Especiales Semana

Gloria Flórez

Desde la lucha por los derechos humanos y la creación de Minga, una organización dedicada a acompañar a las víctimas de la guerra en las regiones, se perfila como exponente de la nueva izquierda.

Martha Ruiz*
3 de diciembre de 2005

Una película de cine le trazó el rumbo a la vida de Gloria Flórez Scheider. Cada año, durante la semana franciscana, las monjas pasaban en el colegio de Bucaramanga la misma película: Hermano sol, hermana luna, que relata la vida de San Francisco de Asís, el hombre que abandonó su vida cómoda para servirles a los demás. La música fue la primera manera que encontró para expresar su inconformismo con la injusticia social. Durante muchos años fue la voz cantante en grupos que, a principios de los 80, animaban las peñas culturales. Pero fue en la Universidad Industrial de Santander donde encontró su vocación de por vida: los derechos humanos. Durante la primera asamblea a la que asistió, escuchó que había varios estudiantes que habían sido detenidos injustamente, algunos de ellos torturados. Entonces, se fue hacia la cárcel para intentar ayudarles. En poco tiempo se convirtió en el alma del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, organización con la que recorrió todas las prisiones del país. A principios de los 90, la situación humanitaria en lugar de mejorar, empeoraba. Decidió, junto a otras tres mujeres, fundar Minga, una organización para acompañar a la gente de las regiones que estaba sufriendo el impacto de la guerra. El país supo que Gloria Flórez iba a dejar su huella en los derechos humanos cuando se dio a la tarea de denunciar los atropellos que paramilitares, auspiciados por algunos miembros de la familia del ex ministro Carlos Arturo Marulanda, habían cometido contra varios campesinos en la Hacienda Bellacruz. El tiempo y la justicia demostraron después que tenía la razón. En 1999, Minga advirtió sobre la inminencia de una masacre en el Catatumbo. Las autoridades no tomaron medidas e incluso algunos militares acusaron a esta organización de estar mintiendo. Cuando tres matanzas consecutivas dejaron más de 200 campesinos muertos, toda la cúpula militar de Norte de Santander fue destituida por negligencia, por no haber tomado medidas para prevenir una tragedia que había sido advertida por estas valientes mujeres. Desde entonces, en algunos círculos les dicen 'las tumba-generales'. Su trabajo en regiones tan convulsionadas como Arauca, Putumayo y el norte del Cauca le ha valido el reconocimiento internacional. En 1998, Gloria Flórez recibió el premio Robert F. Kennedy a los derechos humanos, y en 2002, Minga fue premiada por la República de Francia. Aunque no le tiembla la voz para denunciar los atropellos contra la población civil, se ha granjeado una merecida fama como buena negociadora. Constantemente ha tenido que sentarse a la mesa con el gobierno, los militares, los empresarios. Muchos de ellos han sido sus adversarios, pero con todos ha mantenido un debate inteligente. Las épocas contestatarias han quedado atrás. Pero no los estigmas que ha sufrido. Hace algunos años sufrió amenazas de muerte, pero decidió quedarse en país. "La mejor protección que tengo es mostrar que mi trabajo es legítimo, limpio y necesario" , dice. Actualmente es una de los seis miembros de la mesa directiva del Polo Democrático Independiente. Sus compañeros la consideran una de las personas más confiables de ese movimiento. Y con seguridad, una de las líderes con más futuro en la izquierda del país. *Editora de Seguridad de SEMANA