Especiales Semana

LA LEY DE LA SELVA

EL tráfico de animales mueve 5 .000 millones de dólares al año y ocupa el tercer lugar en el mundo después del de drogas y armas. Colombia es uno de los principales abastecedores.

18 de octubre de 1993

A FINALES DEL AÑO PASADO LAS AUTORidades de Bélgica decomisaron un barco de tripulación yugoslava que llegó a sus costas proveniente de Colombia. En su carga, además de una buena cantidad de banano exportada en forma lícita, encontraron 200 papagayos y otros animales silvestres sacados ilegalmente de Santa Marta.
La policía belga llevaba varios meses siguiéndoles la pista tanto a este como a otros barcos bananeros de las compañías navieras Turbana Line, Mediterranean Frigo, Racisse y Swann River, debido a contínuas denuncias sobre tráfico de fauna proveniente de Colombia.
Cada semana, los barcos hacían su recorrido desde el puerto de Amberes (Bélgica) hasta Turbo (Antioquia), donde se abastecían de banano. Luego viajaban a Santa Marta para recibir de manos de los traficantes cientos de especies silvestres con destino a Europa.
El decomiso del buque con tripulación yugoslava no fue el primero. En los últimos tres años la policía de Bélgica ha realizado cinco operativos. Pero a pesar de estas acciones, que ya incluyen las de la policía colombiana -la semana pasada detuvo el envío a Europa de 60 babillas reproductoras-, la cantidad de animales que sigue saliendo del país es mayor que la decomisada.
Este contrabando ha llegado en los últimos años a dimensiones descomunales. Se trata de un negocio que mueve anualmente más de 5.000 millones de dólares y que a estas alturas ocupa el tercer lugar en el mundo después del tráfico de drogas y de armas. Se ha calculado que cada año salen de Suramérica hacia el resto del mundo 40.000 primates, cuatro millones de pájaros vivos, 15 millones de pieles de animales y más de 13 millones de peces tropicaes.
Lo más grave es que este negocio se abastece, en su mayoría, de animales que se encuentran en vías de extinción. Algunas especies de tigrillos, guacamayas, loros, tortugas, peces y primates, que son difíciles de encontrar en su hábitat, están llegando a manos de los coleccionistas privados de Asia, Europa Oriental, Estados Unidos y Japón.
NEGOCIO REDONDO
Colombia es, sin duda, uno de los países que más surte el mercado mundial de fauna silvestre. Desde finales de la década de los 70 regiones como Meta, Vichada, Guanía, Vaupés y Amazonas se convirtieron en el centro de comercio y distribución de estas especies.
La forma de trabajo de los contrabandistas es tan similar a las utilizadas en el negocio de la droga, que para muehos no resulta extraño qu las mismas personas que están detrás de la exportación ilícita de animales también trafiquen con estupefacientes. Hace unos meses se descubrió en el aeropuerto Eldorado, de Bogotá, un cargamento de boas constrictor que llevaban dentro de su organismo 36 kilos de coca en bolsas de látex.
Pero este resultó ser un caso excepcional. Aunque el contrabando de especies es tan lucrativo como el de la droga, los traficantes parecen actuar, la mayoría de las veces, por separado. Son redes informales de contrabandistas que compran los animales a indígenas o campesinos a precios ínfimos y después los ofrecen en el mercado mundial a cifras elevadas. Esto sucede con las guacamayas, una de las especies más solicitadas en el exterior. Un intermediario le compra a un campesino una de estas especies en ocho mil pesos y luego la vende en Estados Unidos hasta por 2.500 dólares.En Europa el precio puede llegar a duplicarse.
La acogida que tienen estos animales en el exterior es evidente. Según los cálculos de la Sociedad Zoológica de Nueva York, entre 15 y 20 millones de pájaros son capturados anualmente en la región amazónica para abastecer los mercados internacionales de mascotas; Estados Unidos importa cerca de 800.000 pájaros salvajes por un valor de 10 a 15 millones de dólares; en los últimos 10 años, Francia importó cerca de 2.000 millones de ranas, y Asia, que ocupa el primer lugar en la lista de compradores, recibe millones de especies exóticas cada año.
Para satisfacer esa demanda, los traficantes recurren cada vez más a las especies en vías de extinción. De hecho, la captura de animales silvestres con fines comerciales representa, actualmente, la segunda causa de desaparición de fauna en el planeta, después de la deforestación. Se ha calculado que 425 especies están a punto de extinguirse en todo el mundo debido al tráfico ilegal.
DELITO SIN CASTIGO
El problema de la desaparición ya se está viviendo en Colombia. Los tucanes, las guacamayas, los paujiles están en peligro de acabarse. Y no sólo a causa del mercado internacional, sino de los compradores nacionales. Las plazas de mercado de las grandes ciudades, las carreteras que salen de los Llanos y de las costas Atlántica y Pacífica, y las plazas de los pueblos de tierra caliente, están llenas de vendedores de fauna silvestre a la espera de coleccionistas privados o de turistas.
En Bogotá, los puntos claves son las plazas de mercado del barrio Restrepo y San Victorino. En estos lugares no hay animal que no se encuentre. Con una buena suma de dinero, los clientes consiguen papagayos, loros, tigrillos, micos, o cualquier especie. En estas plazas una guacamaya o un tigrillo no bajan de 100.000 pesos. Un mico vale cerca de 50.000.
Aunque las autoridades tratan de dar con los grandes surtidores de estos mercados, los contrabandistas actúan de tal forma que ha sido imposible dar con su paradero. Actualmente se está en busca de un traficante que trabaja en el sur de Bogotá y que abastece las plazas del Restrepo y San Victorino. "Este hombre tiene cuartos llenos de animales -dice Ingrid Fallas, de la Asociación para la Protección de la Fauna Colombiana-; el Inderena ya tiene la dirección de su casa, pero no se sabe por qué todavía no lo han detenido".
Como este hay muchos traficantes que incluso colocan avisos en los periódicos de circulación nacional para promocionar las especies exóticas. Y todo porque son numerosos los compradores a nivel nacional. Cientos de animales están en las casas de los coleccionistas privados y otros tantos se emplean como materia prima para la fabricación de productos de cuero. Por algo en los grandes centros comerciales se encuentran a la venta abrigos de piel de zorro a cinco millones de pesos, o de piel de perro de agua a dos millones. Animales como la danta o tapir americano y el chigüiro, que están por extinguirse, se cazan sin pausa para el consumo de carne.
Una de las razones por las cuales la persecución de las redes de traficantes no ha tenido éxito es la diversidad de rutas de salida del país que emplean los contrabandistas de especies animales. De los Llanos Orientales y del Amazonas son transportados hacia el centro del país cubiertos por otro tipo de carga, dentro de las llantas de repuesto de los camiones o escondidos en los motores. Para enviarlos al exterior, los animales son generalmente dopados e introducidos en tubos de PVC, en el transfondo de las maletas o debajo de cargamentos pesados. Son travesías que duran semanas y muchos animales terminan muertos. El porcentaje de mortalidad de estas especies durante su transporte es del 40 por ciento.
Debido a este maltrato, los animales que logran recuperarse no pueden ser devueltos de inmediato a su medio natural. Llegan maltratados y su larga estadía en cautiverio les impide volver a captar los alimentos directamente de la naturaleza. Esta situación motivó a la Sociedad Mundial para la Protección Animal (WSPA) a crear en Colombia un centro de rehabilitación (ver recuadro).
LETRA MUERTA
Por más que las autoridades siguen esforzándose, la posibilidad de acabar con este delito está muy lejos. El tráfico de animales es un negocio lucrativo, fácil de llevar a cabo -se está logrando casi sin ningún obstáculo- y que requiere muy poca inversión.
En todo el mundo existen leyes para la protección de la fauna silvestre. Pero se han convertido en letra muerta. Hace 15 años, con apoyo de la Organizción de Naciones Unidas (ONU), se firmó un convenio para administrar el comercio internacional de especies en vías de extinción. Sin embargo este acuerdo provocó un fortalecimiento del mercado negro.
A nivel nacional también se ha tratado de controlar la situación. Existe una ley de protección animal -la 84 de 1989- que prohíbe la caza de animales silvestres, bravíos o salvajes con fines comerciales. Igualmente declara que es ilícito el comercio de sus pieles, plumaje, o cualquier producto del mismo.
Pero esto no se cumple. Para algunos especialistas, como Orlando Acevedo, de la Federación Colombiana de Protección Animal, "este estatuto tiene vacíos jurídicos que no han permitido que entre en funcionamiento. Según la ley, el Inderena debe publicar cada tres meses la lista de especies sujetas a limitación en cinco diarios de circulación nacional. Es algo que nunca se hace ".
Por su parte, los funcionarios de la oficina de vigilancia y control del Inderena señalan que "el instituto no puede asumir toda la responsabilidad en este asunto. La falta de presupuesto hace casi imposible controlar este tráfico ". La verdad es que, con algunas dificultades, el Inderena y la Fiscalía han realizado varias acciones. El año pasado se decomisaron 26.300 animales silvestres, 13.000 pieles y 23.600 huevos de babilla.
Las autoridades siguen alerta. Han incrementado la vigilancia en los aeropuertos y los controles en las costas para tratar de reducir el mercado negro de especies exóticas. No obstante, con la demanda nacional e internacional que existe, no hay legislaciones que valgan ni medidas policivas suficientes. Incluso algunos aseguran que, con la cantidad de fauna que está saliendo del país, este delito se va a acabar no por la acción de las autoridades sino porque muy pronto no habrá más animales silvestres para exportar.
DE VUELTA A CASA
Apenas la sociedad mundial para la protección animal (WSPA) conoció la noticia del decomiso de papacayos en Belgicá, se interesó por saber lo que sucedía aquí en relación con el tráfico de especies silvestres. Pero fue tan grave la situación que encontró que decidió crear en el país un centro de rehabilitación de aves que han sido víctimas de los traficantes. Desde el momento que el centro comenzo a funcionar, en Diciembre del año pasado, no han dejado de recibir animales. Cada semana ingresan más de una decena de aves. Y si bien en un principio la idea era trabajar únicamente con pájaros, la cantidad de especies silvestres incautadas a los comerciantes los obligó a pensar en la rehabilitación de mamíferos y reptiles. Hasta el momento más de 400 animales han sido devueltos a su hábitat natural. Los buenos resultados, sin embargo, no bastan. Juana Roda, coordinadora del programa, dice que estos animales nunca van ha quedar en las mismas condiciones en que estaban antes de ser capturados. "si se miran las verdaderas dimensiones del problema, lo que hacemos en el centro sirve muy poco. La gente tiene que ser consciente de que lo único que saca con tener un animal silvestre en su casa en contribuir al que tráfico de animales siga creciendo en todo el mundo".