Especiales Semana

Los dos mares

Riegan las costas colombianas y encierran la historia de los primeros pobladores. Son un recurso de desarrollo cuyo potencial no ha sido bien aprovechado.

Juan Manuel Díaz *
24 de junio de 2006

Colombia es el único país de Suramérica con costas sobre el océano Pacífico y el mar Caribe, y en ambos su jurisdicción es tal, que en conjunto representa casi la mitad de todo el territorio del país: Colombia es 50 por ciento mar. No obstante, y a pesar de que hemos ensalzado la localización privilegiada del país en el contexto planetario, pocos compatriotas logran comprender el significado de esa condición y aun menos incorporan el mar en sus sueños individuales o colectivos. Colombia es una nación de paupérrima vocación marítima, la que, en el contexto suramericano, apenas si logra relegar a la de Bolivia y Paraguay, carentes de mar. La gran mayoría de colombianos no ve en sus dos mares más que una oportunidad lúdica para pasar temporadas en la playa. Se mira tan poco el mar, que ni siquiera se es consciente de que ese es el destino final de todos los desechos domésticos, urbanos e industriales que se evacuan a los ríos. Como alguien dijo, "debemos un pensamiento al mar cada vez que evacuamos la cisterna del retrete". Sin mirar al mar como parte de la tradición y de las representaciones comunes a todos, como parte del territorio apropiado colectivamente, países como el nuestro suelen quedarse en la mera contemplación folclórica de sus costas y no vislumbran la importancia que tiene el mar para su desarrollo.

Sólo los esclavos liberados y cimarrones y sus descendientes, una ínfima proporción de colombianos, obligados por la ausencia de rutas convencionales y lo agreste de los parajes donde les tocó vivir, han sabido hacer del mar su modus vivendi; el mar y los esteros son prácticamente la única vía de comunicación entre las aldeas costeras del Pacífico, es fuente esencial de alimento y es el recuerdo permanente de la ruta de sus ancestros.

Hoy día, más del 60 por ciento de la población mundial vive a menos de 20 kilómetros de la costa, y esa proporción se hace cada vez mayor. Muchos países han comprendido que el poblamiento de sus zonas costeras, sumado a una verdadera cultura marítima, les permite percibir el mundo exterior a través del mar y, consecuentemente, tomar posiciones y decisiones frente a los acontecimientos que se desarrollan. En la Colombia de dos mares y casi 3.000 kilómetros de costas, menos del 15 por ciento de la población vive en la franja costera; qué paradoja es que las tres principales ciudades industriales del país se encuentren a cientos de kilómetros de los puertos marítimos y lejos de los recursos energéticos clave. El país con dos mares no tuvo hasta 1942 una Armada Nacional, y sólo años más tarde una compañía naviera transatlántica. El país con dos mares produjo su primera generación de científicos dedicados al estudio del mar hace menos de cuatro décadas y destina actualmente una fracción insignificante de su presupuesto para estudiar y dar a conocer el 50 por ciento de su territorio.

Los dos mares deberían ser parte de los símbolos nacionales, más allá y desligados de todo cliché propagandístico de "playa, brisa y mar", porque son nuestra historia: navegando a través de ellos llegaron desde la Polinesia los primeros pobladores, desde Centroamérica los primeros tayronas y desde Europa los conquistadores. Gracias a los dos mares ha evolucionado y se ha confirmado gran parte de la diversidad cultural del país, la que solemos proclamar como invaluable tesoro y nos permite convivir en una amalgama de mitos, creencias, oficios, modos de pensar, tradiciones, artes y acentos. .



* Investigador Asociado, Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt