Especiales Semana

Junio 5 de 1967<br>Cuando la literatura cambió

La aparición de 'Cien años de soledad' marcó para siempre las letras colombianas y transformó con su realismo mágico la literatura universal.

Luis Fernando Afanador *
30 de mayo de 2004

Cien años de soledad era ya un libro famoso cuando apareció en los quioscos y las librerías de Buenos Aires el lunes 5 de junio de 1967.

Carlos Fuentes, amigo desde esa época de Gabriel García Márquez, había leído los primeros capítulos antes de su publicación y le escribió a Julio Cortázar: "Acabo de leer una obra maestra. La novela de Gabo nos libera a todos". El entusiasmo de Fuentes -reconocido entonces como una de las figuras de la nueva literatura latinoamericana por sus novelas La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz- fue como un campanazo que puso en alerta a mucha gente. Emir Rodríguez Monegal, un crítico uruguayo que llegaría a ser el gran intérprete del boom, publicó dos capítulos de Cien años de soledad en Mundo Nuevo, la prestigiosa y polémica revista que dirigía en París. Otros capítulos inéditos aparecieron en las revistas Amaru, de Lima, Eco y Magazín Dominical del diario El Espectador, de Bogotá.

Luis Harss en Los nuestros, el legendario libro de entrevistas con los 10 más importantes escritores latinoamericanos vivos, publicado a finales de 1966 y cuya primera versión se hizo en inglés, decía: "Pero desde entonces el Ángel Gabriel se ha rehabilitado. Ha vuelto a descubrir su libro secreto, que está más fuerte que nunca. La próxima fase del libro, que anuncia para marzo o abril de 1967, se llamará 'Cien años de soledad'. Será la muy esperada biografía del elusivo coronel revolucionario Aureliano Buendía". Y Germán Vargas, en el periódico Encuentro liberal, publicó una reseña anticipada de la obra todavía inédita: "Hay razones suficientes para creer que 'Cien años de soledad' -tal es el título- será la mejor novela colombiana escrita en el último cuarto de siglo, y desde luego, la mejor del autor".

Francisco Porrúa, el director literario de Sudamericana, la mítica editorial que había descubierto a Julio Cortázar, a Juan Carlos Onetti, y puesto de moda El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel, a última hora decidió aumentar de 5.000 a 8.000 el número de ejemplares de Cien años de soledad para la primera edición. Porrúa no había oído hablar antes de García Márquez, aunque su inclusión en el libro de Harss lo alertó: leyó El coronel no tiene quien le escriba y de inmediato quiso ser el editor de todas sus obras. Sin embargo los derechos estaban comprometidos. Por eso le ofreció 500 dólares -una buena suma entonces- por aquella novela sobre la cual el escritor colombiano decía haber "puesto muchas esperanzas". No dudaba de su decisión -su olfato literario no había fallado-, pero como a todos, la lectura de los primeros capítulos lo deslumbró y le hizo tomar la decisión de aumentar el tiraje. "El lenguaje de la novela era muy nuevo a mediados de los años 70. Ahora pueden verse en él marcas claras, tradicionales, del Caribe colombiano, algunos ligeros vientos faulknerianos y cosas así". (Testimonio de Porrúa en el imprescindible libro de Eligio García, Tras las claves de Melquíades).

El día señalado

Cuando empieza a circular Cien años de soledad aquel lunes 5 de junio (martes 6 de junio para el investigador Don Klein en otro libro necesario: Gabriel García Márquez, una bibliografía descriptiva) sólo faltaba una cosa, el plebiscito a favor de los lectores, y éste se produce más rápido de lo que nadie hubiera sospechado: a los 15 días se agota la primera edición. Poco importó que su aparición hubiera coincidido con la invasión de Israel a Egipto, un asunto bastante sensible para los argentinos, no sólo porque ese tipo de conflictos alborotaba, en plena Guerra Fría, los temores de una tercera conflagración mundial, sino también por la importancia de la colonia judía en Buenos Aires, una de las más grandes del mundo. Pudo más el naciente "realismo mágico": la gente acudía enfebrecida a comprar la novela del desconocido escritor colombiano que, según anunciaba la publicidad en un diario, hablaba de la selva, la guerra, las pasiones, la construcción de un mundo, la historia de Macondo desde su fundación hasta la muerte del último Buendía, y sólo costaba 650 pesos.

En aquellos días que cambiarían la literatura mundial, no fue extraño ver por las calles de Buenos Aires a muchas personas caminando con bolsas de mercado de las cuales sobresalían ejemplares de Cien años de soledad. La euforia que antes de salir había desatado entre escritores, críticos y lectores avezados se repetía con igual intensidad en los lectores corrientes. Casi nunca en la historia de la literatura se da la coincidencia de una obra que es a la vez muy popular entre los críticos y los lectores. Y tal milagro, escasísimo, acababa de ocurrir con esa novela.

Invitado como jurado del concurso de novela Primera Plana-Editorial Sudamericana, Gabriel García Márquez arribó a Buenos Aires a finales de junio de 1967. Y pudo asistir, en persona, al nacimiento de su fama. Tomás Eloy Martínez, periodista en ese momento del diario Primera Plana, lo ha contado de manera inmejorable: "Aquella misma noche fuimos al teatro del Instituto Di Tella. Estrenaban, recuerdo, 'Los siameses', de Griselda Gambaro. Mercedes y él se adelantaron hacia la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó '¡Bravo!', y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: 'Por su novela', dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrador aleteo de sábanas, como Remedios, la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de luz que son inmunes a los años".

Obra universal

Después de esa efímera primera edición (inconfundible para los coleccionistas: un galeón español azul entre las densas ramas de una selva y abajo, tres flores brillantes y anaranjadas) no han cesado las reediciones de Cien años soledad. La sola editorial Sudamericana, hasta abril de 1996, había hecho 103 impresiones. Oficialmente, se ha traducido a 40 idiomas, sin incluir una curiosa trascripción al Braille realizada en siete volúmenes por el Comité Internacional Prociegos. Hasta 2004, se habían reportado 30 millones de ejemplares vendidos en las ediciones autorizadas. Y, como corresponde a un clásico, las interpretaciones son casi infinitas: van desde los estudios de fuentes, los análisis sociológicos y formales, y llegan hasta las últimas teorías críticas de moda.

Y hasta ahora, parece haber sobrevivido a las múltiples interpretaciones y lucir aún fresca y virgen. Es que en Cien años de soledad, sin duda, más allá de su aparente sencillez posee una densidad que ofrece varios niveles de lectura. Puede leérsela como un libro sobre la soledad de los seres humanos contado en una forma increíblemente gozosa; como una crónica familiar, histórica y mítica que juega con el tiempo, y borra las fronteras entre la realidad y la fantasía, la poesía y la novela; pero también, como un texto bastante complejo y simbolista en el que la clave del mundo estaría cifrada en la escritura: los papeles de Melquíades.

Sintetizar la vasta influencia de Cien años de soledad a lo largo de los últimos años -¡ya casi 40!- no es una empresa fácil de realizar en unas pocas páginas. Pero tal vez sí lo sea precisar cuál fue su impacto a finales de los años 60. A escala mundial, les abrió un camino a cientos de escritores que se encontraban estériles porque se habían creído el cuento de la muerte de la novela y del viejo arte de narrar, algo que nunca podía morir porque era tan simple como contar bien una historia desde el principio hasta el final. "Alabadas sean la lengua española y la imaginación", dijo el norteamericano John Barth, uno de los fundadores del posmodernismo.

En América Latina, concluyó la salida mágica a la novela de la tierra que habían iniciado Juan Rulfo y Joâo Guimaraes Rosa y, también, liquidó en forma definitiva la narrativa realista, tarea de demolición emprendida con acierto por Borges y Carpentier. Y en Colombia, al decir de Roberto Burgos, superó para siempre el lastre de la "literatura de la violencia", y los escritores jóvenes pudieron proclamar al fin un alegre y liberador "todo es posible".

Cien años de soledad ha acompañado ya a tres generaciones. Se encuentra cerca del plazo de 50 años que le exigía Roberto Arlt a cualquier obra literaria para ser tomada en serio. El propio García Márquez ha dicho en varias ocasiones que su novela perdurable no es ésta sino El amor en los tiempos del cólera. Pero, ¿qué sabemos de la posteridad? Por ahora, la posteridad somos nosotros o, quizá, Paola Estrella Bolaños, una estudiante de literatura de 22 años que ha leído cinco veces Cien años de soledad y sigue encontrando en ella la felicidad y el asombro intactos.



*Poeta, crítico de libros y columnista de SEMANA