernando Durán, un representante de la vieja escuela, y el coordinador de la campaña galanista, un introvertido ex ministro barquista llamado César Gaviria. Este último ni siquiera estaba en la fila india del Partido Liberal en ese momento. A pesar de dos ministerios exitosos -Hacienda y Gobierno- en la administración Barco, Gaviria era considerado más un funcionario competente que un jefe político. Sin embargo su condición de número dos de la campaña de Galán, lo convirtió en una pieza clave del ajedrez político en el momento del magnicidio.

Colombia es un país fundamentalmente caudillista que se mueve más por emociones que por disciplina. Por lo tanto el hecho de que Galán fuera a ganar las elecciones, no significaba ni mucho menos que su sucesor fuera a ser en forma automática Gaviria, figura que carecía de arraigo popular.
Samper, por su parte, si era ya un líder de dimensión nacional, no era absurdo que se convirtiera en la alternativa generacional para esa elección. Sucedió en ese momento algo tan inesperado como la derrota de López y Samper en 1982. Enfrentados Gaviria, Durán y Samper en una consulta liberal por la candidatura, Samper no sólo perdió ante Gaviria sino también ante Durán. La derrota fue dolorosa. Una cosa era perder ante Galán y otra ser superado por dos rivales de menos talla política a nivel nacional.

A pesar de la humillación, el camino había quedado despejado. Con Gaviria en la Presidencia, Samper no tenía contrincante de peso por la candidatura liberal en 1994. En calidad de candidato seguro hizo el curso de ministro y embajador para redondear su hoja de vida. Le aparecieron nuevos rivales en la candidatura en figuras como Humberto de la Calle, Carlos Lemos, Carlos Lleras de la Fuente y David Turbay. Pero todas estas movidas no eran más que un posicionamiento para el 98, pues el 94 ya estaba comprometido.

RUMBO A LA PRESIDENCIA

Con la candidatura prácticamente asegurada, Samper se fue a España más como Presidente electo que como embajador. Desde allá se comenzaron a forjar los planes para la conquista del poder y la Presidencia. Sin embargo, pasó lo inesperado. Con lo que nadie contaba es que asegurada la candidatura liberal tuviera problemas para derrotar al Partido Conservador. Y Andrés Pastrana parecía demostrar lo contrario. Encuesta tras encuesta indicaba que Samper podía perder las elecciones. Inicialmente se le atribuía el resultado al hecho de que estuviera radicado en España. Posteriormente a que estaba demasiado recién llegado. Más tarde a la excelente publicidad de la campaña de Pastrana, y así sucesivamente.

Todas estas justificaciones le estaban haciendo el quite a una verdad que era difícil de reconocer: los electores no estaban entusiasmados con Ernesto Samper. El hombre que durante toda su juventud había seducido a nivel individual a quienes lo habían tratado, parecía perder su magia a nivel de masas. Se podía alegar que como el Partido Liberal es mayoritario, cualquiera que fuera su candidato único tendría la Presidencia asegurada. Pero esto significaba que el partido arrastraba a la persona por más impopular que esta fuera, lo cual no era tan honroso. Las encuestas comenzaban a mostrar sin embargo que ni siquiera esto estaba asegurado. El rechazo hacia Samper parecía tan grande, que aun con el partido unido tenía la posibilidad de perder.

Este sentimiento se acentuó a medida que se fue acercando la primera vuelta. El resultado de ésta no hizo sino confirmarlo al arrojar una diferencia de sólo 16.000 votos entre los dos candidatos. Ese día, Samper sintió un temor parecido al de los 10 balazos del día del atentado. Un empate en la primera vuelta podría significar una derrota en la segunda. Y una derrota humillante y vergonzosa. Personas de menor talla política como Barco y Gaviria habían llegado. También personas sin carisma como Turbay.

La meta de toda una vida, la Presidencia de la República, podía quedar fuera de su alcance, pues si perdía, era muy probable que el partido no le diera otra oportunidad. El balance de su carrera podría no ser solamente de estruendoso fracaso sino de oso histórico. En medio de este estado de ánimo, llegó la primera encuesta después del ‘empate‘ de la primera vuelta. El resultado era que Ernesto Samper había perdido terreno y tenía una desventaja del 2 por ciento frente a Pastrana. Samper, optimista por naturaleza, llegó a pensar que alguna maldición pesaba sobre él. Como ese día en que le dio septicemia, volvió otra vez a vivir el proceso de la muerte. Se acordó esa noche de las imágenes de su padre y abuelo llamándolo desde una colina, y al igual que en esa ocasión, tan pronto se sintió al borde del abismo, su instinto de supervivencia lo hizo renacer.

Súbitamente a ocho días de la elección definitiva, dejó toda la angustia a un lado y una rara serenidad se adueñó de él. Decidió presentarse ante los colombianos tal como él era. Sin seguir consejos de ningún asesor. Sin seguir la recomendación de ninguna encuesta. Sin maquillaje y sin trucos. Su esposa Jacquin y sus hijos se contagiaron de esta paz interna y se solidarizaron con él, para que lo viniera, fuera lo que fuera. Su hermano Daniel, quien es la persona más cercana a él, después de Jacquin, vino a acompañarlo en esa resurrección. Se fueron los dos a Caracol a una entrevista con Darío Arizmendi, y por primera vez en mucho tiempo todo pareció salir bien. Samper parecía humano. cálido, vulnerable. Al otro día tenía que hacer su última alocución por televisión en los espacios otorgados por el Estado. Decidió contar la historia de su vida como él la veía: "cursé mis estudios en el Gimnasio Moderno. Conseguí una beca en el Icetex para estudiar derecho y economía en la Universidad Javeriana. En cuarto año de carrera me casé y tuve mi primer hijo, Andrés. Desde el segundo año me conseguí un empleo para sostener mis gastos, y luego, cuando nació Andrés, dicté clases en la uníversidad para poder seguir sosteniendo mi hogar".

Semejante emotividad produjo muchas reacciones. En el norte de Bogotá fue tildada como cursi y considerada como el anuncio de una derrota inminente. Pero a nivel del pueblo, la cosa cuajó. Para bien o para mal, Samper se había liberado de todos sus demonios y en la semana en que se jugaba su prestigio, su futuro, su puesto en la historia, se inspiró. Todos los encuestadores, sin excepciones, coinciden en que si las elecciones hubieran tenido lugar una semana antes de lo que fueron, Pastrana hubiera ganado. Pero desde que se ‘liberó‘, Samper logró cambiar súbitamente las tendencias políticas, su propia historia y la historia de Colombia.

Dos veces Ernesto Samper le ha visto de cerca la cara a la muerte, la primera clínicamente, la segunda políticamente. Las dos veces se le enfrentó y las dos veces volvió a renacer. Este sobreviviente es el nuevo Presidente de la República.